Juan Jesús Rodríguez y Saioa Hernández en Juan José del Teatro de la Zarzuela. Foto: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
Crítica de la ópera Juan José de Pablo Sorozábal en el Teatro de la Zarzuela, bajo la dirección musical de Miguel Ángel Gómez Martínez
Juan Jesús Rodríguez y Saioa Hernández en Juan José del Teatro de la Zarzuela. Foto: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
La culminación de la trayectoria teatral de un gran músico
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 6 y 7-IV-2024, Teatro de la Zarzuela. Juan José (Pablo Sorozábal). Juan Jesús Rodríguez/Luis Cansino (Juan José), Saioa Hernández/Carmen Solís (Rosa), Alejandro del Cerro/Francesco Pio Galasso (Paco), Vanesa Goikoetxea/Alba Chantar (Toñuela), María Luisa Corbacho/Belem Rodríguez Mora (Isidra), Simón Orfila (Andrés), Luis López Navarro (Cano), Igor Peral (Perico), Santiago Vidal (Presidiario), Ricardo Muñiz (Tabernero). Orquesta de la Comunidad de Madrid –Titular del Teatro de la Zarzuela-. Dirección musical: Miguel Ángel Gómez Martínez. Dirección de escena: José Carlos Plaza.
Si bien hay que celebrar que apenas ocho años después de su estreno escénico en 2016, el Teatro de la Zarzuela vuelva programar Juan José con música y libreto de Pablo Sorozábal, sorprende -tanto como la habitual inhibición del Teatro Real con el repertorio español-, que esta meritoria e importante creación no se represente, al menos, en los demás coliseos españoles. La trama basada en la exitosa obra teatral de Joaquín Dicenta, un título emblemático dentro del movimiento obrero, resulta, efectivamente, dura, muy cruda, pues retrata con vivo realismo la miseria, el analfabetismo, la incultura y sus consecuencias, como son la violencia, el machismo exacerbado, celos furibundos y toda una serie de sentimientos primitivos a flor de piel. Por tanto, quizás el movimiento woke, la cultura de la cancelación, la sociedad atolondrada e inculta que tenemos, incapaz de analizar los hechos históricos y manifestaciones artísticas en su contexto, tengan mucho que ver en ello. Desde luego, Juan José, creación de 1968, y que no logró estrenarse en versión concierto hasta 2009 y escénicamente hasta 2016 parece que mantiene, en cierto modo, el estigma de su complicada trayectoria.
Saioa Hernández en Juan José del Teatro de la Zarzuela. Foto: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
Pablo Sorozábal, uno de los grandes músicos españoles y último representante, junto a Federico Moreno Torroba, de la «Zarzuela restaurada», consciente del fin de los estrenos en el género lírico español por antonomasia- su obra Las de Caín fue el último éxito- vuelve a la ópera y retoma los personajes, también la atmósfera, de su ópera en un acto Adiós a la Bohemia sobre libreto de Pío Baroja. Asimismo, Juan José es una especie de actualización del sainete madrileño –están presentes los personajes populares, la voz del pueblo llano y la crítica social tan propia del género-, que tanto entusiasmaba al Maestro y que renovó en su día con una obra maestra como La del Manojo de rosas. De ahí a un desarrollo hacia la ópera contemporánea española –“drama lírico popular” denomina su autor a Juan José, también “sainete madrileño cantado”-. Para ello, el músico donostiarra integra magistralmente las influencias del verismo y el expresionismo con las músicas propias del género lírico español y particularmente, del llamado género chico, como el chotis, pasadoble, habanera, mazurca e incluso la presencia del flamenco. Deformados y descontextualizados, sí, pero ahí están, entroncando la obra como una evolución del teatro lírico español genuino y todo ello con el dominio de la orquestación de un Sorozábal en plena madurez artística.
