Por Alejandro Martínez
Habitual en los escenarios españoles, la mezzosoprano americana Joyce DiDonato nos recibe en Barcelona, donde interpreta el rol titular en la Maria Stuarda de Donizetti. Es una de las artistas más mediáticas de nuestros días, habida cuenta de su trayectoria discográfica y a la vista de su agenda internacional. A decir verdad, irradía simpatía y cercanía en su conversación con nosotros, en la que repasamos sus inicios, el momento actual de su carrera y los sinsabores del mundo de la lírica.
¿En qué momento está su carrera ahora mismo?
No lo se (risas). Creo que es un buen momento. Pero también ha habido otros buenos momentos antes. No es fácil valorar en qué momento te encuentras hasta que no pasa el tiempo y puedes tomar algo de distancia. Habrá quien diga que estoy en mi momento de plena madurez, digamos. Lo cierto es que yo encuentro mejor que nunca. Pero creo que no conviene detenerse mucho a pensar en ello, porque uno puede tener la tentación de dejar de esforzarse y prestar atención, como si el trabajo ya estuviera hecho. Es para mí un buen momento sobre todo porque tengo la oportunidad de trabajar con grandes colegas en grandes proyectos. Puedo decir lo que quiero hacer y tengo la posibilidad de cantar en lugares maravillosos como el Liceo.
Su repertorio ahora mismo es ciertamente amplio y dispar, desde Haendel a Strauss pasando por Massenet o Donizetti. ¿Cómo ha ido gestionando esta diversidad de roles?
Mi carrera siempre ha tenido esta característica. Desde mis inicios interpreté un repertorio variado, sin especializarme demasiado en nada. Cuando empezaba, en Houston, participé en tres estrenos de nuevas composiciones. He tenido siempre contacto con la música contemporánea, con el barroco, con el belcanto, con ópera francesa, etc. Siempre yendo de un repertorio a otro, una y otra vez. Y me gusta, creo que es bueno para mi voz y tiene mucho que ver con la gran curiosidad que siento por la vida en general y por el repertorio en particular. Hay, es cierto, una columna vertebral en mi carrera, que está de algún modo en el belcanto y el barroco, a los que siempre regreso, como si volviese a casa.
¿Y se siente más cómoda con alguno de estos repertorios? ¿Tiene la sensación de que su voz cuadra mejor con las exigencias de alguno de estos compositores?
El belcanto es un poco mi centro de referencia, aunque nunca me acercará a partes con las que no me sienta cómoda o que entienda que cuadran bien con mi vocalidad. Me interesa la ópera contemporánea, siempre y cuando esté bien escrita para la voz. Hay que medir asimismo con cuidado las partes con una mayor exigencia dramática que uno incorpora. Se debe hacer en el momento justo. con un buen balance con algo posterior en lo que la voz pueda descansar de nuevo.
¿Va a ampliar su repertorio en los próximos años?
Voy a cantar Semiramide en Múnich en la temporada siguiente. También haré Didon en Les Troyens. Y volveré a cantar Ariodante. Por tanto, como ve, un repertorio que va de aquí para allá. Quizá no sea tan cómodo como tener un repertorio más especializado, porque a menudo te obliga a aprender música nueva cada poco tiempo, pero a decir verdad eso es lo que me gusta.
Ha cantado mucho en España, bien sea en Madrid, Barcelona, Oviedo, etc. ¿Qué sensaciones le trae este país?
Lo adoro. De hecho, antes de venir a esta entrevista, he firmado la compra de un apartamento aquí en Barcelona, de modo que será en esta ciudad donde tendré mi residencia europea. Creo que esto es suficientemente elocuente acerca de mis sentimientos hacia España. Me gusta su clima, su gente, su público, su comida. Es un país fantástico, de veras.
¿Se siente una especial presión cantando benlcanto en un teatro como el Liceo, con un pasado tan glorioso en este apartado?
