Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 22-I-2019. Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Stairscapes-escaleras, estreno Mundial (Jesús Rueda). Concierto para violín, Op. 77 (Johannes Brahms), Veronika Eberle, violín. Sinfonía núm. 4, Op. 98 (Johannes Brahms). Philarmonisches Staatsorchester Hamburg. Dirección: Kent Nagano.
Hace apenas un año en Hamburgo, el que firma estas líneas tuvo la oportunidad de escuchar hasta en tres ocasiones en un mismo fin de semana a la Philarmoniches Staatsorchester Hamburg -Orquesta Filarmónica estatal de dicha ciudad,en la que han nacido tantos músicos ilustres- bajo la dirección de su titular actual, el californiano Kent Nagano. Fueron dos veces en el foso de la Opera de Hamburgo, del que es orquesta titular y una en la Elbphilarmonie, donde tiene su propio ciclo de conciertos. Por supuesto, los tres eventos fueron convenientemente reseñados en Codalario.
Esta orquesta, dentro de una amplia gira por nuestro país, recalaba en Madrid dentro del ciclo Ibermúsica con un programa dedicado a uno de los grandes compositores nacidos en la capital hanseática, Johannes Brahms. Para este concierto, Jesús Rueda compositor residente de la Fundación lbermúsica recibió su segundo encargo después de su Cuarta sinfonía July estrenada en noviembre de 2017 con la Orquesta de Castilla y León bajo la dirección de Andrew Gourlay, evento que fue adecuadamente reseñado en esta revista por mi compañero Pedro J. Lapeña Rey. En esta ocasión, el nuevo encargo, conforme manifiesta el propio compositor madrileño en el programa de mano, surgió a partir de la sugerencia de Kent Nagano para el programa Brahms que traía de gira con su orquesta. «Una pieza con la misma configuración instrumental de la cuarta Sinfonía y con el lenguaje propio del compositor Hamburgués para establecer una conexión con el concierto». Tomando el último movimiento, la Passacaglia, crea una especie de progresión, de aceleración, de escalera en ascenso “un paisaje de escaleras/escalas” en sus propias palabras, que muestra su indudable oficio, pues la obra, de unos siete minutos de duración y destinada a gran orquesta, resulta brillante,contiene una progresión musical bien planificada, además de adaptarse hábilmente a las condiciones expresadas. Fue magnficamente defendida por Nagano, músico afín a la música contemporánea, con su habitual precisión y limpieza. Rueda subió al escenario a recoger los aplausos del público.
Difícil papeleta a la que se enfrentaba la violinita muniquesa Veronika Eberle, no sólo por la dificultad intrínsea del monumental concierto para violín de Brahms, uno de los cimeros del repertorio romántico, sino porque la última en interpretarlo en el Auditorio Nacional había sido, nada menos, que la eximia Anne-Sophie Mutter. El sonido de Eberle es suficiente de caudal, pero un punto duro y falto de verdadera riqueza y belleza. Si la franja grave resulta desguarnecida, a las notas altas les falta punta y expansión. La violinista alemana, bien dotada técnicamente, demostró su musicalidad indiscutible y un fraseo cuidado, pero falto de incisividad y contrastes, además de poco comunicativo. En el hermosísimo segundo movimiento, el lied, Eberle no logró esa magia que uno espera en la exposición de la melodía y el diálogo con las maderas, si bien logró sortear con seguridad las exigencias del tercero, con sabor a danza húngara y aires zíngaros. Eberle, que la pasada temporada interpretó en el ciclo el concierto de Mendelsshon con Haitink volvió a demostrar ser una violinista fiable, solvente técnicamente, segura y musical, aunque falta de calor, de personalidad y con un sonido de no especial calidad. El acompañamiento de Nagano fue modélico, perfecto en cuanto a acoplamiento al solista, transparecencia y fulgor sonoro. La orquesta, copiosa, con nueve contrabajos, pero muy flexible, refinada, luminosa ,nada pesante, por lo que asistimos a una notable interpretación global del concierto por parte de una solista perfectamente integrada en una magnífica ejecución orquestal.
Como era de esperar, Nagano demostró su sabiduría constructiva, su minuciosidad y capacidad analítica en la monumental Cuarta sinfonía de Brahms. El californiano, supremo moldeador de sonido, excelso organizador,ofreció una interpretación hermosísima, transparente, diáfana de texturas y con una rotunda impronta musical al frente de una orquesta a muy buen nivel, de un gran equilibrio y esplendor sonoro. Fabulosas las maderas entre las que destacó el oboe de Thomas Rohde, radiantes los metales y qué decir de la cuerda tersa y dúctil. Como ejemplo de todo ello destacar la manera magistral en que Nagano construyó la passacaglia que constituye el cuarto movimiento. Una interpretación a la que sólo cabe achacar la falta de ese punto de aliento romántico y de emoción,toda vez que la perfección de Nagano, indiscutible en repertorio de siglo XX y contemporáneo, adolece de espíritu y temperamento romántico.
Una espectacular guinda nos tenía reservado el concierto. Ante las ovaciones del público, Nagano y su orquesta regalaron una espléndida, absolutamente referencial, interpretación de la Danza húngara número 5 de Brahms.
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