Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona. 11-XI-2018. Gran Teatro del Liceo. Katia Kabanova (Leos Janacek). Patrica Racette (Katia Kabanova), Nikolai Schukoff (Boris Grigórievitx), Rosie Aldridge (Kabanicha), Francisco Vas (Tichon), Michaela Selinger (Varvara), Antonio Lozano (Vania), Alexander Teliga (Díkoi), Mireia Pinto (Glaixa). Orquesta y Coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección Musical: Josep Pons. Dirección de escena. David Alden.
Después de presenciar el sábado día 10 en La casa de Bernarda Alba representada en el Teatro de la Zarzuela, las trágicas consecuencias en un grupo de mujeres de la opresión, la moral hipócrita y represiva y el fanatismo religioso, el domingo por la mañana marché a Barcelona donde me esperaba el sufrimiento, la tremenda angustia –provocada por similares razones- de otra mujer, esta vez sólo una, pero que simboliza a tantas. Se trata de Katia Kabanova (Brno, 1921), una de las obras maestras del genial compositor moravo Leos Janacek.
El músico nacido en Hukvaldy recogió el testigo de Bedrich Smetana y Antonín Dvorák, principales protagonistas de la ópera romántica checa, sin olvidar a Zdenek Fibich. Leos Janacek, al que el éxito y la gran madurez y maestría creadora le llegaría tarde (a partir de los 50 años de edad, siendo Jenufa su primer gran éxito gracias a la difusión que le procuró la traducción alemana de Max Brod) combina -con una enorme personalidad propia- un proverbial sentido de la concisión, un gran instinto y sentido teatral, una casi obsesión por la prosodia de la lengua checa (incluso se dedicaba a tomar notas por la calle de las inflexiones del habla de las gentes) junto con elementos del folklore popular, todo ello con una influencia indudable de la escuela llamada verista-naturalista italiana y particularmente, Giacomo Puccini, resultando su Madama butterfly un importante influjo de cara a la gestación de Katia Kabanova, cuyo libreto de Vincenc Cervinka se basa en el drama La tempestad de Alexander Ostrovski.
La anterior ocasión que se programó Katia Kabanova en el Liceo fue en el año 2002 con una producción de Christophe Marthaler (desnortada, aquella ambientada en un bloque de pisos), dirección musical de Sylvain Cambreling (falta de voltaje teatral) y el protagonismo de Angela Denoke y Jane Henschel. Pues bien, el que suscribe, que estuvo presente en una de aquellas funciones, ha salido esta vez más satisfecho con el resultado artístico obtenido en todos los conceptos.
Una baza esencial de la representación que aquí se reseña es la magnífica producción de David Alden. El montaje -ambientado en la época que se estrena la ópera-, con una escenografía –firmada por Charles Edwards- austera, desnuda, con amplios espacios abiertos, que evoca con una fuerza dramática demoledora la desolación, el tremendo sufrimiento que encierra esta ópera. Entre los escasos elementos escénicos una salpicadura de agua al fondo del escenario que simboliza el Volga omnipresente, un icono en la casa de los Kabanov, que simboliza la religiosidad inflexible y opresiva, así como, en el acto tercero, un diablo con un tridente que evoca el sentimiento de pecado y de culpa que atormenta a la protagonista. El escenario inclinado, los muy expresionistas juegos de sombras, la magnífica iluminación y estupendo vestuario, la muy trabajada caracterización de personajes y dirección de actores, todo, contribuye a crear esa atmósfera de angustia, de conmoción, en definitiva, de gran impacto teatral e irresistibles fuerza y verdad dramática.
Junto a la puesta en escena de David Alden, la principal responsable de la alta temperatura dramática de la representación fue la soprano Patricia Racette, que firmó una gran creación, muy emotiva, del personaje de Katia Kabanova, indudable protagonista absoluta de la ópera. En el ámbito vocal el centro de la soprano norteamericana resulta atractivo, con cierto cuerpo y esmalte, sin embargo el agudo, tensionado y problemático, no está resuelto técnicamente. Peccata minuta en una escritura que sólo lo demanda puntualmente. Racette, en una labor de enorme penetración psicológica y sin caer en exceso alguno, supo transmitir todas las aristas y complejidad del personaje. La angustia de una mujer encerrada, reprimida y hastiada, que sufre a una suegra despótica y cruel y a un marido débil, pusilánime, totalmente dominado por su madre. También puso de relieve los momentos soñadores –esa fabulosa escena del segundo cuadro del primer acto- en que Katia sueña ser un pájaro, como símbolo de esa anhelada libertad, para poder volar lejos de esa irrespirable reclusión. Esa pasión reprimida que explota en el encuentro con Boris en el segundo acto, hacia cuyos brazos se lanza y con quien culmina un apasionado dúo a continuación, pleno de lirismo y e intensidad, en el que Katia desborda todo ese ardor cohibido que lleva dentro. Esta gran caracterización por parte de Patricia Racette culminó en un emocionante y conmovedor acto tercero, del que cabe destacar dos momentos: cuando el insoportable sentimiento de culpa obliga a Katia a confesar su pecado justo en el instante en que la tormenta llega a su clímax (genial momento de potencia teatral, de imbricación música-drama a cargo de Janacek ) y la impactante manera en que se arrojó al Volga para acabar con su vida. Memorable.
Buen Boris el del tenor austríaco Nikolai Schukoff, mucho más entonado y motivado que en su reciente intervención en The Bassarids con la Orquesta Nacional de España. Sus modos canoros no destacaron por la elegancia, pero el timbre sonó suficientemente lozano y sonoro, con acentos apropiadamente arrebatados. Más bien plana la Kabanicha de Rosie Aldridge, falta de autoridad, de personalidad, de fibra dramática, escasamente odiosa. Y es una pena porque es un personaje muy importante. Espléndida tanto en lo vocal –voces juveniles y bien emitidas- como en lo interpretativo la joven pareja de enamorados formada por la Varvara de Mihaela Selinger y el Vania de Antonio Lozano. Gran mérito, además, el del tenor murciano, al enfrentarse a un idioma, a una prosodia, tan compleja y ajena como la de la lengua checa. Elogio extrapolable, lógicamente, al tenor aragonés Francisco Vas, que si bien cada vez suena más liviano y filiforme, volvió a encarnar de manera infalible otro personaje, esta vez el de Tichon, el apocado marido de Katia.
Josep Pons no fue capaz de superar las limitaciones de una orquesta en horas bajas –que parece incapaz de la más mínima sutilidad y refinamiento tímbrico-, con lo que no pudieron escucharse las hermosas sonoridades, detalles y colorido de la orquestación de Janacek. Eso sí, el trabajo de Pons, al menos, logró un discurso coherente y fluido con unos mínimos en cuanto a atmósferas y tensión teatral, algo fundamental en Katia Kabanova, una obra en la que todos los elementos puestos en juego por su autor tienen una finalidad teatral. El público ovaciónó con entusiasmo al final de la obra, con especial intensidad a la protagonista Patricia Racette.
Foto: A. Bofill
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