La ópera, cómo no, recoge la denuncia social del drama de Joaquín Dicenta con la expresión descarnada de la miseria, la injusticia social, la falta de horizontes, las consecuencias del analfabetismo en un contexto en el que un vulgar Maestro de obras se convierte en todo un partido y parece un Marqués fanfarroneando en la taberna, invitando y soltando la tela con desprendimiento y fatuidad, plenamente consciente de que conseguirá a la mujer que quiere, arrebatándosela a su propio subordinado el albañil Juan José. La reacción violenta de este último, un hombre abandonado desde niño, al que nadie ha querido, sólo Rosa le ha demostrado cierta estima y por ello ha desarrollado unos celos enfermizos y un sentimiento primario de posesión hacia ella, no es justificada, por supuesto, pero sí explicable por sus circunstancias vitales. “La fiera si se ve acorralá muerde y hace bien. ¡Yo también morderé!” exclama.
Efectivamente, la obra necesita magníficas voces y grandes intérpretes que hagan justicia a una escritura vocal escarpada, que se enfrenta a una orquestación exuberante, y también sepan caracterizar con intensidad e implicación a los personajes.
Juan Jesús Rodríguez y Luis López Navarro en Juan José del Teatro de la Zarzuela. Foto: Javier del Real / Teatro Real
Dado que tiene las puertas del Teatro Real cerradas, debemos celebrar en Madrid cada comparecencia de Juan Jesús Rodríguez en el Teatro de la Zarzuela. Después de su reciente triunfo en La rosa del azafrán, el barítono onubense volvió a dar una exhibición de opulenta vocalidad baritonal de la que fue buena muestra el final del acto primero con la frase «La puerta soy yo» culminada con un agudo interminable que le dejó a uno atrapado en la butaca. A pesar de que el timbre de Rodríguez resulte hasta «demasiado noble para el personaje», el intérprete fue capaz de encarnar el carácter violento y agresivo de este pobre diablo, sus angustias y también los pasajes de ternura hacia Rosa, de la que está sincera y profundamente enamorado, pues es la única persona que le ha mostrado algo de cariño. No puede dejar de admirarse la brillantez y aparente facilidad con la que Juan Jesús Rodríguez superó una escritura vocal muy exigente, una línea de canto inclemente y crispada.
Lejos de estos fastos baritonales, en la función del día 7 asumió el papel titular el barítono Luis Cansino, que atesora una carrera consolidada de más de 30 años y volvió a demostrar sus dotes caracterizadoras y actorales. Su creación del papel titular fue muy sentida y de gran contenido emotivo, pues tendió a moderar la agresividad de Juan José y acentuar su amargura, dolor y desesperación. El material de Cansino, a pesar de la emisión un tanto retrasada, es sonoro, corre bien por la sala y el cantante demostró disponer de los resortes y experiencia más que suficientes para medirse con la escarpada escritura.
Si he subrayado que la conducta de Juan José no es justificada, por supuesto, pero sí explicable en su contexto vital, igualmente lo es la de Rosa, que sólo puede utilizar y lo hace legítimamente para huir de la miseria, su única arma, es decir sus encantos femeninos. Nadie la puede exigir a esta mujer hastiada, como la Marie de Wozzeck, que renuncie a sobrevivir y asuma la condena a morir de hambre y de frío, esperándole, eso sí, el mismo destino trágico que la protagonista de la ópera de Alban Berg, si bien en la ópera de Sorozábal, a diferencia del drama de Dicenta, Juan José la mata accidentalmente. La soprano Saioa Hernández se unió en cuanto a exuberancia vocal a Juan Jesús Rodríguez, para lo que se valió de su emisión firme como una roca, su voz potente, rica, caudalosa y pródiga en sonidos con mordiente y pegada, así como su aplomo y resistencia vocales, imprescindibles para el agotador acto segundo en el que la soprano está presente de principio a fin. Implicada en lo interpretativo, realizó una creíble encarnación dentro de la sobriedad, de Rosa, coqueta en el primer acto, sufridora y desesperada en el segundo, en el cual la soprano madrileña demostró su afinidad con el lenguaje verista, y finalmente, sensual y ufana en el tercero hasta que aparece Juan José, al que cree encarcelado por unos años. Precisamente, está a punto de salir el registro dedicado a repertorio verista por parte de Saioa Hernández, en el que, muy inteligentemente, ha evitado los fragmentos más trillados y ofrece muy interesantes rarezas. Expectación, sin duda.
