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Crítica: Julio García Vico y Cristina Gómez Godoy con la Sinfónica de Sevilla

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Autor: Álvaro Cabezas
22 de octubre de 2023

Crítica del concierto de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla bajo la dirección de Julio García Vico y con la oboísta Cristina Gómez Godoy como solista

Julio García Vico

Música contra los elementos

Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 19-10-2023. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Cristina Gómez Godoy, oboe; Julio García Vico, director. Programa: Una noche en el Monte Pelado de Modest Mussorgsky; Concierto para oboe y pequeña orquesta en re mayor, de Richard Strauss; y Scheherazade, op. 35, de Nikolai Rimski-Kórsakov.

   Los pasados miércoles y jueves se celebraron –contraviniendo los tradicionales días del abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, que son jueves y viernes, con los desajustes que esto puede causar en un público acostumbrado a determinadas inercias–, los conciertos englobados bajo el título de "Cuentos orientales" con obras de mayor enjundia que las que sirvieron para abrir la presente temporada una semana antes. En esta ocasión, la orquesta, de la mano tanto de una solista como de un director rebosantes de juventud, Cristina Gómez Godoy y Julio García Vico, estuvo mucho mejor que con Marc Soustrot y eso teniendo en cuenta que no fueron cometidos fáciles. Primero porque estas obras presentaban una enorme dificultad: las dos extremas (debidas a Mussorgsky y Rimski-Kórsakov), aunque trilladas, exigen mucha concentración y nivelar adecuadamente las distintas dinámicas y volúmenes para no caer en una teatralidad huera, y la central (Strauss), menos conocida tanto por el respetable como por el director y la orquesta, obliga a la solista a infinidad de matices en pasajes cuya variada evocación va desde el Barroco hasta las agradables y fantasiosas melodías de las más conocidas óperas del autor: Arabella, Ariadne auf Naxos o Der Rosenkavalier. Segundo, y no menos importante que lo anterior, porque el concierto al que asistí se celebró en medio de la tensión provocada a partes iguales por el paso de la borrasca Aline y por el pánico alimentado por determinadas autoridades que invitaban a no salir de casa en toda la tarde para salvarse de no sé qué peligros inminentes. Tercero porque este fenómeno meteorológico se dejó notar sobre el propio escenario del coliseo sevillano: una insistente gotera (que por momentos derivó en delgado chorro), hizo su aparición durante Scheherazade cayendo justo delante del podio del director y distrajo momentáneamente al público, pero no a los músicos que, con determinación, prosiguieron la interpretación de una pieza, quizá motivados por superar nuevas dificultades.

Cristina Gómez Godoy y la Sinfónica de Sevilla

   El concierto de Strauss fue interpretado hace poco más de dos años por la orquesta con Lucas Macías Navarro que tocó y dirigió al mismo tiempo. Es endiablado en cuanto a ejecución y era el tour de force que la joven Gómez Godoy traía a Sevilla para demostrar su virtuosismo y justificar que aquel impulso recibido por Daniel Barenboim en enero de 2015 (cuando la solista dio bajo su batuta y arropada por la Orquesta del Diván el concierto para oboe de Mozart), se basaba en una sospecha bien confirmada: que hoy es un orgullo patrio que aprovechan formaciones foráneas como la Staatskapelle Berlin o instituciones como la Universität der Künste de la misma ciudad. Ella llevó todo el peso de la obra y la orquesta se limitó a acompañarla con un perfil más bien bajo. Al final Gómez Godoy nos brindó una preciosa propina: la Danza de los espíritus bienaventurados de Orfeo y Eurídice de Gluck, que sonó melancólica y sugerente, como venida de otro mundo, quizá más cercano al de referencia de las otras piezas del programa que al que pertenecía este mismo concierto.

   Muy distinta fue la disposición mostrada en las piezas rusas. Hay que reconocer que García Vico consiguió impresionar a la orquesta, animarla con su dirección precisa y nerviosa y extraer de ella toda la fuerza y belleza posible. Como a tantos otros directores que dirigen por primera vez en el Teatro de la Maestranza les pasa, el joven gaditano no tuvo demasiado en cuenta la acústica de la sala y el volumen que alcanzaron los metales cada vez que intervenían resultó un tanto abrupto. Sin embargo, el resto de instrumentos (las cuerdas eran siempre de terciopelo), desplegaban un sonido sedoso y elegantísimo, insistente, diabólico y misterioso cuando convenía, de regusto orientalizante cuando lo pedía así la partitura. Las intervenciones de los vientos fueron destacadísimas en Scheherazade, una obra un tanto repetitiva a la que le cuesta arrancar y desarrollarse. Los solos de la concertino Alexa Farré Brandkamp fueron interesantísimos y siempre distintos. Entre todos consiguieron crear una atmósfera sugerente y alusiva a la inmortal narración que Las mil y una noches y envolver así a un público poco numeroso, pero fiel, que estaba deseando disfrutar y dejarse llevar, si quiera momentáneamente, hacia tierras lejanas. Esta interpretación resultó mucho más sabrosa, contrastada e interesante que la más plúmbea escuchada en este mismo escenario de la mano de Stanislav Kochanovsky en septiembre de 2015.

   Lo más impactante de todo se dio al principio y por eso mismo lo he dejado para el final: la interpretación de Una noche en el Monte Pelado de Mussorgsky. Gran parte de los melómanos la recordamos de la película Fantasía, pero pocas veces se interpreta con tanta fuerza y gusto por el detalle. Era sorprendente la capacidad de la orquesta por transformarse en una misma obra no demasiado extensa y sin división de movimientos. Lo digo por los contrastes tan acusados de toda la primera parte (endiablada, misteriosa, sarcástica, con interrupciones generadoras de tensión y desbordamiento decibélico) y la segunda (plena de santidad y sosiego, "la procesión de las antorchas", la llamó Eco en El péndulo de Foucault). En definitiva vivimos embelesados cómo una obra tan original y rica como esta fue limpiamente ejecutada por una formación que se mostraba concentrada, completa e inspirada por un maestro prometedor.

Fotografías: Marina Casanova

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