Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 28-VI-2019. Temporada de abono de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE). Director musical, Juanjo Mena. Isil para coro y orquesta de Daniel Apodaka. Mística de Carmelo Bernaola. Diez melodías vascas de Jesús Guridi. Sinfonía nº 1 en do menor, op. 68 de Johannes Brahms
Tras más de 9 meses, 24 conciertos de abono y varias actividades y conciertos paralelos, la temporada de la OCNE ha llegado a su fin. En septiembre pasado arrancamos también con Juanjo Mena a la batuta, y una vez mas –cinco en esta temporada–, centuria y director se han vuelto a reunir en el concierto de clausura. Ha sido una temporada difícil, con problemas internos importantes, que finalmente se saldaron con la entronización de David Afkham como director titular y artístico de la orquesta a partir de la temporada próxima. Afortunadamente los resultados musicales –notables en la mayor parte de las ocasiones y sobresaliente en varios conciertos– no se han visto alterados y nos hacen vislumbrar que con un punto más de empuje y superación, la orquesta puede codearse con otras de mayor fuste y tradición.
Hemos comentado en algunas críticas el afán de la orquesta por tener calendarios europeos, en algunos casos no muy acordes con la tradición madrileña. Esto nos ha llevado a comenzar la temporada a mitad de septiembre y terminarla prácticamente en julio. Es una política que evita la saturación de conciertos durante la temporada, pero que tiene algunos aspectos negativos. Sin ir más lejos el de este fin de semana. La gente a finales de junio piensa poco en acudir al Auditorio. Aunque hay obras que lo llenan una y otra vez por mas que se programen diez veces en una temporada, y entre ellas se encuentra sin duda la primera sinfonía de Brahms, una de las favoritas del público, en esta ocasión nos quedamos en tres cuartos de entrada. Algo que debería hacer pensar a más de uno.
El concierto comenzó con el estreno mundial de Isil para coro y orquesta del vitoriano Daniel Apodaka. La obra, de unos 12 minutos, es una apología de lo silencioso. El minimalismo sonoro demanda una concentración de gran altura en casi todos los solistas de la orquesta, que consiguieron pianísimos de gran nivel. La entrada del coro jugó también en la gama baja de los volumen sonoros, y tuvo detalles tímbricos interesantes entre cuerdas y percusión.
Más interesante nos pareció Mística de Carmelo Bernaola. La obra fue compuesta y estrenada en Vitoria en 1991, para el centenario de la muerte de San Juan de la Cruz. A través de los versos y las estrofas del poeta abulense, el compositor vasco transmite profundidad y mística. Juanjo Mena llevó de la mano al coro y a la orquesta, consiguiendo una interpretación casi cristalina.
Tras estas dos obras de aspecto serio y profundo, las Diez melodías vascas de Jesús Guridi nos alegraron el espíritu. El Sr. Mena y la orquesta elevaron el pistón y se entregaron a la causa. La interpretación tuvo un brío innato, de gran pujanza, bien es verdad que por momentos, los índices de saturación orquestal llevaron a emborronamientos innecesarios. El crescendo de la Narrativa - I inicial, la conclusiva Festiva - X y el zortziko de la Danza - VIII fueron claros ejemplo de falta de cuidado sonoro, que choca mucho en un director que suele ser especialmente cuidadoso. Por el contrario, las Amorosas - II y VI fueron claramente expuestas, con un fraseo intenso y cuidadoso, y el nivel justo de tensión, y en De Ronda –V sobresalieron maderas cálidas y metales precisos. Una emocionante Elegíaca – IX, bellamente expuesta por los primeros atriles de las cuerdas, y excelentemente secundados por el oboe de Robert Silla o la flauta de José Sotorres, fueron el punto culminante de la interpretación.
Tras el descanso nos enfrentamos a la Primera sinfonía de Brahms. Juanjo Mena nos trajo un Brahms apasionado, en parte heredero de la gran tradición, perfilando formas, detallando matices, y buscando un sonido redondo con cierto sentido del rubato. En el movimiento inicial, Un poco sostenuto, el tiempo fue algo mas rápido de lo deseable pero el fraseo no se resintió. Siempre buscando el equilibrio entre las secciones, la belleza brahmsiana se desplegó por el auditorio, y la orquesta lució un sonido digno de los mejores. El Sr. Mena volvió a implicarse en las melodías del Andante posterior, cálidas y bien fraseadas. De nuevo destacaron por encima de todos las magistrales frases que cantaron el oboe de Robert Silla y el clarinete de Enrique Pérez Piquer. El precioso dúo final entre la concertino invitada Zoë Beyers y la trompa nos puso los pelos como escarpias. Bajó algo el nivel en el Allegretto con gracia, algo pesado y donde hubo algún pequeño desajuste. Tenso y contundente el Allegro final, donde el Sr. Mena extremó algo más las dinámicas. De nuevo la trompa nos apabulló con un extraordinario solo, doblado de manera primorosa por la flauta del Sr. Sotorres. A partir de ahí, el Sr. Mena puso la directa, la orquesta le respondió de primera, y lo que ganamos en espectacularidad, lo perdimos en hondura y profundidad. Como ejemplo una coda desbocada en la que el Sr. Mena pudo recrearse y por la que sin embargo pasó como elefante en cacharrería.
En resumen, una Primera de Brahms de muy buena factura, en que por momentos rozamos el cielo, con muchas más luces que sombras, pero donde éstas también hicieron su aparición. En cualquier caso, el público dio un veredicto positivo, aclamando y vitoreando a los músicos, y despidiendo al director vasco en loor de multitudes. Por su parte, éste saludó uno por uno a todos los solistas de viento, y a todos los jefes de las secciones de cuerda, y se despidió hasta la temporada que viene. En su condición de director asociado, este año ha tenido a su cargo cinco conciertos. La próxima solo tendrá dos. Esperemos que no sea un aviso a navegantes.
Foto: Jorge Alvariño / CODALARIO
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