Sí, hay una indudable presión, no diría miedo, más bien una responsabilidad de la que hay que hacerse consciente. Pero hay que aprender también a tomar distancia con este tipo de circunstancias. Algo muy importante para mí es evitar actuar de forma determinada para un público determinado. Cada público es diferente y reacciona de manera singular; en algunos sitios es más entusiasta y agradecido, en otros es más entendido y exigente, etc. Todas esas actitudes enriquecen al intérprete y lo importante, o al menos ese es mi estilo, no se hacerlo de otra manera, es hacer todo lo posible por ser uno mismo en el escenario, dando el cien por cien sea quien sea el que está ahí sentado. Pero es cierto que hay teatros con una especial vinculación con ciertos repertorios, como sucede al Liceo con el belcanto. Creo que es un teatro donde nada se regala y donde realmente hay que ganarse el respeto y el aplauso del público, a diferencia de otros lugares donde la reacción puede ser más automática. Por eso soy consciente de que me lo tengo que tomar aquí muy en serio.
Hablemos de Maria Stuarda. En alguna ocasión ha dicho que es el rol más exigente al que se ha enfrentado. ¿Desde qué punto de vista?
Vocalmente es una parte ciertamente difícil. Está llena de oportunidades para que un solista se crezca pero he tenido que trabajar muy intensamente con la parte vocal hasta hacerlo mío. Tanto por su tesitura como por su duración es un rol exigente. Es además una parte que no cesa en su intensidad, tanto dramática como vocalmente hablando. Emocionalmente es verdaderamente un tour de force. Y por eso me gusta tanto (risas). Es una mujer tan auténtica, hay tanta verdad en Maria Stuarda. Es frágil y vulnerable pero al mismo tiempo es tan fuerte, tan consistente. Cada vez que la interpreto tengo la sensación de estar encontrando algo nuevo.
¿Ha tenido alguna referencia en particular, en su acercamiento a esta parte? Pienso sobre todo en la Stuarda que hiciera otra mezzo, Janet Baker.
Siempre que me enfrento a un rol tan significativo e icónico como éste intento evitar las referencias para no tener la tentación de imitar a nadie y hacer mi propia interpretación. Claro que están ahí las referencias de Caballé, Baker, Sutherland, Devia… Gigantescas. Pero me haría un flaco favor, tanto a mí como al público, si tuviese demasiado presentes sus aproximaciones a esta parte. Por otro lado, la primera vez que tuve contacto con Maria Stuarda fue cantando de hecho la parte de Elisabetta, lo que me hizo tener ya una opinión muy determinada sobre este papel, pero justo desde el otro lado. Así que ahora he tenido que partir de cero. Empecé preparando esta parte por mi cuenta, en solitario, yo sola con el piano y la partitura de Donizetti. Quería encontrar mi camino. Después escuché la Stuarda de Janet Baker, porque ella es a decir verdad la única gran Stuarda con una voz de características semejantes a la mía. Me encontré después con las grabaciones de Caballé y Devia y evidentemente me quedé boquiabierta. Asimilé algo de todo ello, por supuseto, pero no lo he vuelto a tener presente a la hora de debutar con el rol y elaborarlo durante estos dos últimos años. Es la única manera de sentirme honesta cuando se levanta el telón. Más allá de las referencias históricas, que es obligado conocer, necesito crear el rol desde mí misma, sin imitar a nadie.
Creo que con esta producción en el Liceo es la tercera o cuarta ocasión en que interpreta el rol de Stuarda.
La cuarta, sí. Lo hice primero en Houston, después en Nueva York, después en Londres, también en concierto en Berlín, y ahora aquí en Barcelona.
¿Y cómo ha evolucionado su acercamiento al papel durante este tiempo?
Mucho. En Houston simplemente conseguí demostrarme que podía hacerlo. En Nueva York lo conquisté en un ochenta y cinco por ciento; todavía quedaba un margen importante de detalles que tenía que ajustar. En Londres sentí ya por fin que era el momento de hacerlo mío por completo, con seguridad. Y ahora en Barcelona llego con una sensación más orgánica, digamos, como si verdaderamente ya formase parte de mi. Digamos que ya no le tengo miedo (risas). Al principio sentía una mezcla difícil de explicar entre curiosidad, respeto y miedo. De alguna manera sentía que el rol no era aún mío sino que pertenecía a esos referentes que antes comentábamos, a Caballé, a Baker, etc. Ahora ya es mío también.
¿Se siente pues orgullosa y segura de su trabajo con Stuarda? Personalmente creo que es una de las partes en las que menos me ha convencido, cuando tuve ocasión de escucharle como Stuarda en Londres.
He trabajo mucho con la parte y tengo la sensación de haberme encontrado de verdad, frente a frente, con ella, con Maria Stuarda, desde un planteamiento muy humano. No diría que este orgullosa, pero creo que ofrezco una interpretación honesta y de la que me siento satisfecha. Ella forma parte de mí y yo formo parte de ella.
