El legendario pianista cubajo Jorge Luis Prats vuelve al Principado de Asturias para ofrecer su versión del Concierto nº 1 para piano y orquesta de Chaikovski con la Sinfónica del Principado de Asturias bajo la dirección de Josep Caballé.
Prats o el triunfo de la Hispanidad
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Gijón y Oviedo, 7 y 8-X-2021. Temporada de «Otoño» de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Jorge Luis Prats, piano. Josep Caballé, director. Obras de Chaikovski y Stravinsky.
Seguramente Jorge Luis Prats sea uno de los más importantes representantes musicales de lo que podemos llamar Hispanidad en Música. Es una hispanidad triunfante, fulgurante, que ha logrado construir con naturalidad a ambos lados del Atlántico un mensaje musical único, hispano cubano, cubano español o, simplemente, hispano. Es oír tocar a Prats Siempre en mi corazón de Lecuona y encontrar algo profundamente emotivo y grande que invita al abrazo, el de Omara Portuondo y Prats poniendo en sonido esta obra, un abrazo firme y cálido, de hermanos de sangre y cultura, un abrazo irrompible a pesar de las tensiones y el sinsentido que hoy existe y, por desgracia, siempre existirá. Jorge Luis Prats ha recalcado en numerosas ocasiones lo valioso de la Iberia de Albéniz, que él entiende tan bien desde sus raíces cubanas.
A Prats hay que concederle, si no oficialmente sí en ejercicio, la creación de una especie de escuela pianística hispana, universidad que se ve y se siente a través de las manos de esta leyenda del piano, de este hombre sin miedo, de este hispano arcano y sentimental. ¿Quién conocía en Europa, en España, el nombre de José María Vitier hasta que Prats perfeccionó, con sus fuertes manos doradas de recolector de azúcar esa obra maestra, en realidad, de Vitier-Prats, que es el Preludio a Sofía. Gracias a Prats y a sus milagrosas, excitantes y emotivas propinas, conocemos mejor cómo se debe tocar a Ernesto Lecuona, otro genio hispanoamericano a reivindicar.
El mismo Prats, con su sonido ora sedoso y sutil, ora contundente y poderoso, se nos muestra como una crítica a la pusilanimidad pianística estilo Igor Levit y una larga lista de pusilánimes millennials que tocan el piano con tal amaneramiento y apariencia sensible, cuando no falsamente académica, con tal cuidado por no estropear «lo sagrado», que a quien esto escribe le resulta imposible escucharles tres segundos sin torcer el gesto. ¿Pero qué importa si en el transcurso de la interpretación de una de las más fascinantes obras de la historia se rompe alguna cuerda de piano a fuerza de pasión y mostrar el dolor del mundo, su brutalidad o desesperación con la fuerza de un titán? Al contrario. Con Prats, es el todo o la nada, la valentía y el riesgo, ya sea en lo virtuoso, sutil o lo grandioso. Qué perspectiva artística tan estimulante la de Prats, al contrario de las de tantos pianistas que huyen acomplejados de cualquier tipo de riesgo, y tiemblan nerviosos ante la más mínima nota falsa o atisbo de fantasía más allá de la fría partitura. Prats es, qué duda cabe, un titán del piano, un gigante de manos fuertes y musculadas que sabe de verdad y hasta límites prohibidos lo que fue el hombre y lo que se ha perdido de él.
Jorge Luis Prats volvió al Principado de Asturias tres años después, tras tocar en 2018 el Primero de Chaikovski con la Oviedo Filarmonía y su titular, Lucas Macías, para volver a hacer la misma obra en la temporada de «Otoño» de la Sinfónica de Principado de Asturias, en Gijón y Oviedo, a las órdenes de Josep Caballé. No hubiera sido mala idea ofrecerle hacer un Rajmáninov, por ejemplo, en vez de repetir partitura, con vistas a mostrar al público asturiano otra faceta importante del artista, un referencia en el repertorio ruso, que hace de una manera distintiva, personal, hispana.
El concierto en Gijón no estuvo bien dirigido. La acústica del Teatro Jovellanos es mala por su sequedad y Josep Caballé pidió a los músicos tibieza y sutileza de sonido cuando lo que procedía era justo lo contrario, mucha más precisión, entrega y un sonido más enfático. Hay errores que no tienen importancia y otros que sí. La falta de claridad a la hora de marcar la ya legendaria entrada de las trompas en esta obra generó una mala sensación desde el comienzo que hizo incómoda la cita. En Oviedo fue todo mucho mejor. Seguramente consciente de las discretas prestaciones ofrecidas en el Jovellanos, Caballé ensayó con la orquesta hasta casi el mismo momento del concierto en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, recinto de reverberación profiláctica que algún técnico podría en algún momento intentar matizar para perfeccionar la acústica de un edificio con gran potencial. En Oviedo el concierto fue de altura, con un Prats magistral, vibrante, sensual y virtuoso, haciendo temblar las bases del edificio con su aura musical, para sorpresa de músicos y público, que pocas veces habrá sentido el sonido del piano tan poderoso, sensible, cálido, cercano.
Fueron preciosas las propinas, cuatro en Gijón, tres en Oviedo: Soledad, de las Habaneras cubanas de Ignacio Cervantes; la refinadísima y estilizada Marzurka glissando de Lecuona, que Prats ya ha convertido en un clásico gracias a su magistral interpretación, a la vez siempre igual y distinta: como tiene que ser. También el arreglo de Liszt de Liebestod del Tristán, partitura en la que el legendario pianista cubano exhibe unos contrastes dinámicos sobrecogedores; o la propia Malagueña de Lecuona, única obra que repitió en Oviedo, para nuestro regocijo y el de un público entregado al arte con mayúsculas de uno de los más fascinantes y oraculares pianistas del presente.
La segunda parte del concierto estuvo dedicada a la genial Consagración de la primavera, que Josep Caballé ofreció con gran solvencia. Muti ha descrito en alguna ocasión el trabajo de un director como el de alguien capaz de coger el alma de los músicos en sus manos. La OSPA no parecía en esta ocasión estar del todo con Josep Caballé, director que ya tiene una importante trayectoria, tras haber sido titular en entidades como la Ópera de Halle o la Filarmónica de Bogotá. No fue una versión brillante, pero Caballé sí ofreció una meritoria lectura desgranando los entresijos de una partitura dificilísima para cualquier director. Los músicos también estuvieron a la altura en las importantes partes solistas, comenzando por el famoso inicio del fagot en el registro agudo. El resultado fue, a nuestro juicio, merecedor de una despedida más afectuosa de los músicos de la orquesta hacia el trabajo de Josep Caballé.
El concertino imvitado de la OSPA, Benjamin Ziervogel, (la orquesta sigue en su interminable búsqueda de concertino y director titular) estuvo brillante a lo largo de los conciertos, y humano y certero al despedirse de Prats: «Maestro, me ha llegado al corazón», le dijo, llevándose la mano al pecho.
Fotos: Carolina Santos / OSPA
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