Crítica del recital ofrecido por Jorge de León y Mónica Conesa en el Teatro de la Zarzuela
Así se internacionaliza la Zarzuela
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid, 6-II-2024. Teatro de la Zarzuela. Recital de Zarzuela. Obras de Federico Moreno Torroba (1891-1982), José Serrano (1873-1941), Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894), Anselmo González del Valle (1852-1911), Reveriano Soutullo (1880-1932), Juan Vert (1890-1931), Rodrigo Prats (1909-1980), Ernesto Lecuona (1895-1963), Gonzalo Roig (1890-1970). Mónica Conesa (soprano), Jorge de León (tenor), Juan francisco Parra (piano).
Una expectación inusitada era la que se vivía en el coliseo de la Calle de Jovellanos antes y después del recital de zarzuela que interpretaron el tenor tinerfeño Jorge de León (1970) y, como debutante en el Teatro de la Zarzuela, la soprano cubano-estadounidense Mónica Conesa (1996), acompañados por el pianista Juan Francisco Parra, con las entradas ya agotadas desde semanas antes. Aunque todos sabemos que la zarzuela es teatro y que los recitales se quedan siempre cortos -porque falta la escena y la orquesta- es un medio relativamente fácil por el cuál dar a conocer repertorios menos ejercitados que luego puedan conducir a representaciones con todos los mimbres.
De esta manera, la necesidad de este tipo de conciertos se prevé en aumento porque aunque naciera en España, el género de teatro lírico denominado como zarzuela, al poco tiempo de su aparición, se extendió a la casi totalidad del mundo hispánico. México, junto con Cuba, fueron de hecho los países donde más caló el género, dando paso a la internacionalización de la zarzuela por parte de artistas y empresarios a ambos lados del charco. Dicha internacionalización, conjuntamente con el conocimiento y divulgación del repertorio histórico -recordemos que la zarzuela nació en el siglo XVII y evolucionó en diversas etapas que deberían conocerse-, así como con la creación de una específica Escuela de Zarzuela son tres -de otras tantas- asignaturas pendientes en el apoyo de nuestro género lírico.
Fue sólo hace unos días cuando se ha aprobado por parte del Ministerio de Cultura, en colaboración con las comunidades autónomas, la declaración de la zarzuela como Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, contribuyendo así a la conservación, protección y normalización del género a través de la Dirección General de Patrimonio Cultural y Bellas artes, pasos previos necesarios para poder ser elevados a la Unesco y conseguir, finalmente, el galardón de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad que le aportará -además de la internacionalización- una Universalidad que -a nuestro juicio- siempre le ha correspondido intrínsecamente de forma secular.
Esperemos que se cumplan los buenos deseos -que en realidad son obligaciones- lanzados desde dicho ministerio, como reza en su comunicado: «Sin embargo, la zarzuela se enfrenta a múltiples riesgos y amenazas, como la escasez de obras contemporáneas, el problema en el relevo de intérpretes, el envejecimiento de la edad media del público y la dificultad en atraer a las nuevas generaciones, así como la escasa representación de zarzuelas dentro de los ciclos musicales. En este sentido, su declaración como Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de España contribuye a su consideración social, al interés del público general y a su salvaguarda frente a los riesgos a los que se enfrenta». Repetimos: CÚMPLASE.
En el recital, de interesante concepción, se escucharon dúos y romanzas paradigmáticas y muy conocidas del repertorio español. En cuanto al repertorio cubano, estuvo encuadrado por cuatro zarzuelas -Soledad y Amalia Batista, ambas de Rodrigo Prats; María la O, de Ernesto Lecuona, y Cecilia Valdés, de Gonzalo Roig-, y fueron introducidas por Juan Francisco Parra que, sobre el escenario, explicó los leitmotiv principales de la zarzuela cubana, como son las temáticas en torno al tratamiento del «mulatismo» de sus personajes en las relaciones amorosas -normalmente con personas de mayor escala social- más la introducción en las orquestaciones de instrumentos autóctonos y ritmos afrocubanos como señas de identidad característica.
