Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 13-VI-2017. Teatro Real. Ciclo Las voces del Real. Juan Diego Flórez, tenor. Obras de Domenico Cimarosa, Wolfgang Amadeus Mozart, Gioachino Rossini, Ruggero Leoncavallo, Pietro Mascagni, Giacomo Puccini, Giuseppe Verdi, Arturo Zambo Cavero, León Gieco, Tomás Méndez, Gaetano Donizetti y Agustín Lara. Orquesta Titular del Teatro Real. Director musical: Christopher Franklin.
Apenas 9 meses después de su último recital de gran contenido solidario en el que, además, conmemoraba los 20 años de su carrera, volvía Juan Diego Flórez al Teatro Real en unas comparecencias que se han convertido en acontecimientos, porque además, compensan en cierto modo la poca presencia en ópera (sólo una escenificada y tres en concierto) del divo peruano en el recinto madrileño.
Se encuentra Flórez en un momento importante de su carrera, en el que va abandonando paulatinamente sus papeles fetiche hasta el momento y el repertorio en que ha basado su trayectoria, -el propio de tenor contraltino rossiniano con el añadido de algunos papeles como el Elvino de Sonnambula y el Tonio de La fille du Regiment, entre otros-. Aún así, el tenor no quiere dejar totalmente -y con buen criterio- el repertorio puramente belcantista y con ello no perder su rutilante registro agudo, la flexibilidad y el dominio de las agilidades. Además, el centro no ha ganado la suficiente entidad y el tenor está lejos aún de encontrarse cómodo con los acentos, temperamento y lenguaje propios del tenor plenamente romántico. Es indudable, que dentro de los divos tenoriles de los últimos años, es Juan Diego Flórez el que ha enarbolado la defensa de la escuela clásica y genuina de canto. La fusión de registros, la igualdad tímbrica, la colocación, la limpieza de la emisión con un sonido siempre totalmente liberado, la nitidez en la articulación, el legato, la elasticidad, las regulaciones dinámicas…
Una auténtica gema constituyó la primera intervención de Flórez en el concierto, la bellísima aria “Pria che spunti in ciel l’aurora”de Il matrimonio segreto de Cimarosa. Una pieza que le va como anillo al dedo y que la poca presencia de esta preciosa ópera en los escenarios no justifica que no haya sido un aria de cabecera en sus recitales. Esa suprema nitidez en la articulación del texto que permite seguir con atención lo que se nos cuenta en este aria di narrazione y la impecable línea canora hicieron brillar la espléndida melodía.
De siempre se ha comentado por aficionados y críticos, por qué Florez no afronta de lleno el repertorio Mozartiano. Parece ser, según ha manifestado en sus últimas entrevistas que esto va a cambiar. Dos complicadísimas arias del genio salzburgués abordó el peruano, “Ich baue ganz” de Die entführung aus dem serail (El rapto en el serrallo) y “Vado incontro al fato estremo” de Mitridate, re di Ponto. Si la magnífica primera, una pieza que a veces se suprime en las representaciones de la obra, le permitió demostrar que mantiene el dominio de la agilidad –a despecho de su poca afinidad idiomática con el alemán lo que afecta a la naturalidad y desenvoltura en el fraseo-, la segunda, que es toda una exhibición de canto di sbalzo (basado en saltos interválicos) y que provocó los primeros “bravos” de la noche, puso de manifiesto, junto a la debilidad de los graves también demandados, que sigue atesorando un registro agudo envidiable. Cierto es que ha perdido algo de punta, brillo y de insultante facilidad en dicha franja, -entre otras cosas porque está corrigiendo la posición siempre altísima al objeto de nutrir el centro-, pero todo el recital fue una exhibición de abundantes notas agudas como es casi imposible de ver hoy día. La primera parte del evento terminó con el gran estandarte de la carrera de Flórez, Rossini. La serenata de Almaviva del acto primero de Il Barbiere di Siviglia, único papel escenificado que ha abordado en el Teatro Real, como muestra del que ha sido uno de los grandes intérpretes del papel y que concluyó con la puntatura al agudo. La espléndida aria de Rodrigo “Che ascolto?... Ah come mai non senti” del Otello rossiniano selló el primer capítulo del concierto. El genuino canto legato y expresión elegíaca de la primera parte de la pieza contrastaron con la agitación del allegro, la intrincada coloratura y los tremendos ascensos al agudo, que denotaron cierto esfuerzo en el cantante, pero ahí estuvieron, impecables.
