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Crítica: Juanjo Mena y Garrick Ohlsson con la Orquesta y Coro Nacionales de España

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Autor: Álvaro Menéndez Granda
6 de diciembre de 2016

EN EL CAMINO DE LA EXCELENCIA

   Por Álvaro Menéndez Granda
Madrid. 3-XII-2016. Garrick Ohlsson, piano. Orquesta Nacional de España. Juanjo Mena, director. Ciclo "Locuras" de la Orquesta y Coro Nacionales de España

   Hay días en los que las ideas fluyen de la mente a velocidad vertiginosa y se plasman en el papel de la forma exacta en que uno quiere expresarlas, sin necesidad siquiera de cambiar una coma. Por desgracia, esos días no son la norma sino la excepción y, probablemente, hoy me encuentre en uno de esos tantos otros días en los que esas mismas ideas deben ser obligadas a venir al papel, no sin esfuerzo y con más bien poca destreza. No obstante, lo que el pasado 3 de diciembre pudimos presenciar las dos mil cuatrocientas personas que llenamos el Auditorio Nacional de Música merece contarse con cuidado y dedicación, poniendo especial atención al detalle para no defraudar al lector y transmitirle lo más fielmente posible nuestras impresiones.

   En la primera parte del concierto, tres colosos de la música rindieron tributo a un cuarto. La Orquesta Nacional de España, dirigida por el recientemente galardonado con el Premio Nacional de Música 2016 Juanjo Mena, y con un pianista de la talla y la trayectoria de Garrick Ohlsson, consagraron su talento al Concierto para piano y orquesta op.83 de Johannes Brahms. El genio de Brahms fue capaz de dar a luz obras de monumental magnificencia y belleza, como el Concierto para violín, su Cuarta Sinfonía o sus imponentes Variaciones y fuga sobre un tema de Haendel. Sin embargo, el género concertante en el que el piano es protagonista –y Brahms dejó dos de estas obras, su Op.15 en re menor y este Op.83 en si bemol mayor– no es, en opinión de quien suscribe, la mejor muestra de su talento. Concretamente este Concierto op.83 –que más que un concierto para solista y orquesta es una sinfonía en la que el piano tiene algo más de protagonismo del que se le otorgaría en una parte orquestal pero menos que el de una parte solista al uso– presenta un primer movimiento con un material temático repetitivo y poco desarrollado, un segundo con mucha más fuerza y dirección, un tercero que casi es un diálogo camerístico entre el piano y un violonchelo solitario, arropados ambos por la orquesta, y un cuarto en el que se despliega un poco más la lucha entre piano y conjunto orquestal dentro de un clima animado no exento de cierto sentido del humor.

   No se trata de menospreciar el talento de Brahms, ni por asomo –todavía tiemblo con su Intermezzo op.119–, pero sí es justo decir que nos habría encantado escuchar a un pianista como Ohlsson en un programa diferente. Su actuación fue impecable y no podemos verter una sola palabra en contra de su criterio, su musicalidad y su técnica, que nos regalaron algunos momentos muy inspirados y otros francamente brillantes. Con un dominio de la escena que no presentó la más mínima fisura, supo convencer a un público que alabó su labor de forma incondicional. Como regalo, al finalizar el concierto brahmsiano, Ohlsson interpretó de una delicada y magistral manera el Vals op.64 nº2 de Chopin.

   Tras el descanso llegó el turno de Mussorgsky y sus famosos Cuadros de una exposición en la igualmente célebre orquestación de Maurice Ravel. Poco que decir de esta obra que ha alcanzado el reconocimiento mundial en su versión para orquesta más que en su forma original para piano. Aprovechando la grandeza musical de la suite y las posibilidades que ofrece su orquestación, el maestro Mena desgranó una versión multicolor que fue toda una exhibición de su buen hacer. Dirigiendo con fuerza, con gestos amplios y elocuentes, supo transmitir, por una parte, a los diestros integrantes de la ONE sus ideas musicales; por otra, al público la seguridad y la confianza de quien se sabe en un momento dulce de su carrera, recorriendo el selecto y esquivo camino de la excelencia musical. Es cierto que en algunos momentos fue posible percibir ligeros desajustes en los metales o alguna pequeña imprecisión en las cuerdas, pero fueron males menores que no enturbiaron la solvente labor de la Nacional y de su director asociado. Los que presenciamos aquello desde el patio de butacas pudimos ver a un director entregado a la música y a unos instrumentistas en pleno disfrute de su arte –entendiendo ese disfrute en el sentido más amplio de la palabra–, y así se lo recompensamos, con la calurosa y merecida ovación que corresponde al trabajo bien hecho.

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