Por José Amador Morales
Verona. Arena. 28-VII-2018. Giuseppe Verdi: Nabucco. Luca Salsi (Nabucco), Vincenzo Costanzo (Ismaele), Riccardo Zanellato (Zaccaria), Rebeka Lokar (Abigaille), Géraldine Chauvet (Fenena), Romano Dal Zovo (Gran Sacerdote de Belo), Carlo Bosi (Abdallo), Elisabetta Zizzo (Anna). Coro y Orquesta de la Arena di Verona. Jordi Bernàcer, dirección musical. Arnaud Bernard, dirección escénica.
Soldados austríacos con uniformes de mediados del XIX que descienden por las gradas con sus escopetas, abanderados que se despliegan por las mismas, caballería real y carrozas, cañones con efectos de bombardeos hiperrealistas y un gran edificio como eje central eran la base de la exitosa propuesta escénica de Nabucco que ideara Arnaud Bernard para la Arena de Verona el pasado año. Una lograda adaptación histórica que nos sumerge directamente en el ambiente del Risorgimento que vio nacer esta emblemática obra verdiana. Aquí el pueblo judío son los italianos con deseos de expulsar al invasor austríaco, con lo que Zaccaria es uno de sus representantes y Nabucco un gobernador imperial.
El punto más emocionante de la producción se alcanza cuando el edificio central gira para ofrecernos el interior de un teatro en el que, esta vez sí, se está representando Nabucco con todo su atrezzo babilónico y hebreo y al que asisten un pueblo italiano representado por sus clases más populares en los pisos superiores y por las más burguesas y aristocráticas en las inferiores, junto a unos militares austríacos en el patio; una plasmación sociológica muy fiel a las imágenes y testimonios que nos han llegado de las representaciones de La Scala de Milán en la época. Cuando en este entorno escénico el coro entona el célebre “Va pensiero” el clímax está servido en una sucesión de efectos como la tirada panfletos desde el paraíso, las pancartas con la “consigna” ¡Viva Verdi! y el consiguiente escándalo por parte de las autoridades austríacas… En la última escena los propios protagonistas van apareciendo sobre el escenario recreado según sus roles originales (gran sacerdote, rey de los babilonios, etc..), muriendo Abigaille de esta guisa. El final es inevitable y la bandera austriaca que preside el edificio cae para dar paso a la tricolor. Una producción, pues, “italianísima” de enorme coherencia y de una gran calidad en su ejecución: sólo cabe preguntarse si el numeroso y en gran parte neófito público asistente al coliseo veronés llegó a captar el gran calado histórico de la idea.
A nivel musical, el español Jordi Bernàcer obtuvo un gran éxito con una dirección de gran eficacia que reveló su capacidad como hábil concertador, algo indispensable en el foso veronés. Tal vez se echó en falta una mayor dosis de intensidad y de contraste rítmico en determinados pasajes que sin duda hubiese enfatizado el aspecto épico de la producción, pero su batuta se mostró entusiasta e idiomática. Como ya tuvimos la ocasión de señalar a propósito de la Aida del día anterior, los conjuntos veroneses rayaron de nuevo a gran altura.
Luca Salsi fue un Nabucco creíble que acabó convenciendo por proyección vocal, adecuación y entrega, a despecho de su relativa calidad tímbrica y de un fraseo no siempre refinado. Su actuación alcanzó una progresiva intensidad, llegando a conmover en “Dio di Giuda!”, con algunos reguladores de buen gusto, e incluso entusiasmar en la correspondiente cabaletta “O prodi miei” que hizo vibrar a una audiencia entregada. Como ya señalamos a propósito de su actuación el día anterior sustituyendo a Maria José Siri en los dos últimos actos de Aida, Rebeka Lokar no tiene los medios vocales adecuados para abordar con garantías un papel tan complejo como Abigaille. Si el día anterior pudo lucir su centro y dotarlo de una sensible línea de canto, aquí su voz colapsó estirada por arriba, donde asomaba un ingrato vibrato y prácticamente caló todos los agudos, y por abajo con un sonido apenas perceptible. Entre ascensos y descensos en el registro, su centro - que había lucido de forma plausible en Aida - pasó desapercibido y con tantos frentes técnicos abiertos, su recreación devino trivial.
Por su parte, Riccardo Zanellato compuso un aceptable Zaccaria sobre todo por adecuación estilística, si bien su voz es demasiado clara y en la Arena careció particularmente de mayor proyección. El Ismaele de Vincenzo Costanzo lució un color vocal de cierto atractivo pero tiene serios problemas técnicos con un pasaje sin resolver que generaba un registro agudo estrangulado. Muy convincente Géraldine Chauvet como Fenena, quien supo aprovechar su breve protagonismo, y especialmente atinados Carlo Bosi como Abdallo y Elisabetta Zizzo como Anna.
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