Por Beatriz Cancela | @beacancela
Santiago de Compostela. Auditorio de Galicia 6/IV/17. Concierto de temporada. Real Filharmonía de Galicia. Director: Jonathan Webb. Tenor: Sam Furness. Obras de Britten y Shostakóvich.
Constituían, los conciertos de este jueves en Santiago y viernes en Vigo, la segunda ocasión en la que Jonathan Webb constataba su presencia al frente de la Real Filharmonía de Galicia (RFG) en condición de principal director invitado. Si ya en noviembre nos había embaucado con una selección de la gloriosa Bohemia del último tercio del siglo XIX, esta vez se reservaba un crudo repertorio envuelto por el grotesco espíritu circundante a la II Guerra Mundial, tratado desde dos prismas divergentes aunque no por ello ajenos. Dos compositores, dos realidades, dos expresiones que brotan de lo más profundo del ser del individuo con respecto a la búsqueda introspectiva y a la aceptación personal, a la confrontación con una realidad rígida, inquebrantable... en definitiva, la lucha por alcanzar la libertad.
Su compatriota, el tenor Sam Furness, sería el elegido para poner voz al ciclo de canciones Les Illuminations, op. 18 (1939) de Britten, tomando el texto de la obra homónima del literato simbolista francés Arthur Rimbaud escrita entre 1873 y 1875 durante su estadía en Inglaterra. Furness, pese a su juventud, atesora una versátil experiencia que ya auguraba el galardón de la Royal Academy of Music Club en 2012 y que ahora confirma la reciente nominación para los 2017 International Opera Awards en la categoría de jóvenes cantantes.
Con su voz cálida, tersa y veraz afrontaba aquel "J'ai seul la clef de cette parade sauvage" con aplomo y ceremonial rigidez. A partir de ahí su expresividad iría pareja a la dramatización de la obra, distendiendo sus gestos corporales y brindándonos un amplio abanico de matices vocales. Villes constituyó un alarde de vitalidad que el tenor desarrolló dinámico pese a unos graves que decentemente defendió; Phrases y Antique, nos dejaron momentos de mayor delicadeza y lirismo con melodías exquisitas y unos agudos sobrecogedores; Being Beauteous, especialmente dramática y descriptiva, en la que el colorismo del tenor se engarzaba, lumínico, con los cuidados matices de la orquesta; hasta alcanzar la quietud de Départ, carente de conflicto y de una serenidad tal que Webb aprovecharía para dilatar con un catártico silencio final.
Pero aquel año de 1939, tan fatídico para el mundo, será significativo para Britten ya no sólo por la composición de Les Illuminations, sino por su traslado a Estados Unidos, país receptor de una gran cantidad de compositores y artistas que son desterrados por aquella Gran Guerra que dejaría cicatrices indelebles. No es el caso de Shostakóvich, que decidió continuar en su país a pesar de la encorsetada realidad que estaba viviendo y resistir a un panorama cultural que directamente le perjudicaba, como ocurrió en 1948 con el decreto Zhdánov y que todavía se mantenía en el año de composición de esta Sinfonía número 10 en mi menor, op. 93 (1953), creada precisamente tras la muerte de Stalin.
Al igual que observábamos en Furness, la variabilidad de repertorios es una característica que también evidenciamos en Webb, con un una predisposición excepcional hacia el efectismo y a la expresividad. Pero a ello le añadimos la templanza del director británico a la hora de materializar por medio de la orquesta su percepción de la obra, y en este caso, a través del conocimiento de las posibilidades de la RFG. Una agrupación, por cierto, que se mostró cómoda y motivada con el programa y con el director.
Especialmente minucioso en el fraseo, su interpretación fue veraz y liviana, intensa y sensible. Mordaz por veces e implorante en otras ocasiones. Sin malgastar energía en balde, derrochó intensidad en los momentos puntuales sin llegar al estruendo, ni mucho menos. En el primer movimiento, la intensidad lograda por las agitadas notas agudas, la presencia tenaz de la percusión o la aparición de los metales creó una atmósfera de tensión que se mantuvo, briosa, sin decaer. Diametralmente opuesto, en el segundo movimiento Webb optó por incidir en su ágil tempo, Allegro, requiriendo gran agitación a los músicos. Toda una puesta a prueba del conjunto con secciones contrastantes plagadas de cambios de dinámicas y matices. Un frenetismo expresivo y bajo control en el que orquesta y director demostraron gran avenencia. El tercer movimiento constituyó una exhibición de efectivos, donde las trompas brillaron con acogedora sonoridad y el flautín cerraba con un lacerante agudo. El último movimiento no defraudó, constituyendo una eclosión final que coadyuvó a arrancar la gran ovación que el público brindó a Webb y a la orquesta.
En conjunto, pudimos disfrutar de una velada organizado sobre un repertorio meditado, con contenido y significado. Una racionalidad acorde con la sonoridad de las obras y con el añadido expresivo y dramático intrínseco en cuanto a su génesis pero también la alcanzada en el momento presente de su interpretación. Todo, para más inri, bajo una intencionalidad alcanzada por medio de la complicidad y el respeto... todas las claves que hicieron de este, un concierto excelso.
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