Crítica: José María Moreno dirige el «Réquiem» de Verdi en Málaga

Gran versión del Réquiem de Verdi

Por José Antonio Cantón
Málaga, 08-IV-2022.Teatro Cervantes. Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM). Solistas: Carmen Solís (soprano), María Luisa Corbacho (mezzo-soprano), Joel Montero (tenor) y Javier Castañeda (barítono). Coro de Ópera de Málaga (María del Mar Muñoz Varo - directora) y Coro del Teatro Villamarta de Jerez (José Miguel Román y Rebeca Barea - directores). Director: José María Moreno. Obra: Messa da Requiem de Giuseppe Verdi.

   Un trabajo ímprobo de gran altura artística y profesional ha tenido que desarrollar José María Moreno en la preparación de una de las obras más retadoras del repertorio sacro romántico como está considerada la monumental Messa da Requiem de Giuseppe Verdi, todo un verdadero desafío para el compositor, inmerso en una cultura ética donde imperaba la moral católica, cuando se producía el advenimiento de la burguesía progresista liberal y aparecía la llamada primera Sinistra en el proceso republicano italiano, todo ello simultáneamente a la caída de los Estados Pontificios. En ese contexto histórico-social Verdi se plantea componer en 1873 una gran elegía musical en memoria del gran poeta milanés Alessandro Manzoni, gloria literaria de la emergente nueva patria itálica, fallecido ese mismo año.

   Trasladar todas esas influencias externas a la estructura del singular rito eucarístico, partiendo paradójicamente de lo poco convencido que el compositor estaba de la dogmática clerical surgida del tridentino Primer Concilio Vaticano, representa una gran dificultad para todo director que se proponga montar esta obra tocada de manifiestos reflejos profanos que tienden a distanciarla de la particular ortodoxia litúrgica de la misa canónica. En un difícil equilibrio entre dramaticidad y espiritualidad hay que entender el planteamiento que ha realizado en esta versión el maestro Moreno en su deseo de singularizar el programa del Concierto de Semana Santa de la OFM en la presente temporada.

   El sobrecogimiento con el que inició el Introito iba a marcar en gran medida el carácter de la interpretación general de la obra, realizada desde una perspectiva y determinante proyección estrictamente musicales, cuidando no caer siquiera en ese imaginable efectismo escénico tan necesario y consustancial al teatro lírico que de forma casi irremediable incita al montaje de esta obra. En este sentido fue dando protagonismo a cada uno de los elementos participantes, haciendo una clara distinción en el Kirie entre solistas y coro, lo que enfatizaba la intención del autor de dimensionar con esta invocación a Dios toda la magnitud sonora disponible. Este planteamiento de compartimentar los distintos números de las siete partes en la que se divide este réquiem, se mantuvo como línea fundamental a seguir a lo largo de su desarrollo. Tuvo su previa confirmación en los diez números que conforman Sequentia empezando por el Dies Irae, momento trágico por excelencia donde se puso a prueba el buen trabajo de preparación coral realizado por los directores respectivos de cada coro y la excelente a la vez que complicada conjunción coral alcanzada finalmente por el maestro Moreno, que supo encontrar esa difícil encrucijada sombría y amenazadora que propone el compositor, alejada, por ejemplo, de la intención exultante de la marcha triunfal de Aida, desarrollando un proporcionado potencial gestual que se hacía visible en la batuta del director.

   La primera intervención de Javier Castañeda, Mors stupebit, dejó de manifiesto la calidad de este bajo-barítono palentino dando la sensación de que jugaba en un nivel de dominio canoro de alta naturalidad de emisión y perfecta vocalización, al elevar esa capacidad sustancial necesaria en la transmisión del sentimiento que requiere este pasaje. La contralto balear María Luisa Corbacho demostró cómo controlaba su cometido en la obra ya desde su primera intervención, Liber scriptus, asegurando en todo momento la colocación vocal en este pasaje de extendida registración y muy contrastada dinámica, consiguiendo ser un estímulo referencial del coro en perfecto equilibrio con la orquesta. En el terceto Quid sum miser se pudieron singularizar con mejor determinación que en el Kirie las voces de la soprano extremeña Carmen Solís y del tenor Joel Montero, llegando ella a su punto culminante de brillantez expresiva en el posterior Libera me, ya concluyendo la obra, y el cantante mexicano, anteriormente, en Ingemisco, desarrollando un sentido implorante de destacada musicalidad en su canto, al que siguió una magnífica interpretación de Confutatis a cargo del barítono, en el que subieron los enteros dramáticos de la obra a un importante grado de musicalidad. Los solistas brillaron en Lacrimosa cerrando con brillantez la extensa parte de Sequentia así como en los números subsiguientes hasta la finalización del concierto. 

   Como conclusión, hay que indicar que tanto la orquesta como el coro mostraron fluida agilidad en el pasaje fugado del final de Libera me, con una destacada intervención de los metales y la percusión proyectándose hacia el final de este asombroso  réquiem que quedaba como suspendido en el espacio durante su prolongado  último silencio, que quiso enfatizar el director, rubricando una demostración de la mística satisfacción del maestro José María Moreno con la traducción y montaje conseguidos, logrando que la liturgia se convirtiera en el vehículo de una laica concentración espiritual de todos los intérpretes con independencia de creencias y convicciones religiosas. Sin duda, de tal modo materializó uno de los más destacados conciertos de Semana Santa de la historia reciente de la Orquesta Filarmónica de Málaga.

Foto: Filarmónica de Málaga