Por David Santana / @DSantanaHL
Irlanda. Dublín. 23-I-2019. National Concert Hall. Josu de Solaun, piano; Robert Houlihan, director. RTÉ ConcertOrchestra. Marcha eslava, Concierto para piano nº1, Capriccio Italienne, Adagio de la rosa de La bella durmiente, Obertura 1812 de P. I. Chaikovski.
Los españoles no somos únicos. Nuestro carácter y nuestra cultura son muy similares a las del resto de países latinos e iberoamericanos. Pero también compartimos tanto musical como anímicamente muchas cosas con los países de la Europa oriental, prueba de ello es la facilidad con la que Rimski-Korsakov compuso su Capricho español tras pasar tan solo unos días en el puerto de Cádiz con la marina rusa, o viéndolo desde el punto de vista contrario, ¿qué me dicen de la naturalidad con la que Sorozábal engarza las diferentes melodías rusas en su Katiuska?
¿Y en cuanto al carácter? Tal vez la fanfarronería, la informalidad sean rasgos de ambos pueblos, pero yo creo que también el valor, la tenacidad, el orgullo y, ante todo, la pasión. Y aunque esto no sea una competición, he de admitir que en apasionados ganamos por mucho a los irlandeses.
Robert Houlihan dirigió a sus músicos con claridad y precisión. Cabe destacar los matices que logró sacar a la orquesta. Sin embargo, fue imposible encontrar algo de pasión, ni en el maestro ni en los miembros de la orquesta. ¿Dónde quedó el temperamento irlandés? ¿Cómo alguien que se considera músico puede permanecer impasible ante el patetismo de la música de Chaikovski? Tras una Marcha eslava que, a pesar de que fue interpretada con precisión ‒especialmente en la bien coordinada sección de cuerdas‒, no aportó nada destacable y desentonó por unos metales que no dieron todo de sí, llegó el plato fuerte: el Concierto para piano nº 1 de Chaikovski.
Con Chaikovski solo hay dos formas de hacer las cosas: dándolo todo en cada nota o haciéndolo mal. Estoy casi seguro de que Josu de Solaun es consciente de esto y, efectivamente, «puso toda la carne en el asador» con su original interpretación de esta obra. No hay duda de que el pianista valenciano es capaz de dar todas las notas, pero haciendo esto se puede conseguir, como mucho ser uno más. Pero De Solaun no es uno más.
Tocó el primer movimiento de una forma que me gustaría bautizar como «a la española»: lleno de furia en el principio ‒en un acorde me pareció incluso que golpeó el piano con el puño cerrado‒ pero a su vez con delicadeza cuando la música así lo requería. Con cierta indiferencia en las escalas que interpretaba hacia arriba y hacia abajo con una sorprendente naturalidad, pero con intensidad, pasión y cierto patetismo ‒en el buen sentido de la palabra‒ cuando la melodía se lo pedía. Definitivamente, no se reservó el con fuoco para el final.
El segundo movimiento fue una auténtica delicia, lleno de sentimiento, con notas que se alargaban hasta lo imposible, sin perder por un instante la direccionalidad de las frases. Una clase magistral de cómo hacer música, de cómo hasta un motivo mínimo puede servir para emocionar.
En cuanto al último movimiento, ¿qué decir que no haya comentado ya hablando del primero? Comenzó el motivo dancístico de esta última parte con fuerza y no hubo dos veces que sonase igual, cambios en los acentos o en la intensidad lograban que cada vez que se repetía el motivo pareciese la primera vez. En la cadencia nos mostró que 30 minutos de música rusa no son suficientes ni siquiera para empezar a hacerle sudar y, una vez más, nos demostró de lo que este genio del piano es capaz.
La orquesta, sin embargo, no estuvo a la altura del pianista, no les culpo, ya que no es en absoluto fácil estar a ese nivel. Salvo en el segundo movimiento en el que las maderas estuvieron más atentas a las interesantes propuestas melódicas que hacía de Solaun, la orquesta se dedicó a dar las notas, con lo cual el pianista tuvo que pelear para que le dejasen interpretar el concierto a su manera, dándole aún mayor mérito. Cuando la orquesta tocaba un tema con aparente indiferencia, llegaba De Solaun, lo cogía, lo moldeaba y lo hacía suyo.
En definitiva, la orquesta ofreció una actuación más propia del ejército del general Kutuzov que, batiéndose en retirada fue sorprendido por la Grande Armée francesa a las afueras de Borodinó, en las orillas del Moscova, que de los gloriosos héroes patrióticos que Chaikovski trata de representar en su Obertura 1812.
Josu de Solaun es reconocido por su conocimiento de la música de Enescu, aunque también domina a Chaikovski, tal y como demostró en el festival que lleva el nombre del compositor rumano, y a nadie le extraña esto, porque, si alguien fuera de Rusia o Rumanía puede interpretar a estos autores no es sino un español. ¿Qué por qué? Tal vez porque nos une esa rabia por haber sido denominados «periferia» frente a la alianza ‒musical y musicológica‒ entre alemanes, italianos e ingleses, tal vez por la influencia de los magyares, cíngaros, romaníes o gitanos en la cultura de nuestros países o vaya usted a saber. Lo importante es que De Solaun, desde el momento en el que sus manos se posaron en el piano, dio al público irlandés congregado en el National Concert Hall de Dublín una gran lección de tocar con pasión o, lo que es lo mismo, de hacer música.
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