Carmen Solís en Juan José del Teatro de la Zarzuela. Foto: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela
En la función del día 7, Carmen Solís, que estuvo presente en el estreno escénico de 2016, ha demostrado su evolución y madurez interpretativa en una Rosa mucho más consolidada en lo dramático. En lo vocal, más allá del perceptible vibrato, la Solís superó la muchas veces cortante escritura con seguridad, sin forzar nunca, apoyada en un centro consistente y redondo, de indudable atractivo tímbrico, y un canto de genuina escuela.
Paco, cuya condición de maestro de obras le confiere un estatus de inalcanzable «Rey del cotarro»”, afronta la escritura más cantabile, como muestra de su carácter de fantasmón que presume ante la concurrencia y camela a las gachises. El tenor Alejandro del Cerro en la función del día 6, a pesar de sus apreturas y tensiones en la zona alta, fue un Paco desenvuelto, extrovertido, siempre incisivo de acentos y de apreciable efusión lírica. Por su parte, Francesco Pío Galasso el día 7 mostró su timbre atractivo, Mediterráneo, junto a esa comunicatividad e inmediatez tan italianas y ello con una notable dicción del español.
Muy estimable la Toñuela de Vanessa Goikoetxea tanto en lo vocal, voz de soprano lírica de emisión franca y homogénea, canto bien controlado incluidos un par de filados de buena factura en el primer acto, como en lo interpretativo. A menor nivel, Alba Chantar, de material mucho más modesto y notas altas un tanto desabridas en la función del día 7.
Isidra, la desagradable alcahueta, encontró en Maria Luisa Corbacho una intérprete interesante en lo escénico -inquietante con su bastón y pesantes movimientos-, pero menos en lo vocal, pues, aunque conserva amplitud sonora, la oscilación resulta ya descontrolada y excesiva. Poco relieve atesoró, sin embargo, la encarnación el día 7 por parte de Belem Rodríguez Mora, que no evocó la dorada tradición de las legendarias contraltos y mezzosopranos mexicanas como Fanny Anitúa, Belén Amparán y Oralia Domínguez.
Simón Orfila, con su sonoridad siempre generosa y la elocuencia de su canto logró que el público empatizara con su Andrés y hasta hacerlo simpático, por su carácter de amigo leal y proletario descreído, a pesar de sus expresiones de desaforado machismo y misoginia.
A buen nivel los secundarios, destacando la proyección de Santiago Vidal, el timbre recio, un punto cavernoso, y bien administrados acentos de Luis López Navarro como el presidiario Cano, así como el Perico del tenor Igor Peral en una bien trabajada escena inicial en la que el personaje lee con suprema dificultad un panfleto revolucionario, pero al fin y al cabo puede leer aunque sea a trancas y barrancas, a diferencia de Juan José y Rosa, toda una muestra del analfabetismo imperante en las franjas más bajas del proletariado de la época.
A la dirección de Miguel Ángel Gómez Martínez le sobraron decibelios y le faltó un mejor balance sonoro con el escenario, teniendo en cuenta además, el sonido áspero de la orquesta, con unos metales invasivos y con tendencia a lo estridente y una cuerda demasiado débil. En el aspecto positivo, dio todas las entradas a los cantantes y se impuso el oficio, experiencia y madurez del director granadino, que organizó con solvencia, además de garantizar voltaje teatral y pulso dramático.
La puesta en escena de José Carlos Plaza que, precisamente, ofreció un memorable Wozzeck hace muchos años el Teatro de la Calle Jovellanos, volvió, como en 2016, a demostrarse adecuada y al servicio de la creación de Sorozábal, particularmente por su caracterización de personajes y notable trabajo en el movimiento escénico, que encauza la fuerza y progresión dramática de la obra. Igualmente se suman a ello la funcional escenografía e iluminación de Paco Leal y el buen vestuario de Pedro Moreno.
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