La interesante voz y el fácil canto de Mónica Conesa, nuestra protagonista femenina de la velada, que pese a su juventud y su reciente debut (2022) en la Arena de Verona, con el papel protagónico de Aida, ya ha cantado otros papeles importantes como La Dolores (en el Campoamor de Oviedo), o Norma -dirigida en versión concierto por Muti-. Con una voz de apreciable volumen y una rica cantidad de armónicos -imaginen si no, tener que cantar al lado de Jorge de León-, posee una más que suficiente e igualada extensión -del registro de pecho al de cabeza- para su repertorio previsible (entendemos que el de soprano lírica con posibilidad de sobreagudos y emitiendo buenos graves no forzados en exceso), con buen manejo de las medias voces y riqueza dinámica. Sus agudos son muy efectivos, emitidos de forma liberada y franca. Su dicción es clara y el timbre es grato. Quizá su «margen de mejora» le lleve a una mayor maestría en el legato y el fraseo -el control del fiato estimamos que está bien trabajado-, ganando enteros en su capacidad de comunicación y fantasía expresivas.
En el terreno de las romanzas en solitario, y algo nerviosa y fría, la soprano inició el recital con «Tres horas antes del día», de La marchenera, logrando perfilar una muy correcta interpretación, quizá falta de un mayor conocimiento de las vicisitudes que el personaje, Valentina, debe de proyectar de forma más aguerrida. Siempre con imponente presencia escénica, en la canción de Paloma, «Como nací en la calle de la Paloma», de El barberillo de Lavapiés, sí que vimos y escuchamos apropiadamente las hechuras de «costurerilla castiza», en una romanza muy bien trabajada vocalmente y remate final de agudo brillante. Ya en la segunda parte, en la canción de cuna y aria «Duerme, hija mía», «¿Por qué, triste y afligido», de Cecilia Valdés, de Gonzalo Roig, Mónica Conesa encontró la piedra de toque para su canto bello, delicado y amoroso en esta complicada romanza en la que gestionó muy adecuadamente sentimientos encontrados.
Jorge de León, de carrera mundial ya imparable y asentada, tenor -para nosotros lírico-spinto-, que no necesita presentación de ningún tipo, asombró en todo momento por sus monumentales y sobradísimos medios vocales, con una voz totalmente homogeneizada de abajo a arriba, instrumento sanísimo, sin ningún vibrato ni oscilación, brillantez irrefutable en el squillo de los agudos, nunca portamentados, con gran capacidad para el apianado o recogida de la voz, observamos un renovado cuidado por las sutilezas, con legato y fraseos muy bien estudiados y ejecutados. En todo momento, gozamos de una envidiable afinación para una voz tan voluminosa. Ahora mismo, sería difícil encontrar en los papeles que domina, y en las romanzas interpretadas en esta velada, tenores a su altura.
En el relato de Rafael, «La roca fría del Calvario», de La Dolorosa, de José Serrano, encontramos una versión muy verista, muy ajustada, matizada y completa, lejos de aquellas que sólo tienen en cuenta al religioso enclaustrado pero no al hombre honorable que se hace cargo de la mujer que ama y de un hijo que es el de otro que actuó cobardemente.
Creciendo varios grados en intensidad, en la romanza de Iván «Brilla cuchillo de fino acero», de La leyenda del beso, de Soutullo y Vert, Jorge de León apabulló con su poderío y arrojo en esta complicada romanza, que además ronda a menudo la zona de paso y que concluye con el agudo en la frase «tú has de vengarme traiciones de ella», al que Jorge de León añade otro conclusivo con la interjección «¡Aaaah!», muy largo y expandido en su caso. Fue de los momentos más aplaudidos de la noche. Por el lado cubano, interpretó de la zarzuela Soledad, de Rodrigo Prats, la romanza de Agustín «Qué negra y qué triste mi vida de ayer», que posee varios agudos entre medias y una tesitura media bastante tirante, que Jorge de León franqueó con aparente facilidad y logró comunicar adecuadamente las errantes vicisitudes del personaje.
