El director de orquesta español Josep Pons ofrece su versión de La Atlántida de Manuel de Falla en el Auditorio de Castellón, al frente de la Orquesta y Coro del Palau de les Arts de Valencia
De todo hay en la viña del Señor
Por Antonio Gascó
Castellón, 4-II-2022. Auditorio de Castellón. Orquesta y Coro del Palau de les Arts, Ravel, Daphnis & Chloe. Falla La Atlántida. Director Josep Pons.
Viene a cuento la frase que rotula este comentario, atribuida a un sermón de Fray Hortensio de Paravicino, por cuanto en la glosa del concierto que ofrecieron la Orquesta y Coro del Palau de les Arts, en el Auditori de Castelló, habría que establecer tres apartados: Orquesta, coro y director y, a tenor de ellos, reseñar pros y contras.
La agrupación instrumental sigue manteniendo mucha de la posición de privilegio alcanzada ya al poco de constituirse, bajo la rectoría de Lorin Maazel, que escogió a todos y cada uno de los instrumentistas. Es cierto que de los fundadores hoy quedará un cuarenta por ciento, pero da la impresión que ese porcentaje tiene el suficiente peso, como para enquimerar a los sustitutos en un nivel de gran altura profesional. No es extraño que siempre sea un placer escuchar a esta agrupación, que ayer formó convenientemente ampliada para dar cuenta, con toda su dignidad y carácter, de las dos obras del programa. Singularmente, la que ocupó la primera parte.
Estos mismos elogios podrían por igual utilizarse para definir al coro. Su director el maestro Perales elige a sus componentes, aparte de por la calidad de sus voces, por la cuadratura, la afinación, la vocalización, la facilidad de integración, su musicalidad y la adaptación a todo tipo, de músicas, desde el gregoriano a las partituras de Thomas Adès. Escuchar a la agrupación a capella o con el concurso de una orquesta ubicada en el escenario o el golfo místico, siempre es una satisfacción, como, sin duda, lo fue su intervención en el concierto castellonense del viernes día cuatro.
Bien y llegamos a la batuta. Josep Pons es un director al que hemos escuchado en varias ocasiones y de quien siempre hemos de elogiar su pormenorización, su gusto por el equilibrio de planos, la intención de precisar la percepción de cada nota y la escrupulosidad en la precisión del gesto. Es siempre un profesional seguro que nunca defrauda. Se diría que pertenece a los criterios de la vieja escuela de Toscanini, aunque no coincide con él en la premura de sus tiempos, bien al contrario.
Eligió un programa muy interesante con dos piezas reveladoras de la calidad de los intérpretes y el criterio directoral, al par que son paradigmáticas en su género y muy coincidentes en criterios estilísticos y cronológicos. Las dos Suites de Daphnis & Chloe de Ravel y La Atlántida de Falla. Ambas, sobre todo la primera, requieren de agrupaciones amplias. Muchos asistentes que miden la calidad de las orquestas por el número de sus componentes, salían como muy satisfechos por la imponente sensación visual que ofrecían tantos smokings y trajes negros sobre las tablas. Eso se llama escuchar con los ojos.
Y bien, entremos en materia. Coros y orquesta ofrecieron un Ravel muy sugestivo de timbres, atmósferas, colores y matiz. El nocturno inicial, que en verdad no es sino la Danza de las ninfas del ballet previsto para Diáguilev, pese a estar bien resuelto, adoleció de falta de sugestión y de ensalmo, en la propuesta de la batuta. Asimismo, de atmósfera ambiental. El ulular del coro logrando con las voces un vaporoso aliento instrumental, no se vio resueltamente arropado con los enigmáticos divisis de las escalas en semifusas. Elogiable el coro con las voces en lejanía ambientales y arrulladoras y muy bien delineado el melodismo de las sopranos, a las que acompañan las contraltos a partir del sexto compás. Las disonancias con inarmónicos en segundas sonaron a salmodiado sortilegio. Las incisiones de trompetas y trompas fueron, aunque correctas, en exceso presentes. Faltó ese arcaísmo que pide una música que pinta una escena mítica de la mitología latina. Uno echó de menos arrebato y clamor heroico en la danza guerrera. Me gusta mucho como resuelve Dutoit ese pasaje. Asimismo, faltó determinación en el ritmo de los tresillos de corchea y negra. Ritmo que debe mantenerse, haciéndose obsesivo hasta el «un peu moins animé», en que empiezan a alternarse los contrastes rítmicos. Hubo exceso de unidad.