El programa de la segunda parte y despúes de unas canciones de Leoncavallo entre las que destacó la bellísima “Mattinata” bien delineada por el tenor, -aunque uno gusta de una voz de mayor redondez y lirismo envolvente para la pieza-, estuvo dedicada a Puccini y Verdi, poco habituales hasta ahora en el repertorio del tenor. De las dos piezas del genio de Lucca, una de ellas, el "Aria de Rinuccio" de Gianni Schicchi sí era terreno conocido para el peruano, pues representó esta ópera hace muchos años en la Opera de Viena con una producción de Marco Arturo Marelli. Resuelto y con esa característica pureza en la dicción en el recitativo “Avete torto”, en el que alaba las habilidades del protagonista Schicchi para abordar posteriormente “Firenze è come un albero fiorito” en la que se pudo echar de menos más carne vocal en los momentos puccinianos de expansión orquestal, pero no mayores cotas de gusto y elegancia como las mostradas por el tenor peruano. Parece improbable que Flórez pueda interpretar en teatro el Rodolfo de La bohème dada la riqueza y exuberancia de la orquestación, pero sí pudo ofrecer en este concierto una notable “Che gelida manina” en la que la la fluidez, limpieza y espontaneidad de la emisión se dieron la mano con el impecable legato, la expresión franca y comunicativa (esa cordialità del canto italiano) y algunas apreciables medias voces, culminado todo ello con un magnífico do agudo y un final bello y pleno de gusto en “Vi piaccia a dir”. El público respondió con una apoteósica ovación, vítores y gritos de ¡bravo!. Cierto es que la producción verdiana es vastísima y contiene una gran evolución durante un amplio período de tiempo, por lo que no se puede hablar de un tipo único y homogéneo de “tenor verdiano”, pero no es menos verdad que no gustaba de las voces de tenor agudísimas, ligeras y aladas, aunque aún menos las pesantes, sin elasticidad, que no fueran capaces de cantar piano y dominar las dinámicas. No en vano en esa época se consideraba que un cantante “gritaba” si no era capaz de regular el sonido y cantar piano. Por ello y más allá del Fenton de Falstaff, papel que cantó bastante en los comienzos de su carrera, no es Juan Diego Flórez ni por timbre, color, volumen, robustez y acentos, un tenor adecuado para la producción verdiana.
Sin embargo, en el concierto abordó tres fragmentos bien elegidos y en los que obtuvo buenos resultados. En primer lugar, el “Questa o quella” de Rigoletto en la que el Duque de Mantua nos expone todo su credo libertino. Un papel que ha vuelto a abordar Flórez y que llegó a anunciar en el Teatro Real, aunque finalmente canceló. En segundo lugar, una escena llena de reminiscencias belcantistas, el aria de Oronte “La mia letizia infondere” de la cuarta creación verdiana I Lombardi alla prima crociata culminada con un apreciable "la" agudo en pianísimo y que dio paso a la cabaletta “Come poteva un angelo” en la que Flórez, afortunadamente porque es más apropiada para él y porque es mucho más rara de escuchar, optó por la segunda versión de la misma, más rápida, que fue compuesta por Verdi para una reposición de la obra en el Teatro la Fenice de Senigallia destinada al tenor Antonio Poggi, esposo de la mítica soprano Erminia Frezzolini, a la sazón primera Giselda de I Lombardi y amiga personal de Verdi. Esta versión más rápida de la referida cabaletta “Come poteva un angelo” puede escucharse cantada por el gran Carlo Bergonzi en su imprescindible grabación “31 arias verdianas”. La tercera pieza Verdiana anticipa un papel que abordará próximamente el divo peruano, el Alfredo Germont de La traviata. En el recitativo “Lunge da lei” pudo escucharse un Flórez más incisivo, menos edulcorado que antaño, un “Dei miei bollenti spiriti” en el que habrá de profundizar en la variedad y contraste del fraseo, siempre cuidado, por supuesto. La subsiguiente cabaletta “Oh mio rimorso” fue coronada con el do agudo no escrito que quedó algo caído de posición, por lo que Flórez repitió el mismo a continuación (quedando mucho mejor posicionado y brillante), lo que parece indicar que habrá una grabación del evento.
Concluido el programa oficial y con el público totalmente entregado (gritos de “¡Qué grande eres! ¡Gracias Maestro!”…), Flórez, que ya había dialogado con el público anteriormente a própósito de un spray o inhalador que usó constantemente durante el concierto “por la sequedad de Madrid” y que contenía una solución de agua con sal que llama “Miami,” según manifestó, el tenor peruano compareció como es habitual en sus conciertos, con la guitarra y en total sintonía con el público -al que recordó el concierto que dará el día 1 de julio en el Estadio Nacional de Lima a beneficio de los damnnificados por los desastres naturales que han azotado Perú- abordó tres canciones: “Contigo Perú”, “Sólo le pido a Dios” y “Currucucú Paloma”, la composición de Tomás Méndez y que inmortalizara especialmente la gran Lola Beltrán. Destacó esta última en la que el tenor peruano mantuvo ad libitum uno de los ascensos en falsete en un alarde de fiato, además de decir con clase e intención las frases de la pieza. Ya nuevamente con la orquesta, el concierto concluyó en pleno delirio del público con la interpretación del aria de los nueve does agudos de La fille du regiment de Donizetti (el último poco brillante y rápidamente cortado por el tenor) y la imperecedera Granada de Agustín Lara.
Chirstopher Franklin, siempre colaborador y al servicio del cantante como acompañante, a falta de ideas e inspiración, al menos demostró cierta afinidad con el repertorio de base clásica, belcantista y del primo ottocento, al frente de una orquesta falta de transparencia y pulimiento tímbrico y que denotaba escasez de ensayos (no faltó un ataque orquestal fallido -que hubo que repetir- en una de las piezas). En estas coordenadas cabe destacar la buena factura de la obertura de Otello de Rossini. Muy flojo el intermedio de Cavalleria rusticana.
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