Creo que la versión que interpreta tiene algunos pasajes bajados, medio tono en unos casos y un tono entero en otros. ¿Es así?
Sí, es la misma versión que Janet Baker hizo en Londres con Charles Mackerras. Está en coherencia con lo que Donizetti hizo en su día. La última escena está bajada un tono y hay también un dúo bajado medio tono, si no recuerdo mal.
Las grabaciones, y las giras de conciertos posteriores, son una parte importante de su trayectoria. ¿Cómo prepara estos proyectos?
Ha sido sobre todo con el barroco y con el belcanto. La verdad es que antes que cantante de ópera como tal me siento una comunicadora, una contadora de historias. En mis discos intento precisamente contar una historia a través de la ópera. Con Stella di Napoli he querido por ejemplo viajar a ese momento fascinante de efervescencia, veinticinco años de auténtica locura. Conocemos hoy muy bien a Rossini, Donizetti y Bellini, pero no somos tan conscientes de todo el ambiente en el que su trabajo fue posible, con otros muchos compositores alrededor. Acercándome a Paccini, Valentini, Mercadante, etc. he tenido la ocasión de conocer y valorar mucho mejor todo ese contexto. Me sucedió lo mismo con Drama Queens. Al final se entiende perfectamente porque Haendel llego a estar donde estuvo. Lo mismo sucede aquí con Bellini, que llega a ser de algún modo la última pieza de toda una tradición. Y es necesario, creo, reivindicar a todos esos compositores que no alcanzaron tanta gloria pero que tienen composiciones absolutamente maravillosas. Por eso amo tanto estos proyectos discográficos y tener después la ocasión de girar con ellos en concierto ante públicos tan distintos y ciertamente curiosos, porque se trata de un repertorio nuevo para ellos. Para un intérprete es emocionante, casi diría excitante, poder llevar una música casi desconocida de nuevo sobre un escenario.
Sus conciertos tienen asimismo una imagen particular. Me refiero también a su caracterización, su vestuario, etc.
Sí, es divertido (risas). Creo que es parte de la ocasión y el público lo agradece, hasta el punto de generar cierta curiosidad por ver cómo será la estética en cada ocasión, etc. Es divertido; creo que no hay que renunciar a hacer las cosas de un modo un poco más imaginativo y extravagante cuando pueden añadir algo al espectáculo.
Dada su vinculación con Estados Unidos y su constante presencia en Europa, imagino que es una voz especialmente autorizada para hablarnos de las diferencias que encuentra entre el público a ambos lados del océano, y también el diverso funcionamiento de la ópera como negocio, digamos.
Intento no pensar demasiado en ello, si le soy sincera. Hay diferencias obvias, por supuesto. En algunos lugares son más reservados, en otros más entusiastas; hay públicos más fáciles, podríamos decir, que responden siempre con gran gratitud, y hay otros más exigentes y severos. Creo que es algo muy lógico y normal en lo que los intérpretes no debemos pensar demasiado, como le decía antes. uno tiene que aprender a sentir al público, coger sus emociones y devolvérselas transformadas a través del canto y la interpretación. Ese es quizá el reto más fascinante de esta profesión. Vivo para eso y me encanta.
El Concurso Operalia fue muy importante para usted. ¿Qué relevancia siguen teniendo hoy los concursos?
Creo que Operalia es el concurso más elocuente en este sentido. Todos y cada uno de los premiados en sus distintas ediciones cantan hoy partes importantes en los principales teatros del mundo. Y todo esto se explica en este caso por la figura de Plácido Domingo. Su pasión, su dedicación, él mismo lo envuelve todo de una fuerza incomparable. Es realmente fiel al certamen, brindando un respaldo realmente continuado a los cantantes más jóvenes.
En sus inicios probablemente el despunte de Bartoli, aunque son de la misma generación, fuese un referente para usted. ¿Cree que es un referente a día de hoy de algún modo para la gente más joven?
Realmente no lo se. Lo cierto es que recibo e-mails francamente adorables de estudiantes jóvenes. Me gustaría cultivar de algún modo más estable ese vínculo. Mi real y mayor pasión es la enseñanza, de nuevo como una forma de comunicar. Cantar, como antes decía, es mucho más que producir sonidos hermosos. Se trata de contar historias y por eso creo que es genial sentir la sensación de estar influyendo en alguna gente joven con mi propia historia; me hace muy feliz.
