Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Teatro Real. 25-VII-2018. Orquesta Sinfónica de Madrid. Jonas Kaufmann, Tenor. Director musical, Jochen Rieder. Obras de Charles Gounod, Georges Bizet, Jacques-Francois Halévy, Jules Massenet y Richard Wagner.
Tras varios intentos fallidos, el miércoles 25, Jonas Kaufmann subió a las tablas del Teatro Real. El “tenor más deseado” del momento –tal y como lo menciona Miguel Ángel González Barrio en sus excelentes notas del programa de mano– se presentó por fin ante la afición madrileña. Es cierto que la hemeroteca recoge que hace casi 20 años, en septiembre de 1999, había participado en una Clemenza de Tito, pero en aquellos años aun no era el gran tenor Kaufmann. Era un cantante que empezaba su carrera con pequeños papeles y al que pocos hacían caso. Yo mismo le recuerdo un par de años después actuando en el papel de Wilhelm Meister en una Mignon de Ambroise Thomas en el Teatro del Capitolio de Toulouse, donde tras perder la voz por un fuerte catarro, interpretó escénicamente un papel que probablemente en la actualidad ni recuerda, mientras el ignoto tenor canadiense Benjamin Butterfield lo cantaba desde un palco. Pero incluso del estreno en el que sí cantó, las críticas se fijaron poco en él, en unas funciones donde solo se hablaba de Susan Graham y de Annick Massis. Aún quedaba tiempo para que despuntara el fenómeno mediático actual, el gran tenor Kaufmann.
Tras su crisis vocal de 2016 que impidió por dos veces su presencia en el Real, por fin llegó el momento que la afición esperaba. En la práctica, toda una vida sin haber podido escucharle. El teatro estaba a rebosar, a pesar de tener los precios más altos de su historia, y se mascaba el ambiente de las grandes ocasiones. Políticos, actores, periodistas y empresarios a los que rara vez se ve por aquí, se juntaron a la afición madrileña y acudieron raudos a “su” llamada.
El concierto se presentó de la manera habitual, con piezas orquestales intercaladas entre arias del repertorio. Esta fórmula de conciertos no siempre funciona bien. En una ópera se cuenta una historia, y un aria suele ser un momento culminante. Sin embargo, cuando las sacas del contexto de la obra -salvo en el caso de las arias italianas muy conocidas y que están en el ideario de todos–, puede ser complicado meterse en ellas. Ni siquiera un fenómeno como Kaufmann es capaz de sortear este hándicap. El programa por tanto tenía su riesgo y es de agradecer que el cantante huyera del repertorio italiano –donde algunos no le vemos, pero con el que no deja de cosechar éxitos por los teatros dónde canta– y dedicara la primera parte al repertorio francés y la segunda al alemán.
Lamentablemente, la primera parte resultó fallida, sobre todo por sus problemas de emisión. Es difícilmente justificable que un gran tenor no tenga una línea de canto clara y nítida. En las páginas francesas el teutón combinó una musicalidad exquisita y un gran sentido del legato, pleno de matices y acentos de primera cantados con mucho gusto, con unos sonidos guturales, no apoyados, emitidos casi siempre desde atrás, en la gola, y con unas “supuestas” medias voces que en varias ocasiones terminaban en falsetes huecos y destimbrados. La voz corría con dificultad y además, ese calor con el que el gran tenor solía arrebatar, brilló por su ausencia, ejerciendo un control excesivo ayuno de expresividad. Un ejemplo fue el aria de Romeo “Ah, lève-toi, soleil” donde el primer agudo quedó muy pobre y el segundo, tras atacarlo en piano, se quedó en un feo falsete. Un sonoro abucheo acompañó a unos aplausos de cortesía. Los problemas se repitieron en el “aria de la flor” de Carmen, excesivamente controlado y de nuevo con falsete. La gran aria de Eleazar “Rachel, quand du Seigneur”de La juive de Halévy elevó algo la temperatura. Bien construida, fraseada con intención, con pianos y medias voces marca de la casaque se expandían con naturalidad, provocaron los primeros bravos espontáneos. Aun así faltó esa calidez, y ese ardor, con el que un tenor como Neil Shicoff, con una voz de bastante menos calidad, era capaz de poner patas arriba la mismísima Opera de Viena en los albores del cambio de siglo. En el “Ô souverain” final de El Cid de Massenet, volvió a ligar frases con maestría, pero una emisión de nuevo algo estrangulada y un excesivo control, le hizo perder la naturalidad necesaria, quedándose otra vez cerca de la meta, pero sin llegar a alcanzarla. Un servidor recordaba en este mismo teatro a un Plácido Domingo ya mayor, en sus últimas temporadas de tenor, rondando los sesenta y muchos, haciendo una versión superior en todos los aspectos.
