Por Alejandro Martínez
26/04/14 Bilbao. Teatro Arriaga. Kolonovits: El juez. José Carreras, Sabina Puértolas, José Luis Sola, Carlo Colombara, Ana Ibarra, María José Suárez, Milagros Martín y otros. David Giménez, dir. musical. Emilio Sagi, dir. de escena.
Mucho hemos meditado en torno al título de esta crítica, y es que asuntos más importantes de lo que pudiera parecer a primera vista se ventilaban en torno al estreno de El Juez de Kolonovits en el Teatro Arriaga de Bilbao. El ambiente del teatro, lleno de “extraños”, austriacos abundantes, engalanados con derroche, delataba lo extraordinario de la velada. Emilio Sagi se apuntaba sin duda un tanto en su dirección artística con este evento de interés internacional, al margen de cual fuera el resultado final. Sin duda el regreso de José Carreras a los escenarios, tras casi quince años de ausencia, prácticamente retirado de hecho de la lírica, generaba tantas dudas como expectativas. Incluso una malsana curiosidad, un cierto morbo, por ver si el tenor catalán sabía lo que hacía o se prestaba más bien a una suerte de suicidio público. Y lo cierto esa que Carreras sorprendió a todos, desde luego a quien firma estas líneas, habida cuenta de la solvencia de su labor. Se enfrentaba a un papel hecho a su medida, es cierto, muy central, semideclamado a veces, pero donde sin duda dejó entrever al gran cantante que fue en sus ya lejanos días de plenitud, con ese timbre carismático, ese centro preciado y ese fraseo siempre entregado, nunca inane. La voz está generalmente agotada, eso es evidente, y cualquier tesitura más exigente que la que aquí enfrentaba le haría naufragar en un escenario. Pero consiguió Carreras lo que quizá pretendía: regresar a los escenarios con dignidad, encontrando el cariño de un público que reconocía su trayectoria y sus años de plenitud.
Por otro lado, se estrenaba una ópera con un primer y evidente atractivo, habida cuenta del tema que articula su libreto, el robo de niños durante la dictadura franquista, pero con importantes dudas sobre su entidad musical, dada la trayectoria de su compositor, el austriaco Christian Kolonovits, más bregado en otras lides (música para cine, arreglos orquestales e incluso música pop, con la que estuvo presente en Eurovision). Lo cierto es que para El juez no logró Kolonovits otra cosa que un pastiche irregular de estilos poco definidos y dispares, desde el musical de Broadway al estilo de Bernstein pasando por el verismo italiano y el lenguaje de la música pop. Seguramente, esta decepción arranque de un libreto imposible, firmado por Angelika Messner; una suma de lugares comunes, reducciones tópicas y eslóganes fáciles (terrible el reiterado “sistema cruel” que entonaba Carreras). Francamente decepcionante, pierde la ocasión de un abordaje teatral de un tema con una naturaleza muy poco dada a los escenarios. El libreto es largo en exceso, generalmente tedioso, superficial y muy poco estimulante. Ninguno de los personajes está nítidamente definido, además, ni siquiera el supuesto protagonista, el juez que encarna Carreras. Y el conflicto propiamente dicho no consigue un dinamismo teatral y queda apenas en una tremebunda y trágica huida hacia adelante, más propia de un culebrón, de un melodrama de serie B, que de una ópera de actualidad narrativa, como parecía pretender este estreno. Lo que podría haber sido un logrado libreto sobre un tema de gran actualidad e interés se queda en un intento tan frustrado como frustrante.
Vocalmente, al margen de lo ya dicho sobre Carreras, no cabe más que felicitar a dos cantantes españoles como Sabina Puértolas y José Luis Sola, capaces de ofrecer una suma tan solvente de juventud interpretativa y madurez técnica. Sus respectivas partes vocales no están nada bien escritas, dicho sea de paso, con agudos colocados a la buena de dios, sin tener en cuenta la articulación del texto en castellano. Ana Ibarra fue sin duda la solista más carismática y entregada, quizá la única que se encontraba de hecho con un papel bien definido al que dar voz, el de la Abadesa. Lo mismo cabe decir de un Colombara en su salsa como Morales, haciendo de malo malísimo, con una parte de nuevo muy central y a menudo declamada. Gajes del oficio, su pistola de atrezzo falló al disparar a Alberto, lo que produjo unos instantes de incómoda incredulidad en escena. Buen trabajo en conjunto de los comprimarios Milagros Martín (Mujer Mayor), Manel Esteve (Paco), Itziar de Unda (Monja) y María José Suárez (María y Monja).
El trabajo de Sagi aquí, aunque solvente, no es memorable, y se ve de algún modo lastrado por el estatismo del propio libreto. Tampoco la escenografía de Daniel Bianco, demasiado cerrada sobre sí misma, ayuda a ir más allá. Interpretaron con general solvencia la Orquesta BIOS y el Coro Rossini, a las órdenes de un David Giménez eficaz pero sin alardes, más bien anónimo. El balance, pues, del conjunto de este estreno, se cifra en esas sonrisas y lágrimas con que encabezábamos esta crítica. La sonrisa por ver a un Carreras digno y solvente, por poco exigente que fuera la empresa para él; y las lágrimas ante la decepcionante suma de partitura y libreto.
Foto: EFE
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