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Crítica: Juan Luis Martínez y Joaquín Achúcarro con la Orquesta Sinfónica Ciudad de Zaragoza

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Autor: David Santana
28 de febrero de 2024

Crítica del concierto de Juan Luis Martínez y Joaquín Achúcarro con la Orquesta Sinfónica Ciudad de Zaragoza

Juan Luis Martínez

Al calor del romanticismo escandinavo

Por David Santana | @DSantanaHL
Zaragoza. 26-II-2024. Auditorio- Palacio de Congresos de Zaragoza. 27º Ciclo de grandes solistas Pilar Bayona. Orquesta Sinfónica Ciudad de Zaragoza, Juan Luis Martínez, director, Joaquín Achúcarro, piano.  Concierto para piano y orquesta en la menor, op. 16 de E. Grieg y Sinfonía n.º 2 en re mayor, op. 43 de J. Sibelius.

   Joaquín Achúcarro ha sido el encargado de inaugurar el 27º Ciclo de grandes solistas «apadrinado» por la insigne pianista zaragozana Pilar Bayona y que, cada año, hace desfilar por el auditorio de la capital aragonesa a las figuras más importantes del piano tanto a nivel nacional como internacional. Esta temporada, por ejemplo, contaremos con la presencia de Grigory Sokolov o Josu de Solaun, entre otros.

   Hacía ya tiempo que no escuchaba al pianista bilbaíno en directo y, me alegra comprobar que sus facultades pianísticas siguen en tan excelente estado como siempre a pesar del paso de los años. La última vez le escuché un Rajmáninov, un repertorio en el que se desenvuelve muy bien, sin embargo, su versión del único concierto para piano que compuso Grieg —también pianista, por cierto— me era desconocida, pero lo que escuché no me defraudó en absoluto.

   Achúcarro atacó el primer tema del Allegro con fuerza y arrojo, usando muy inteligentemente el pedal derecho para poder dar el peso necesario a cada una de las notas. El dominio técnico del pedal le permitió hacer una cadenza en la que no se echó demasiado en falta algo más de agilidad en los rápidos arpegios con los que Grieg logró colocar su concierto en el repertorio de los pianistas más virtuosos de la segunda mitad del XIX.

   El Adagio del concierto supuso una deliciosa contradicción entre las delicadas y cantábiles melodías y un carácter firme y marcado, una hermosa síntesis de lo dionisíaco y lo apolíneo que tan bien representa la mentalidad del romántico. Muy bien en este movimiento también el sonido de las cuerdas, con una excelente sección de graves que permitió construir una textura bien apoyada y muy equilibrada.

   En el movimiento final eché en falta algo más de picaresca. Estuvo bien Achúcarro en la articulación, no tanto la orquesta, que no acabó de estar todo lo puntillista que este movimiento de carácter dancístico pide.

   La ovación del auditorio, a pesar de estar a poco más de la mitad de su ocupación, fue larga y generosa, obligando al pianista bilbaíno a brindar el Nocturno, op. 54, n.º 4 de Grieg como propina. Una propuesta bien elegida que dejó patente, de nuevo, la peculiar gracilidad con la que es capaz de desenvolverse el maestro.

   El programa del concierto, enfocado en los compositores nórdicos, se completó con la Sinfonía n.º 2 de Sibelius. Una de las obras más reconocidas del compositor finlandés y que representa muy bien el prototipo romántico escandinavo. La sinfonía pone, al igual que en el famoso cuadro de Fiedrich al pequeño hombre frente a la inmensidad de la naturaleza y también, en el caso particular de Sibelius, de la historia, la cultura y otros elementos que forman la idea de nación. Este concepto, quizás un tanto pretencioso, se refleja musicalmente mediante el contraste de texturas y timbres. Fíjense, por ejemplo, en el arranque del segundo movimiento. Desde el pizzicato de los contrabajos —por cierto, muy precisos y de sonido impecable— el sonido va creciendo, poco a poco, se suman nuevas voces hasta llegar a una agitada melodía de todas las cuerdas. O la furiosa tormenta que precede a la calma que súbitamente traen los vientos al final del Vivacissimo. En cuestión de contrastes, la labor del maestro, Juan Luis Martínez, fue encomiable, reservando muy inteligentemente los tutti. El director valenciano, de señas clásicas y precisas, supo amarrar las desbocadas intenciones de las melodías románticas para darle a cada parte su justa medida, permitiendo así sorprender al espectador y mantener su atención hasta el final de la pieza. 

   En las partes solistas de la sinfonía faltó precisión, especialmente en la sección de doble lengüeta, destacando más la articulación de las flautas que la de los oboes. Sin embargo, los tutti, que son la parte más importante de este repertorio romántico, fueron excelentes, gracias a esa sección grave de las cuerdas que ya hemos adulado y a unos metales con un sonido redondo y aterciopelado que sorprende frente a la juventud de los músicos. Es curioso. Si se fijan, incluso encaja con el símil anteriormente propuesto: la falibilidad del hombre frente a la perfección de la naturaleza.

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