Tengo la sensación de que es usted una mujer francamente feliz con su trabajo, quizá incluso con su vida. Transmite de hecho esa sensación con su activa presencia en las redes sociales. Pero, ¿cuándo se le tuerce el gesto a Joyce DiDonato? ¿Cuál es son los sinsabores de esta profesión?
Aunque seguramente todos mis colegas le digan lo mismo, lo cierto es que la rutina de viajes es lo más agotador de esta profesión. Tenemos la sensación a veces de ser como nómadas. Nos genera a menudo ciertos conflictos con nosotros mismos, porque todos necesitamos tener raíces, emocionales y de todo tipo. No es fácil estar con un amigo que te necesita cuando estás a miles de kilómetros y no puedes hacer otra cosa que mantener una conversación por Skype, cuando en realidad querrías tomar un café con él. Por otro lado, con el paso de los años, uno se da cuenta de que necesita prever ciertos momentos para descansar y desconectar, para tener una vida al margen de los escenarios y gozar de cierta estabilidad emocional. Para un cantante es importante no sentirse prisionero de su trabajo. No es fácil, pero hay que trabajar muy duro para conseguir tomar aire, tomar distancias y sólo así disfrutar verdaderamente del trabajo que hacemos.
Como antes le decía estuve viendo esta misma producción de Maria Stuarda hace unos meses cuando se hizo en Londres y recuerdo que la puesta en escena fue abucheada en el estreno. ¿Cómo se siente un cantante en una situación así, cuando se abuchea de algún modo un trabajo del que ha formado parte?
Es horrible, no le voy a engañar. Cuando un equipo de personas trabajan para dar vida a una obra de arte, vaciándose durante semanas en ello, es desagradable encontrarse con una reacción así. Sólo recuerdo una ocasión, no le diré cuál, en la que me alegré de que se abuchease el trabajo del director de escena. Pero precisamente porque su trabajo había dificultado una y otra vez la labor de todos nosotros e iba de hecho en contra de la obra que teníamos entre manos, por lo que merecía ser abucheado. En esta ocasión, con esta producción de Maria Stuarda, el abucheo fue desagradable porque francamente creo que el trabajo de Moshe Leiser y Patrice Caurier es de una gran pureza y honestidad, consiguiendo que los cantantes expresemos de un modo extraordinario. Ambos habían puesto meses y meses de dedicación y esfuerzo para sacar adelante esta producción y es desasosegaste ver cómo ese trabajo resulta contestado con un abucheo. Me refiero a que es mucho más elegante y respetuoso dejar de aplaudir. Quizá sea incluso una reacción más fuerte y severa que abuchear. Se dice siempre que el público ha comprado su entrada y tiene derecho a manifestarse en un sentido u otro. Bien, es cierto, lo acepto, pero creo que hay formas y formas de manifestar desaprobación y rechazo por el trabajo de un artista. En este caso en concreto es curioso porque junto al abucheo general nos encontramos también con personas concretas que testimoniaban haberse emocionado verdaderamente con la representación. “Me he emocionado con vuestra interpretación pero la producción es terrible”, me decían. ¿Cómo puede ser eso? Si mi interpretación es la que es, y resulta emocionante, es en gran parte por el trabajo que hemos realizado con los directores de escena.
Como le decía estuve en Londres y a mí tampoco me gusto la producción. Tuve sin embargo la sensación de que es un trabajo que ofrece más a los intérpretes que al público, ¿es posible?
Es posible, es un buen punto de vista. Pero insisto en que el abucheo es una forma muy desagradable de manifestar desaprobación. Un gran silencio sería mucho más crítico.
¿Usted lee las críticas?
Sólo en ocasiones. No me obsesiono con ello. No las busco pero evidentemente llegan a mí por unas vías o por otras y siempre acabo leyendo algunas. Desde luego evito leerlas en mitad de una tanda de representaciones, para que no condicionen las funciones que están por venir. También le diré que creo saber interpretar las críticas y su particular lenguaje. Se puede aprender mucho de una crítica bien hecha, por severa que sea. Me gusta, de hecho, encontrarme con elementos sobre los que puedo poner mi atención y mejorar.
¿Cuándo regresa a España?
Hay planes para la próxima temporada, tanto con ópera como en concierto.
Foto: Pari Dukovic
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