Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 5-V-2021. Ciclo de Ibermúsica. Joshua Bell, violín. Steven Isserlis, violonchelo. Alessio Bax, piano. Sonata para violín y piano núm. 32 en Si bemol Mayor K. 454 de Wolfgang Amadeus Mozart. Sonata para violonchelo y piano en re menor, op. 40 de Dmitri Shostakovich. Trío para violín, violonchelo y piano, núm. 1 en re menor, op. 49, de Félix Mendelssohn.
Como ya sabemos, la pandemia tiene cerradas las salas de conciertos de todo el mundo, salvo aquí, en que a pesar de las medidas de seguridad extraordinarias, y las limitaciones en cuanto a aforo y duración de los conciertos, nos permiten mantener una cierta vida musical, que es la envidia de los melómanos de todo el mundo. Dadas las características de su programación, Ibermúsica es uno de los ciclos mas afectados, pero su capacidad de reinventarse parece no tener límites, lo que les permitió presentarnos una mini temporada de primavera muy interesante. El segundo concierto era quizás el mas atractivo a priori porque junto a tres grandes solistas -Joshua Bell, Steven Isserlis y Evgeny Kissin- traía a Madrid una especie de velada klezmer, muy habituales en ciudades como Nueva York -con tres obras de Solomon Rosowsky y Ernest Bloch que culminaba con el impresionante Trío en mi mayor, op.67 de Dmitri Shostakovich- pero difíciles de ver en Europa. A última hora Evgeny Kissin canceló por un problema familiar, así que Ibermúsica tuvo que buscar un sustituto de emergencia y lo encontró en el pianista italiano Alessio Bax, residente desde hace mas de 25 años en los EE. UU. El cambio de pianista nos trajo evidentemente un cambio de programa con músicos más asiduos en la programación -Mozart, Mendelssohn, permaneciendo del inicial solo Shostakovich - pero con obras de gran interés, y sobre todo, poco trilladas.
En sus 40 años de carrera, Joshua Bell se ha convertido en uno de los violinistas más mediáticos. Su popularidad es enorme porque una de sus máximas ha sido la de poner la música clásica al alcance de todos, no solo de los que pueden pagar entradas caras. Así que compagina su presencia en los mejores auditorios del mundo, con su participación en ciclos del tipo de los «People Symphony Concerts» del instituto Washington Irving neoyorquino -donde el precio de una butaca de patio nunca supera los ocho dólares-, con una amplia actividad política o con su participación en famosos «experimentos» como el que le propuso en 2007 el diario Washington Post, cuando tocó el violín en el metro de la capital federal, como si fuera un músico callejero más, para ver si la gente le reconocía y descubrir cuanto era capaz de recaudar. El Sr. Bell siempre ha extraído un sonido muy bello de su Stradivarius, con una afinación excepcional, y una musicalidad innata. Sin embargo, a pesar de lo anterior, nunca ha sido uno de mis violinistas de cabecera, debido quizás a que en las varias ocasiones que le he visto -siempre como solista, nunca hasta ahora en cámara-, me ha dado grandes versiones, pero ninguna de ellas ha conseguido ese punto que las convierte en inolvidables. Este miércoles sin embargo el Sr. Bell ha estado soberbio, y me atrevo a decir que si en vez de tocar en la sala sinfónica, hubiéramos estado en la de cámara, la sensación hubiera sido aun mejor.
En la mozartiana Sonata en si bemol K. 454, Bell nos cautivó un discurso musical fluido, elegante y cálido. Lo esperaba sin duda en el Andante intermedio – recomiendo a quien tenga tiempo e interés un breve programa de ambos con música de Bach, Schubert y Wieniawski en el «Violin Chanel» de youtube- donde el fraseo de Bell nos hizo vibrar y donde Alessio Bax empezó a demostrar que si bien no nos iba a hacer olvidar a Kissin -probablemente tampoco lo pretendía-, iba a ser un partenaire de muchos quilates. Los movimientos extremos fueron también de una solidez y un calor reseñables, y el dialogo que surgió entre ambos fue de poder a poder, pero tan preciso, musical y equilibrado que por momentos pareció que llevaran años tocando juntos.
Aunque no la podemos tildar de obra de juventud, la Sonata para violonchelo y piano de Dmitri Shostakovich bebe aun de esos primeros años en que el de San Petersburgo sorprendió al mundo con una mezcla explosiva de causticidad, sarcasmo, inspiración, vehemencia y lirismo que envuelto en un oficio que ya sorprendió en obras como su Primera sinfonía o esa obra maestra para el escena que es “La nariz”, derivó en uno de los lenguajes musicales mas particulares y reconocibles del S.XX. Normalmente en este tipo de obras siempre nombramos en primer lugar al chelista, pero en este caso podríamos preguntarnos «¿quién es el chelista que tocó con Alessio Bax?» Y es que el italiano se superó aún más en esta obra con un lenguaje preciso unos acentos siempre en su sitio -siempre imprescindibles pero claves en esta obra- y un sonido amplio y redondo que complementaba el bello sonido de Isserlis, y que por momentos nos llegaba con un colorido y una riqueza apabullante.
Isselis se recreó en el bellísimo sonido que extrae de su Stradivarius, cantando con nobleza y recargando las partes más melancólicas de la obra, como en el Largo intermedio, aunque eché en falta mas ironía y un toque más incisivo en el Allegro non troppo inicial, y sobre todo mayor poderío en la danza grotesca del Allegro final donde las pasó canutas frente a un Bax que para sobrevolaba la sonata.
Ambas obras hubieran justificado por si mismo el concierto, pero lo mejor estaba por venir. El Trío para violín, violonchelo y piano núm. 1 en re menor de Felix Mendelssohn es una página romántica por excelencia, con un calor mediterráneo, un lenguaje apasionado, y una belleza cautivadora, que nos dio lo mejor de los tres solistas. La compenetración entre ellos fue exquisita, los diálogos fluidos y la naturalidad del discurso fue sencillamente perfecta. Un colofón excepcional a una velada que recordaremos en el futuro, y que el público, que casi llenaba las localidades disponibles por el covid, acogió entusiasmado.
Foto: Rafa Martín / Ibermúsica
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