Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Metropolitan Opera House. 6/2/2016. Il trovatore (Giuseppe Verdi/Salvatore Cammarano). Marcello Giordani (Manrico), Angela Meade (Leonora), Dolora Zajick (Azucena), Juan Jesús Rodríguez (Conde de Luna), Kwangchul Youn (Ferrando). Dirección Musical. Marco Armiliato. Dirección de escena: Sir David McVicar dirigida por Paula Williams.
En junio pasado, le fue diagnosticado un tumor cerebral al barítono ruso Dmitri Hvorostovsky, anunciado para las diez funciones del Trovador de esta temporada. En pleno tratamiento vino a la ciudad de los rascacielos para cantar las tres primeras en lo que fue uno de los momentos de mayor intensidad de la temporada actual, pero lógicamente tuvo que cancelar el resto. El barítono onubense Juan Jesús Rodríguez le ha sustituido en las cuatro últimas, en lo que ha supuesto su debut en el coliseo neoyorkino y, a pesar de los problemas que surgieron en la representación, ha aprovechado perfectamente la oportunidad.
Estas pasadas navidades, comentando este debut en Madrid con varios amigos con los que comparto muchos años de aficionado, ya les anticipé este éxito. Muchos de los que le conocemos desde la época de sus primeros papeles de Zarietski en Eugeny Onegin o el Marqués d’Obigny en La traviata en el Teatro de la Zarzuela, hemos visto su evolución a lo largo de los años, y en el MET gustan voces como la suya. Una voz poderosa y timbrada, un material de primera, seguro en los extremos, denso y bello en el centro, metálico y con proyección en el agudo. A pesar de la amplia pléyade de cantantes que desfilan por aquí, se puede contar con los dedos de una mano, e igual me sobra alguno, los barítonos de su nivel.
La representación fue bastante accidentada. La maquinaria del MET, habitualmente infalible, empezó a dar problemas en el primer cambio de escena. El escenario consiste en un único set con una pared de arriba a abajo que gira lentamente para definir diferentes escenarios: el patio del castillo, el claustro del convento y el campamento gitano. Al terminar la escena inicial, donde la voz rotunda y homogénea de Kwangchul Youn lució con luz propia, la plataforma rotatoria no giró. La primera afectada fue Angela Meade que tuvo que salir apresurada del escenario contiguo y lo notó en su aria de salida “Tacea la notte placida” donde se la vio algo nerviosa y la voz no se liberó del todo. Y aún hubo más, al no girar la plataforma, se bajó el telón justo en la salida del Conde Luna.
Un portavoz del MET salió primero para dar cuenta de que había un problema y minutos después salió otra vez para decir que iban a parar al menos 20 minutos para solventar el problema. Aún hubo otra bajada del telón y una nueva explicación del portavoz del MET tras el terceto, cuando anunció que si seguían teniendo problemas pararían la maquinaria y cantarían en la parte delantera del escenario. Afortunadamente, tras la escena del coro de gitanos, todo funcionó de nuevo, los cantantes pudieron dedicarse a interpretar la gran obra verdiana y la representación continuó sin sobresaltos.
El reparto no contó, evidentemente, con los cuatro mejores cantantes del mundo a que hacían referencia Enrico Caruso o Arturo Toscanini, pero hubo momentos en que lo pareció. Juan Jesús Rodríguez, como habíamos previsto, estuvo imponente de principio a fin. Me quedo más con su último acto que con su aria del segundo “Il balen del suo sorriso” donde eché de menos alguna media voz que resaltara ese canto al “amor que le quema, a la tempestad que ruge en su corazón”. No pensó lo mismo que yo el respetable que estalló al término del aria con la primera ovación importante de la noche. En la escena del apresamiento de Azucena, en el tercer acto, hubo grandes frases y aún subió el nivel en el excepcional dúo con Leonora del acto final. Admirable actuación premiada al término de la función con muchos bravos. El cantante correspondió besando las tablas del MET, donde, espero no equivocarme, le volveremos a ver no tardando mucho.
La soprano americana Angela Meade es ya una realidad incuestionable de la opera actual tan solo cuatro años después de haber ganado dos de los premios más importantes que se conceden en EEUU. El Beverly Sills y el Richard Tucker. Poseedora de una técnica de primera, escuchar su línea de canto, sus trinos o sus filados es un placer. Le falta dar una vuelta de tuerca al aspecto teatral, un poco más de empuje, terminar de redondear el personaje, pero es joven y hay tiempo por delante. A destacar también todo el último acto. Su aria “D'amor sull'ali rosee” y los dos dúos con el Conde y con Manrico.
Hablar de Azucena en el MET es hablar de Dolora Zajick. Desde su debut con este papel en 1988 lo ha cantado más de sesenta funciones. Los años no pasan en balde pero sigue poniendo los pelos de punta el oír esos graves y esa rotundidad en escena. El público sigue con ella, y fue la más braveada de la función.
La primera vez que vi a Marcello Giordani fue hace más de veinte años en el Coliseo Albia de Bilbao como Edgardo. Era entonces uno de los muchos sucesores que se buscaban de Luciano Pavarotti. Ya había debutado con la compañía del MET en funciones veraniegas, y al año siguiente lo haría en el escenario principal. No me causó una gran impresión pero se le veía escuela y aunque, evidentemente, Luciano solo hubo uno, Giordani ha hecho una amplia carrera que abarca casi todo el repertorio tenoril. Con buena técnica y voz cálida, es un tenor valiente y con gancho. El centro es mate y pobre pero en el agudo se hace metálico y se proyecta como un cañón. A lo largo de su carrera también ha ganado muchas tablas que le hacen salir indemne de situaciones complicadas. El sábado, sin ir más lejos, apareció una flema en el “Ah! sì, ben mio”, quizás el momento más delicado. La voz parecía que iba a quebrarse en cualquier momento. No intentó el agudo de “e solo in ciel precederti”, y aquí no pasó nada. Se desquitó en “la pira” donde salió a relucir su arrojo y acabó con un agudo final algo abierto, pero largo y metálico, que hizo levantarse al teatro. Puso también sentimiento en los dúos finales con Azucena y Leonora.
El bajo coreano Kwangchul Youn hizo un interesante Ferrando con la autoridad y rotundidad que requiere el personaje y al que el único pero que se le puede poner es una mejor dicción italiana. Destacaron igualmente los cuerpos estables del MET. Tanto orquesta como coro sonaron empastados y brillantes. El italiano Marco Armiliato dirigió con brío y buen pulso verdiano una partitura que conoce perfectamente, cuidando en todo momento a los cantantes, aunque en algún momento puntual se echó de menos algo de lirismo y en otros pecó de exceso de decibelios.
La producción del escocés Sir David McVicar se estrenó en 2009. Inspirada en “los desastres de la guerra” de Francisco de Goya, traslada la acción a la Guerra de la Independencia y resalta el horror desde el mismo momento de sentarte en la butaca, cuando te recibe el telón pintado con caras goyescas. Los diferentes escenarios comentados al principio son oscuros. La dirección de actores es precisa y los uniformes de las facciones enfrentadas recuerdan los de los ejércitos francés y español de 1808.
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