Por Alejandro Martínez
07/05/14 Toulouse: Halle aux Grains. Ciclo: Les Grands Interprètes. Jonas Kaufmann, tenor. Kammerorchester Wien-Berlin. Obras de Mendelssohn, Mahler, Strauss, Schoenberg.
Tras su gira con el Winterrise de Schubert y antes de acometer los ensayos para dar vida a Des Grieux en la Manon Lescaut del Covent Garden, Jonas Kaufmann dedicaba casi un par de semanas a ampliar su repertorio liederístico, con un periplo de conciertos con idéntico programa en Viena, Linz, Múnich, Toulouse, París, Baden-Baden, Luxemburgo y Atenas, junto a la Kammerorchester Wien-Berlin. Acudimos a escuchar este programa en la Halle aux Grains de Toulouse, en el seno del ciclo Les Grands Interprètes. Kaufmann intepretaba aquí por vez primera los Lieder eines fahrenden Gesellen (habitualmente traducidas como Canciones de un camarada errante) de Mahler, un ciclo habitualemnte escuchado en voces más graves, de barítono o mezzo sobre todo, y al que el timbre oscuro y singularmente dúctil de Kaufmann parecía prestarse con ideal adecuación. Este ciclo, de unos veinte minutos de duración, ocupaba la mitad de la primera parte del concierto, tras una Sinfonía para cuerdas de Mendelssoh, suponiendo así la única contribución de Kaufmann a un concierto que se alargaría algo más de hora y media en su conjunto. La verdad es que sorprendía el despliegue de cartelería y publicidad con la efigie de Kaufmann por doquier, habida cuenta de la escasa contribución del mismo al contenido global del concierto. En todo caso, expectativas altas, como decíamos, ante la interpretación del ciclo mahleriano por el tenor en cuestión; y expectativas algo decepcionadas al final por el enfoque general con el que lo abordó, generalmente lánguido, contemplativo en demasía. Por un lado, Kaufmann acusa un cierto cansancio, una leve fatiga, lógica y comprensible habida cuenta de su exigente agenda durante los dos últimos años, plagada de debuts de importancia. La voz no llegaba tan plena, tan solvente en la proyección, como acostumbra. Y por otro, no acertó con ese enfoque citado, melancólico y distante en exceso, abusando de un sonido en piano no del todo firme esta vez. Encontramos la voz menos resulta que durante todas las actuaciones escuchadas a Kaufmann esta temporada. Sea como fuere, un Kaufmann que, ovacionado de forma abrumadora y un tanto excesiva, ofreció dos propinas tras el ciclo mahleriano. Y curiosamente ambas propinas depararon lo mejor del concierto, en su conjunto, y de la contribución de Kaufmann en particular. Por un lado, el tenor alemán acometió un magistral "Traüme" de los Wesendonck Lieder de Wagner, dejando entrever, siquiera tímidamente, que con el rol de Tristan tiene por delante una tentación difícil de esquivar. Despues acometió un extraordinario "Zueignung" de Strauss, un autor con el que siempre ha tenido fortuna, recordemos uno de sus primeros recitales en disco, en Harmonia Mundi, precisamente con una selección de lieder de este compositor.
Por su parte, la Kammerorchester Wien-Berlin es una formación liderada por Rainer Honeck, el concertino de la Orquesta de la Staatsoper de Viena desde 1984 y de la Filarmónica de Viena desde 1992. Esta formación se originó cuando Simon Rattle quiso celebrar sus 50 años con un concierto en común, reuniendo de algún modo a las dos grandes Filarmónicas de Berlín y Viena. La experiencia resultó tan positiva que se decidió continuar el empeño con un proyecto artístico en común de más larga duración. Surgió así la idea de esta formación de cámara, integrada por cinco violines primeros, cuatro violines segundos, cuatro violas, tres cellos, contrabajo, flauta, clarinete y un percusionista, acompañados esta vez de un pianista (Stefan Stroissnig). Su interpretación fue de una altura extraordinaria en un plano técnico, logrando un sonido sencillamente impecable, perfecto, esmeradísimo. Otra cosa fue su expresividad, no del todo redondeada, sobre todo en materia de fraseo y articulación, quizá por la ausencia de un director propiamente dicho, por más que el citado Rainer Honeck sea un gran músico y comande la formación por buenos derroteros. Podía verse claramente, en el acompañamiento a Kaufmann por ejemplo, que hacían todos un gran esfuerzo por escucharse, pero era al mismo tiempo evidente que todos hubieran intepretado más sueltos y confiados con la referencia de una batuta. Así las cosas, estos virtuosos, si bien no memorables, dejaron al menos muy notables recreaciones de la Sinfonía para cuerdas nº 10 de Mendelssohn, el Sexteto para cuerdas que sirve de introducción a Capriccio de Strauss y La noche transfigurada de Schoenberg. Un programa exigente, dicho sea de paso, y que planteaba un repaso a compositores estrechamente ligados a Berlín (Mendelssohn) a Viena (Mahler) o a ambas capitales (Strauss y Schoenberg), las dos que se encuentran en esta formación.
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