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Crítica: Sol Gabetta y Julia Fischer, con Jakub Hrusa y la Sinfónica de Bamberg en Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
14 de febrero de 2020

Dos virtuosas con la Sinfónica de Bamberg

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. 12-II-2020. Concierto para violín, Op. 53 (Antonín Dvoràk). Julia Fischer, violín. Sinfonía núm. 1, Op. 68 (Johannes Brahms). Bamberger Symphoniker. Dirección: Jakub Hrusa. 13-II-2020. Egmont-Obertura (Ludwig van Beethoven). Concierto para violonchelo, Op. 33 (Camille Saint-Saëns). Sol Gabetta. violonchelo. Sinfonía núm. 7, Op. 70 (Antonìn Dvoràk). Bamberger Symphoniker. Dirección: Jakub Hrusa.

   En las últimas temporadas del ciclo Ibermúsica se han consolidado las intervenciones previas al concierto por parte de Clara Sánchez, que con modos gentiles y dulce voz, anuncia las obras a interpretar y, lo más importante, recuerda, insiste y subraya la necesidad de apagar los teléfonos móviles. Es preciso felicitarla, pues, afortunadamente, está teniendo éxito y logrando, poco a poco, su objetivo, pues se van escuchando mucho menos según avanzan los conciertos.


   Retornaba a Ibermúsica la Orquesta Sinfónica de Bamberg, agrupación fundada por 1946 por músicos alemanes de la Orquesta Filarmónica alemana de Praga expulsados de Checoslovaquia al término de la Segunda Guerra Mundial. La notable orquesta, que llegó a tener como titular a Joseph Keilberth, con especial afinidad con el repertorio centroeuropeo asumía con su director titular Jakub Hrusa al frente, dos conciertos, ambos con la presencia de dos artistas en la cima actual del violín y violonchelo, respectivamente.

   Si hoy día estamos en la edad de hojalata del canto, el violín, sin embargo, vive una edad de oro, protagonizada, fundamentalmente por féminas. La alemana Julia Fischer pertenece a esa generación gloriosa de «Princesas del violín», junto a Lisa Batiashvili, Hilary Hahn, Janine Jansen, Leyla Josefowicz, Arabella Steinbacher..., sin olvidar a la emperatriz Anne Sophie Mutter, artista de una generación anterior, pero siempre en la cumbre. Conviene resaltar que la Fischer es un músico total y absoluto, pues, además de profesora de violín de la Universidad de Música y Artes Escénicas de Frankfurt desde los 23 años, es también una notable pianista, que llegaría a ser también virtuosa, seguramente, si tuviera tiempo para dedicarse a fondo a dicho instrumento.

   El catálogo del bohemio Antonìn Dvoràk cuenta con un concierto dedicado al violonchelo, piano y violín, respectivamente, pero sólo el primero (y con mucha fuerza, pues probablemente sea el más interpretado de los dedicados a dicho instrumento) se ha impuesto claramente en el repertorio. El escrito para violín concertante atesora indudable belleza con esa inspiración melódica marca de la casa combinada con la habitual presencia de los aires folklóricos checos, todo ello, con naturalidad, sencillez, sin muchas inquietudes filosófico-intelectuales, lo cual le garantiza la tirria de cierta intelligentsia. Aunque, Dvoràk compuso la obra pensando en el legendario violinista húngaro Joseph Joachim, este nunca se mostró satisfecho ni la interpretó jamás, siendo Frantisék Ondrícek quien la estrenó en Praga en 1883. Aunque, nunca ha sido uno de los grandes conciertos románticos para violín más interpretados, en su día el gran virtuoso checo Vása Príhoda fue un enconado defensor de la partitura, igualmente eximios violinistas como Oistrakh y Stern lo tenían en repertorio y la propia Mutter lo grabó en 2013 para DG.

   Desde el primer acorde pudo apreciarse la inmensa calidad del sonido de Julia Fischer, caudaloso, aquilatado, bello y personal, e inmediatamente, su excelso fraseo, con una combinación de gran clase, variedad, contrastes dinámicos y refinamiento. Si resultó deslumbrante la maestría para cincelar la melodía, qué decir de la impactante capacidad para engarzar adornos igual que un fino orfebre engasta los brillantes en una joya, o bien como un maestro de alta costura entreteje los hilos de oro en un brocado para un hermoso vestido. Los elementos virtuosos -dobles cuerdas, escalas con arpegios- fluyeron con la facilidad de los grandes y todo con una afinación pluscuamperfecta y un sonido hermosísimo. Primorosos los diálogos que trenzó la violinista muniquesa, siempre majestuosa, con maderas y trompas en el segundo movimiento. Fascinante la manera en que Fischer abordó la explosión de virtuosismo del último movimiento con pasajes vertiginosos, rutilantes escalas y rotundos ataques a la zona grave (la cuarta cuerda). Espléndida la propina, el capricho número 17 de Paganini cuyo dedicatario fue el violinista belga Alexandre Artôt, con en el que la Fischer –deslumbrantes las velocísimas escalas- selló su magisterio técnico y virtuosístico. Orquesta y director titular demostraron su especial afinidad con la música de Dvorák con un acompañamiento más intenso y animoso que refinado.