Los dúos fueron adecuadamente intencionados y propiamente semi-escenificados, por lo que también fueron platos fuertes de este recital, ya que ambas voces se compenetraron perfectamente, tanto por temperamento como por concepción musical a la hora de abordarlos. Quizá faltó un poco más de arrojo por parte de Mónica Conesa, sobre todo en el flamígero y espeluznante dúo de Iván y Amapola «Amor, mi raza sabe conquistar», de La leyenda del beso, en el que el apocamiento vocal de la debutante -todo lo contrario por parte del «enajenado» Iván/Jorge de León- evitó que saltaran las adecuadas y correspondientes chispas.
Aprovechamos este momento para comentar la labor de Juan Francisco Parra, que fue impecable en general, por su alto nivel de conocimiento de lo que es un acompañamiento enriquecido de los cantantes en el que él integra su instrumento… Bien es verdad, que en alguno de los dúos, en los que hay choque de los grandes volúmenes de los dos protagonistas, el sonido que imprimió al piano quedó totalmente «enterrado» por los volúmenes de sus acompañantes. En su momento en solitario, recreando la romanza de la duquesa «Un tiempo fue», de Jugar con fuego, de Barbieri, transcrita por Anselmo González del Valle, asombró con los recursos, los adornos y la exquisita digitación puesta en juego, con utilización bien administrada del pedalier y recreando una atmósfera casi irreal, como corresponde a la romanza de la parte homónima que canta la soprano. En la segunda parte, el pianista interpretó, de Ernesto Lecuona, con adecuación rebelde y racial, la nerviosa rítmicamente «Danza de los ñañigos», miembros de una sociedad secreta abakúa afrocubana, ubicada en el penal del monte Hacho.
Mucho más acorde con el temperamento de Conesa fue el dúo de Dolores y Rafael «Déjame besar tu mano generosa», de La Dolorosa, aunque le quedaron graves y temblorosas algunas partes. Por el lado cubano, brilló el dúo de Amalia y Julio «Amor es lo que tú sientes», de la zarzuela Amalia Batista, de Rodrigo Prats, muy rítmico y amoroso en el cantábile, en el que cada amante cuenta cómo siente la situación. Más racial y de enfado fue el dúo de María la O y Fernando «Me engañabas traicionando mi pasión», de Maria la O, que para la soprano y el tenor alberga dificultades tanto en el agudo como en el grave, que también fueron soslayadas.
El recital finalizó con el dúo de Cecilia y Leonardo «Yo sabía, vida mía», de Cecilia Valdés, en el que los dos -además- tienen que hablar en medio del mismo. Dúo bello y rico en dinámicas, escrito en una tesitura inclemente que los dos artistas supieron superar con arrojo y conseguir triunfar de forma brillante.
El recital fue muy del gusto del público, con muchos bravos y gritos de aliento por parte del público que llenaba al completo el Teatro de la Zarzuela. La propina llegó en forma explicativa por parte de Jorge de León de que algunas canciones que todos conocemos proceden en realidad de zarzuelas, como el caso de «Quiéreme mucho,… Cuando se quiere de veras», de Gonzalo Roig, perteneciente a la zarzuela Servicio militar obligatorio, que ambos interpretaron amorosamente al alimón, recreando al soldado y su amada cuando aquél tiene que despedirse para ir a servir a la patria.
Hay muchos más casos como éste: La conocidísima canción Siboney procede de la zarzuela La tierra de Venus (Ernesto Lecuona), o El cóndor pasa, de la zarzuela del mismo nombre, del peruano Daniel Alomía Robles (1871-1942). Ello demuestra la potencia de la zarzuela y cómo ya está interiorizada e internacionalizada -aunque nunca es suficiente-, con canciones tan eternas como éstas. Invitamos a ustedes a que descubran algunas más.
Fotos: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela
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