Hace tiempo que el Concierto de los Premios Príncipe ha bajado el listón de su calidad. En el pasado hubo ediciones interesantes, conciertos de indudable interés que dejaron mella en el aficionado. Recuerdo el reconfortante
Requiem de Verdi, dirigido por J
esús López Cobos, con intérpretes de la calidad de
René Pape entre los solistas, o de la
Segunda sinfonía de Mahler dirigida por
Gustavo Dudamel, o incluso el protagonizado por
Alberto Zedda, siempre en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo. Todas estas citas resultaron conciertos de interés, por un motivo u otro, y estuvieron a la altura que sin duda demanda la importancia de los invitados -los Príncipes de Asturias- y el evento en sí, nada menos que un preludio musical a la gala de entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Sin embargo, de un tiempo a esta parte el nivel artístico ha bajado considerablemente.
Lo primero que llamó la atención en la cita de este año es el nombre del director elegido:
Jonas Alber, un músico de trayectoria más bien discreta en cuyo currículo no encontramos, sinceramente, motivos suficientes para haber tenido el privilegio de haber dirigido este concierto y, tras haber visto su trabajo, más solvente que otra cosa, tampoco. Meterse en las razones por las que se elige a un director en concreto para un concierto o puesto de responsabilidad, en España constituye todo un ejercicio de virtuosismo intelectual, cuando no comprometido. No sabemos ni quién ha propuesto a Jonas Alber ni sus razones. Lo que sí constatamos es que su rendimiento, aportando algunas cosas interesantes, no estuvo a la altura de la calidad que creemos debe desprender este concierto. Su nivel de exigencia fue superficial y no aprovechó las virtudes de una orquesta que puede dar mucho más, si se le exige. También es posible que los ensayos hayan sido pocos, habida cuenta de lo contentos que parecían estar los músicos de la OSPA con el trabajo el director al final del concierto, olvidándose de los recurrentes fallos de afinación que se dieron durante toda la velada, la mejorable calidad sonora y rítmica que se desprendió de su interpretación y el discreto resultado artístico general.
El repertorio estuvo dedicado a Wagner, recordando su 200 aniversario. Como hemos dicho, Jonas Alber ofreció unas lecturas más bien discretas de fragmentos sinfónicos de
Tanhäuser,
Lohengrin y
Los maestros cantores de Núremberg. La factura sonora de la OSPA dejó muchos momentos para torcer el gesto, por la afinación, lo descuidado de los balances sonoros y la calidad de su sonido. Qué diferencia con el trabajo tan interesante realizado por
Guillermo García Calvo en
El oro del Rin.