No es frecuente encontrar la Khovanshchina de Mussorgsky en la /programación de los teatros de ópera (se pudo ver en el Liceo en 2007). Y es que es un título, un 'drama musical' la denominó Mussorgsky, de envergadura, con más que notables demandas vocales y con un entramado dramático de nada fácil sustento. La ocasión de verla en escena, servida además con buenos mimbres, en la Ópera Nacional de París, era una cita obligada en el calendario. Y lo cierto es que las altas expectativas, en términos generales y salvo algún puntual desajuste, se vieron más que satisfechas, comenzando por la esmerada propuesta escénica a cargo de Andrei Serban, una coproducción de la Ópera de París y el Maggio Musicale Fiorentino. Con escenografía y vestuario de Richard Hudson e iluminación de Yves Bernard, Serban plantea, desde los principios de una dramaturgia clásica, ambientando la acción en el propio tiempo narrativo del libreto, una propuesta con eficaz movimiento de masas y solvente dirección de actores. Su trabajo destaca, sobre todo, por las logradas composiciones que consigue, desde un punto de vista plástico, especialmente en los dos últimos actos, con la estancia del principie Iván y con el bosque donde tiene lugar la inmolación de los viejos creyentes de Dosifei.
En ocasiones, ante obras con un cariz histórico tan marcado, tan poco dadas a su reubicación en el tiempo y a experimentos escénicos de vanguardia, se agradece la opción por una solución convencional pero de esmerada factura. Dicho de otro modo: con una Khovanshchina tan clásica pero de tan buena factura como la de Serban se hacen innecesarios ejercicios de dramaturgia que proyecten los destinos de la historia del pueblo ruso sobre la realidad política de nuestros días. Dicha proyección llega a los ojos del espectador como algo natural que surge de la propia obra, como una puerta que se entreabre sin necesidad de llevar invitación para franquearla. De ahí pues que quepa hablar, simplemente, de buen y mal teatro, al margen de lo clásico o moderno que sea, al margen de su convencionalismo o su vanguardia. Así, en el caso concreto de Khovanshchina, un director de escena tan polémico como fascinante, Tcherniakov, estrenó ya en 2007, en Munich, una propuesta (disponible en DVD) francamente fascinante, aunque partiendo de unas bases bien distintas, aunque complementarias, a las de Serban en su dramaturgia.
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