Así que llegamos al descanso con una amarga sensación de desencanto. Toda una vida –a la que teníamos que añadir la hora que duró la primera parte– esperando al gran tenor Kaufmann, y éste seguía sin aparecer. A pesar de algunos bravos de sus fans, la frialdad que se mascaba en el ambiente fue tal que por poco no pasó algo insólito en un concierto de estas características en el que hay presente una gran figura. Que no hubiera habido ni una sola salida a saludar. Tras las ovaciones del “Ô souverain”, Kaufmann y Rieder se retiraron y el público dejó casi de aplaudir. Solo una rápida salida del tenor hizo que volvieran los aplausos durante unos segundos más.
Sobre las 21,30 empezó la segunda parte, reservada a obras de Richard Wagner y afortunadamente el tono mejoró bastante. Desde el punto de vista canoro, lo mejor de la noche vino con “la canción de la espada" -"EinSchwertverhiessmir der Vater”- de Siegmund. Kaufmann viene de hacer La walquiria en el Festival de Munich, y se notó. Canto noble, y una emisión por fin homogénea, relajada y nada forzadanos atisbaron por fin al gran tenor Kaufmann. Perfecto de fraseo, acentuando cada palabra y con un legato excelente, su interpretación sonó a gloria bendita y fue rematada con dos “Wälse!” de duración similar –unos 11-12 segundosy sin el truco habitual de alguno de sus colegas que acortan el primero para que el segundo parezca más amplio– timbrados y expansivos. Con algo más de calor por su parte, hubiéramos tocado el cielo. No llegó al mismo nivel “la canción del premio-Morgenlicht” de Walther von Stolzing en Los maestros cantores, más exigente y que demanda una voz más luminosa que la de Kaufmann. De nuevo exceso de control, falta de naturalidad y una emisión trabajosa y en exceso tirante, lastraron en parte el resultado final.
Rondaban ya las 10 de la noche cuando por fin el gran tenor Kaufmann apareció, y esta vez sí, con todas las consecuencias. Fue con el famoso “raconto” “In fernem Land” de Lohengrin. Vocalmente quizás no llegó al nivel del Siegmund, pero por fin aquí abandonó esa sensación perenne de autocontrol y se dejó llevar. La sensación de riesgo fue total. La interpretación, de una gran expresividad, nos llevó a que por primera vez, se nos empezaran a poner los pelos como escarpias. La graduación dinámica y su magistral dicción crearon un momento realmente mágico que se prolongó en la segunda parte del mismo con una proyección impactante, propia por fin de un gran tenor. El resultado fue espectacular, a pesar de que la introducción de la última estrofa –que en su día el propio Wagner eliminó, y para la que tuvo que ayudarse con un ipad con la partitura– le hiciera bajar algo el pistón. Por fin llegó el gran tenor Kauffman que todos esperábamos, capaz de embriagar a todo el Teatro Real. Habíamos tenido que esperar toda una vida, más dos horas.
Con el todo el teatro por fin rendido a sus pies, el teutón fue generoso con las propinas. Primero un “Pourquoi me réveiller”–el aria emblemática de Alfredo Kraus– del Werther de Massenet de muchos quilates, donde la voz, ya liberada, corrió por el teatro de manera admirable y que fue muy superior a la que el propio tenor interpreta en su grabación en DVD en la Ópera de París. A continuación “la canción de la primavera-Winterstürme” de La valquiria bien cantada pero menos lograda que el “Ein Schwertverhiess” o el “In fernemLand”, y para terminar, una inquietante y por momentos mágica versión de “Träume”, el último de los Wesendonk Lieder.
Poco hemos hablado de Jochen Rieder,el director musical de la velada, y menos vamos a hablar. Un auténtico lastre tanto en las partes orquestales donde hubo poco mas que ruido y confusión, como en los acompañamientos al tenor, donde solo se preocupó de que la orquesta nunca le tapara.
Al final, el éxito de público fue grande, con grandes aclamaciones y bravos por doquier. Hubo incluso varias espectadoras que se acercaron al escenario a darle regalos. Pero también hubo parte de la afición que salió defraudada. Habían pagado las entradas más caras de la historia del Teatro Real, y solo habían escuchado al gran tenor Kaufmann en cuatro arias. El resto estuvo lejos de lo que cabría esperar del “tenor más deseado” del momento.
Foto: Javier del Real
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