Crítica de Agustín Achúcarro del concierto protagonizado por Josep Pons y Patricia Petibon en la temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León
El magisterio de Pons
Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 15-XII-2022. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Josep Pons. Obras: Interludio y Danza de La vida breve de Falla, Shéhérazade, Alborada del gracioso y Daphnis y Chloé de Ravel.
La música de Ravel fue la protagonista de un programa al que el director Josep Pons calificó de música española vista desde Francia. El concierto alcanzó su momento más álgido con las suites de Daphnis y Chloé. Una versión paradigmática de un director que demostró conocer a la perfección la obra y ser capaz de extraer todas las capacidades de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, que demostró que no eran precisamente pocas. A partir de ahí se llevó al máximo el juego de colores y las posibilidades que daban los instrumentos al sumarse las distintas secciones, lo que conllevó a una combinación de timbres y coloridos cada vez más sugestiva. Baste rememorar el Nocturno de la Suite nº1, con sus coloraciones y su irreal luz, y el Amanecer de la Suite nº2 con el alba, el despertar de la vida y los cantos de los pájaros. El Interludio, sugerente, con la trompa apremiante ante la llegada de la Danza guerrera, con su ritmo agitado, las oleadas de sonidos y la vibrante danza. Ya en la Suite nº2, resultó admirable la combinación de los clímax y sus contrarios, el solo de flauta o la deslumbrante Danza general, con sus efectivos cambios de ritmo. Una obra de prodigiosa orquestación de la que Pons y la Sinfónica supieron extraer su carácter sugestivo.
Antes, para iniciar el concierto, interpretaron Interludio y danza de la ópera La vida breve de Falla, electrizante desde el inicio, aunque quizá se empezara un poco a remolque ante tanta efusión. Reflejaron el cambio que propone la danza, en alusión a un final trágico.
En la raveliana Shéhérazade intervino la soprano Patricia Petibon, y posiblemente fue la obra que estuvo menos a la altura de lo que a priori cabía esperar. Petibon es una cantante que exprime hasta la última nota para darle un significado, y dio la sensación de que se volcó en realizar una visión introspectiva, buscando en cada palabra el efecto adecuado. Y esto, que en principio es algo positivo, quizá llevó a la cantante a estar demasiado volcada en alcanzar una pormenorizada descripción, lo que pudo fragmentar e impedir que consiguiera los efectos que pretendía. La voz, demasiado envuelta por la orquesta, no llegó a alcanzar la presencia vocal precisa, por lo que se vio superada por ésta. Aun así, Petibon dejó patente su capacidad artística en determinadas frases, y el valor de los aspectos cantábiles en el segundo de los poemas, La flauta encantada. En todo caso, no es fácil asumir con certeza el papel de quien describe mientras la orquesta gira a tu alrededor, y mucho menos hacerlo con un canto marcadamente estático.
Con un trazo vigoroso tocaron la Alborada del gracioso, destacando sus refrescantes citas a la guitarra y su indisimulada efusión. Y tras esta obra, llegó la ya comentada Daphnis y Chloé, que cerró el circulo de una dirección segura, profunda y dominadora del repertorio, con una orquesta que respondió precisa a la propuesta artística. Pons dirigió con la sabiduría de quien sabe mezclar lo trascendente con lo intrascendente, la anécdota con el dominio de lo global.
Un concierto pleno de momentos hermosos, que se sumergió en un universo sonoro de fogonazos tímbricos, transparencia sonora y destellos, reflejando un inmenso arco de colores, a veces nítidos y otras muchas simplemente sugeridos. Obras que también dejaron no poco trabajo a la flauta Duna Vilanova, que estuvo magnífica, al igual que el resto de los solistas.
Foto: OSCyL
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