El tenor maltés Joseph Calleja regresaba a España tras haber cantado ya en nuestro país en al menos un par de ocasiones, en Oviedo (Maria Stuarda) y en Barcelona (L´elisir d´amore). Y regresaba para actuar en Pamplona, en el auditorio Baluarte, ofreciendo un concierto en homenaje a Mario Lanza, acompañado por la Orquesta Sinfónica de Navarra. Ambos, tenor y orquesta, comenzaban así una gira que les llevará por varias ciudades europeas con este mismo programa de arias y fragmentos orquestales.
La ocasión de este concierto era interesante para valorar la maduración y desarrollo de un tenor que sigue siendo joven, a sus 34 años, pero que acumula ya a sus espaldas una trayectoria importante. El programa escogido presentaba el repertorio central de un lírico pleno, desde Cavaradossi (Tosca) a Don José (Carmen) pasando por Werther, Duca (Rigoletto), Enzo (La Gioconda), Le Cid o Turiddu (Cavalleria Rusticana). Un repertorio, en suma, que demanda al mismo tiempo un centro pleno y bien timbrado y un agudo cómodo y desahogado, pero sin los extremos de un ligero o de un spinto.
La voz de Calleja responde a esas exigencias intermedias, aunque deja una sensación agridulce, tanto por el puro material como por el empleo que el tenor hace de él. Y es que la voz no siempre brilla como debiera, con sonidos mates aquí y allá, esporádicos sonidos abiertos y con un extraño vibrato, de caprinas resonancias, que tiende a desaparecer cuando la voz calienta y acomoda la posición. La voz es cálida, comunicativa, y sobre todo corre amplia y con presencia por la sala. Pero a cambio el intérprete es monótono, en exceso contenido, y sobre todo poco imaginativo en el fraseo. Eso, sumado a una emisión que apenas modula más allá de un constante mezzoforte, genera sensaciones de monotonía y cierta indiferencia en el oyente.
Calleja se esforzó en apianar, con éxito, en los momentos álgidos de la "Canción de la flor" de Carmen y el "Adiós a la vida" de Tosca, pero esos detalles fueron más bien la excepción en una tendencia continuada a buscar un sonido pleno antes que un canto variado. En su búsqueda de la media voz, ésta se confundía a menudo con un falsete más o menos reforzado. Se advirtió además una respiración algo incómoda y entrecortada durante la primera mitad del concierto, lo que lastró su fraseo en algunas páginas. Seguramente, la parte donde sonó más fresco, auténtico e implicado, amén de vocalmente impecable, fue el "Addio alla madre" de Turiddu en Cavalleria Rusticana. Como propinas ofreció una matizadísima "A vuchella" de Tosti y un superficial "Be my love".
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