En las escalas de clarinetes y flautas que inician el Amanecer de la segunda suite para pasar a las ondulaciones de primeros y segundos en divisi, no hubo evocación y sensualidad. Sí fueron radiantes, con el apoyo de un coro intenso de denuedos, los compases que anteceden a los doce del calmoso final que enlaza con la Pantomima. Aquí, al elogiable gorjeo enamorado de la flauta careció de palpitante apoyo sensitivo de toda la sección de arcos. Este fragmento reclama erotismo, sugestión, antojos, ensueños, evocaciones míticas, que no en balde el argumento está extraído de un sensitivo relato de Longo de Lesbos. La conclusiva a danza general, en los primeros compases, estuvo menguada de sorpresa y de obsesión en el ritmo. Intervino con acierto, eso sí, toda la sección de maderas, con flauta baja inclusive y trombones y también la cuerda, pero, a quien esto escribe, el pulso le sugiere la alegría pertinaz de una tarantela. Y eso no lo percibió.
La Atlántida la ha tenido muchas veces el director en su atril. Si ir más lejos con el coro valenciano la ofreció en el festival de Granada, ya hace unos años. La conoce y le saca provecho. En la partitura se superponen heterogéneos modos, poliritmos y tonalidades cismáticas, lo cual permite pródigas modulaciones. Eso lo tuvo muy claro la batuta. Es decir, estuvo resuelta de concepto, pero, asimismo, falta de sensaciones. El colectivo de Paco Perales, fue el gran protagonista de la versión, junto con una orquesta empecinada en que las cosas salieran bien, ofreciendo más arrobamiento del que se le demandaba. La coral matizó la visión sombría del continente sumergido, aunque faltaban los acentos abisales de la sección instrumental, empezando por los denodados primeros compases de talante épico, en la armadura arcaica de La, que también sostiene la tercera parte. El Hymnus Hispanicus, en su palpitación de antifonario, registró desinencias del gregoriano.
L'incendi dels Pirineus en árdidos contrapuntos lo bordó el coro con sus agresivos melismas de tragedia. ¡Qué magnitud y centelleos tuvieron las voces! Por su parte el corifeo de Damián del Castillo, con una voz roma, entubada y de nulo timbre, anduvo falto de contrastes interpretativos ya desde ese momento, hasta la conclusión. Es cierto que cantó medido, pero no lo es menos que con escaso impacto. La mezzo Maite Beaumont en el aria de Pirene puso de manifiesto el lirismo consubstancial a ese texto elegiaco monteverdiano, que Falla acompaña en un semblante de procesión y que el coro le concede un aliento responsorial en una armonización traslúcida. El Càntic a Barcelona, estuvo engastado en la mejor tradición de polifonía del renacimiento, pero con una armonización politonalista de evocación modal, que bien casaba con el espíritu egregio de su titulación como hija de Alcide.
El coro en la profecía de Séneca en latín y catalán a partir de Misatger de l’Altisim, pasó de las desinencias antifonales a la majestad de exaltación.
Nuria Rial, avispada, de voz límpida y expresión llena de exquisiteces en El sueño de Isabel, haciendo evocar a uno, acentos del canto renacentista. En la Salve el coro entendió con unción el propósito del autor de poner cromatismos polimodales a la polifonía de los Victoria, Morales y Guerrero. Perales en esos menesteres se las pinta solo. Asimismo, el fragmento final La nit suprema, tiene también herencias de la polifonía religiosa del medievo y del siglo XVI. Excelentes las sopranos en su introducción de fervorosa modulación.: «El silenci august», y los varones constituyendo un eco de su plegaria. La orquesta presentó un postulado organístico.
La versión sostuvo en toda la obra el acento hispánico que Falla quería otorgar a su música; asimismo la turbación dramática de los años de crisis, en la década de los 30, se percibió en el postulado de himno constante y en las arriesgadas armaduras de la pauta, politonales, inarmónicas y modales
Pons conoce bien el oficio y lo ejerce con dignidad; sabe imponerse a los instrumentistas y a las voces que tierne delante, pero sin ensueño. Es analítico, pero insípido; meticuloso, pero no imaginativo; claro de ideario y de gesto, pero no intuitivo; expresivo, pero tópico; fiel al texto, pero no creativo, ni imaginativo. En resumen, ofreció un programa de indudable calidad interpretativa, pero falto de seducción.
Foto: Igor Cortadellas
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