   El jueves 13 llegó el turno de Sol Gabetta, la magnífica violonchelista argentina, que en su última visita al ciclo ofreció una estupenda interpretación del concierto núm. 1 de Bohuslav Martinu. En esta ocasión música francesa en los atriles, el concierto núm. 1 de Camille Saint-Saens, Bella obra estructurada en tres movimientos que se interpretan sin solución de continuidad. Al comienzo, el sonido del violonchelo de Gabetta se percibió algo apagado y sin brillo, pero de menos a más, se fue asentando adquiriendo plenitud la arcada sonora aterciopelada y de indudable belleza y atractivo tímbrico, aunque de volumen limitado. El diálogo con la orquesta con la orquesta en el primer movimiento fue desgranado por Gabetta con su fraseo elegantísimo, naturalidad, efusión lírica, impecable musicalidad y poder comunicativo, al mismo tiempo que resolvía la exigencia técnica de las dobles cuerdas y los adornos. En el último movimiento la artista argentina mostró su capacidad para combinar sonidos y armonías en la franja aguda propios de un violín y los "gemidos" de la zona central y grave propios del violonchelo. Su sólida técnica permitió a Gabetta sortear, no de forma deslumbrante, la enorme exigencia virtuosística (esos pasajes velocísimos) del último movimiento. El acompañamiento orquestal careció de la paleta de colores, delicadeza, finura y nuances propios de la música francesa. Como propina, la chelista Argentina tocó y acompañó con el canto, de manera primorosa, el Dolcissimo de Gramata Cellam (Libro para cello) del compositor Letón Peteris Vasks. Gabetta comentó al final del concierto en la zona de camerinos, que volverá a Madrid en Octubre con el Concierto núm. 1 de Shostakovich y Gergiev a la batuta. Espero el acontecimiento con fruición.

   En el apartado Sinfónico, que ocupó la segunda parte de ambos eventos, las interpretaciones bajaron enteros, con una orquesta - que sin pertenecer a la división de honor entre las alemanas-demostró un apreciable nivel, bien es verdad, pero la labor de Hrusa no terminó de convencer al que suscribe.

   El día 12, la primera sinfonía de Johannes Brahms se hermanó con el concierto para violín del que fue su gran amigo Dvorák y se saldó con una interpretación digna, compacta, equilibrada de tempi, con una orquesta notable entregada a su titular, más exaltado que realmente inspirado y clarividente. La magistral sinfonía del músico Hamburgués fue desgranada por Hrusa con gesto enérgico y pasajes con indudable brío, pero faltó claridad en la articulación, capacidad de construcción, con unas transiciones un tanto bruscas y un fraseo más bien dislocado. Mientras en el primer movimiento uno tuvo la sensación que Hrusa no fue capaz de penetrar en la complejidad del discurso y trenzar las diversas unidades motívicas Brahmsianas. Al alicaído segundo movimiento le faltó elegancia y lirismo, al tercero transparencia, si bien el fogoso cuarto concitó la ovación del público. Hrusa y la orquesta correspondieron con una propina, Romance de la Suite checa, Op. 39 de Dvorák.

   Mejor fueron las cosas con la Séptima sinfonía del citado músico checo, que ocupó la segunda parte del concierto del jueves día 13, traducida con contagioso entusiasmo por batuta y orquesta. El carácter danzable del tercer movimiento fue brillantemente delineado y con el apropiado pulso rítmico, así como un intenso cuarto, impetuoso, pleno de fuego, golpeó directamente al público, que estalló en ovaciones y obtuvo la misma propina ofrecida el día anterior.


   Si hay un músico que no necesita homenajes, celebraciones, ni promociones es Beethoven, cuya gloriosa música se interpreta habitualmente y forma parte eterna del tesoro cultural del planeta. A pesar de ello, este año, con ocasión del 250 aniversario de su nacimiento, llegará una avalancha de interpretaciones, es de temer, que la mayoría supérfluas. Después del Beethoven sublime que ofreció el pianista Evgeny Kissin en este mismo ciclo el día 10, verdadero y genuino homenaje al genio de Bonn, se puede considerar que poco aporta la trivial interpretación de la Obertura Egmont con la que Hrusa abrió el concierto del día 13. Una versión anodina, que confundió brusca energía con verdadera tensión y carácter Beethovenianos.

Foto: Rafa Martín / Ibermúsica

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