Por F. Jaime Pantín
Oviedo. 9-III-2017. Auditorio Príncipe Felipe. Oviedo. 9 de marzo de 2017. Jornadas de piano Luis G. Iberni. Juan Pérez Floristán, piano. Oviedo Filarmonía. Kerem Hasan, director. Obras de Rachmaninoff y Beethoven.
El concierto del pasado jueves ofrecía un programa de indudable atractivo para el público, en el que la Oviedo Filarmonía presentaba dos obras muy conocidas, de las que el aficionado siempre agradece y disfruta. El concierto posibilitaba, además, el conocimiento en vivo de dos jóvenes talentos, director y pianista, todavía estudiantes pero con brillante proyección artística. Juan Pérez Floristán, último ganador del Concurso de Piano de Santander, el más prestigioso de los concursos internacionales españoles, debutaba en Oviedo con el Concierto nº 2 de Rachmaninov, el mismo que interpretara en la final del concurso, y Kerem Hasan, jovencísimo y talentoso director británico dirigía la Cuarta sinfonía de Beethoven.
La Oviedo Filarmonía se movió a un buen nivel en ambas obras, mostrando ductilidad y eficacia en la siempre difícil tarea concertante, en un concierto que, como el de Rachmaninov, exige gran flexibilidad para adaptarse a las frecuentes inflexiones en el tempo y a la amplia variedad de texturas en su escritura, mostrando una gran cohesión en la cuerda en todos sus registros y un alto nivel general en las intervenciones del viento, todos muy bien llevados por la batuta de Hasan, en una labor acompañante excelente, siempre atenta a las exigencias del pianista, quien planteó una versión de corte intimista, desde un prisma casi camerístico que, en muchos momentos del concierto, hizo desear una mayor presencia y brillantez de una parte solista que, al no sobresalir de manera suficiente del conjunto orquestal, no permitió mostrar toda su belleza.
Floristán parece anunciar una versión fuertemente dramática -en una introducción en la que los conocidos acordes a modo de campanas proféticas suenan con fuerza creciente, casi amenazadora- que pronto se diluye, transcurriendo el primer movimiento en medio de una cierta ambigüedad expresiva en la que un lirismo contemplativo, un tanto zen, se antepone a la pasión desbordante habitual, con el contrapunto de las muchas filigranas pianísticas, que el pianista sevillano resuelve con parsimonia y facilidad aparente, con sonoridad precisa y transparencia preciosista, en una interpretación perfectamente planificada y de gran calidad en la ejecución, que fluye bajo el signo de la sobriedad y la contención, también en un Adagio sostenuto en el que el hermoso diálogo con la flauta y el clarinete acusó, así mismo, una cierta falta de presencia de un instrumento solista que parece buscar la fusión con la orquesta desde una sonoridad velada en la que una utilización insistente del pedal izquierdo atenúa la proyección sonora de un piano cuya presencia se echó en falta en muchos momentos, no se sabe si por propia voluntad o por claudicación ante los rigores de una acústica que tiende a fagocitar a los pianistas, si bien el arranque impetuoso y la ejecución brillante del Allegro scherzando final parecen aclarar esta duda y muestran el auténtico potencial de un pianista todavía en formación que, sin duda, tendrá mucho que decir en un futuro cada vez más próximo. Floristán todavía ofreció dos bises, la pieza The Tides of Manaunaun de Henri Cowell, una de la primeras obras del apóstol del cluster, en la que un tema coral, cuyos acordes perfectamente tonales se superponen a esos racimos más o menos selectivos que el autor prefería denominar como armonías de segundas, se despliega en un clima de leyenda que consigue aunar lo popular con lo mitológico. Ante la cálida respuesta del público, el pianista español ofreció todavía una fugaz y transparente lectura del conocido Baile de los polluelos en el cascarón de Cuadros de una exposición de Mussorgsky.
La Sinfonía nº 4 de Beethoven llenó la segunda parte del concierto, en una versión muy inspirada de Kerem Hasan, quien evidenció su profundo conocimiento de una obra que dirigió de memoria y en la que consiguió de la orquesta una buena respuesta, a partir de una técnica de gran precisión y de un gesto claro y elocuente, excelente comunicación y vitalidad contagiosa plasmada en tempi muy rápidos sobre los que establece un control estricto, en una versión planteada de un solo trazo desde la expectación creada por una introducción muy concentrada que parece estallar en un allegro vivace exultante y que recorre momentos de expresividad intensa, en el hermosísimo adagio y en unos movimientos finales muy trabajados y bien resueltos por la orquesta.
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