Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 26/X/14. Conciertos del Auditorio. Auditorio Príncipe Felipe. Ann Hallenberg, mezzo. Orquesta Revolucionaria y Romántica. Director: John Eliot Gardiner. Obras de Beethoven y Berlioz.
Resultó muy interesante el concierto ofrecido por John Eliot Gardiner al frente de la Orquesta Revolucionaria y Romántica en Oviedo, dentro de la gira española que conmemora sus 50 años de carrera a través de dos citas que le han llevado a pasear su acusada pasión por hacer música con instrumentos antiguos por ciudades como Zaragoza y la capital del Principado de Asturias. Gardiner, que es Sir por la gracia Isabel II, se ha convertido con los años en un músico respetado en todo el mundo por el trabajo desarrollado al frente de los English Baroque Soloist, la Orquesta Revolucionaria y Romántica y el Coro Monteverdi, un conjunto con el que le hemos visto ofrecer veladas de extraordinaria calidad artística. Parece evidente subrayar la trayectoria de Gardiner como director de orquesta, pero entendemos que hay que hacerlo circunscribiéndola a un repertorio muy específico y a una serie de obras que se rigen por unos principios interpretativos muy concretos, relacionados con una forma bastante asentada ya de hacer música con intrumentos antiguos. No es Gardiner un director para Rigoletto, desde luego, ni para Bruckner, ni para Mahler, ni para hacer Beethoven como lo hace Barenboim o García Calvo, Thielemann o Dudamel, por poner varios ejemplos de artistas de gran talento que se saltan dichos criterios “historicistas” en busca, sobre todo, de un sentido de la musicalidad más moderno y, en nuestra opinión, más cercano al espíritu general de la partitura.
Por su lado, Gardiner entiende el concepto de musicalidad y a Beethoven a su manera, con la pasión verdadera de un gran músico del siglo XXI que mira al XIX en parte como un musicólogo de la dirección. Nadie puede asegurar, desde luego, que la Quinta sinfonía de Beethoven sonase en su época como la interpretan Harnoncourt o el propio Gardiner. Que Bach no conociera el piano moderno no significa que en este instrumento no puedan sonar mejor que al clave algunas de sus más bellas obras.
En el Beethoven de Gardiner el impacto sonoro existe y es acusado y atractivo, pero en una especie de poética del todo o nada. Ahora pianísimo ahora fortísimo. Exultante y de impresión resultó este efecto en la Obertura "Leonora" nº 2, op. 72a de Beethoven. ¿Pero qué sucede con los grados intermedios? ¿Pero por qué tan poco peso de los arcos y un fraseo tan rápido y corto? ¿Por qué tan poco legato y tan poquísimo vibrato? Son preguntas que nos asaltaron en el transcurso de su interpretación. Y son estos principios, que los popes de la música interpretada con instrumentos antiguos han instaurado porque seguramente creen de verdad que se interpretaba así, los que notamos de más en esta música quienes amamos, por encima de las teorías musicológicas, el interés que otorga el sentido dramático de las secciones. Cuando, en la obertura, le llegó el turno protagonista a los chelos, sonaron a poco y debilitados por culpa de estos principios, con escaso peso en los arcos, con escueta forma el sonido. Sin embargo, la eficacia rítmica resultó radiante y emergente con gran intensidad durante toda la velada, gracias a la calidad de una orquesta maravillosa, que no es que resulte perfecta tocando estos instrumentos –porque hubo bastantes fallos-, pero que sigue a su maestro con la precisión de un frac que sienta como un guante. Y decimos frac a propósito, para potenciar la elegancia intrínseca que subyace al trabajo de John Eliot Gardiner, un director titánico, británico en las formas y en el fondo, para lo bueno y lo menos bueno.
Sucedió algo parecido con la interpretación de la Quinta de Beethoven, que Gardiner dirigió brillantemente en lo que se refiere a dar sucesión de continuidad a las partes y a su intensidad rítmica y sonora. En sus manos, la obra no decayó en ningún momento a pesar de la flaqueza de su fraseo marca de la casa pero, acostumbrados a Victor de Sabata (Gardiner está casado con Isabella de Sabata, nieta del director de orquesta Victor de Sabata), a Toscanini y Barenboim, esta versión nos llegó una tanto delicada de salud, como pasando por alto los momentos temáticos, sin encontrar, en fin, al Beethoven de siempre, al artista revolucionario, al instinto genial. ¿Tan corto debe ser siempre el fraseo de ciertos motivos? ¿Tan rápidos deben llegar los siguientes, cuando todavía no degustamos los anteriores? ¿Dónde está la respiración de las cosas? ¿Dónde la sonoridad profunda del norte de Europa? Son otras de las preguntas que nos asaltaron ante una versión que, con todo, disfrutamos. Y si hay alguien que prefiera una versión de esta obra con instrumentos originales –ahora me refiero sólo a los instrumentos- antes que con los modernos, creo que en realidad está optando más por la curiosidad musicológica que por la belleza del sonido.
Noches de verano no nos parece la mejor partitura de Berlioz, una especie de dios en Francia y un compositor algo menos endiosado para el resto del mundo. La obra es monótona, de ideas redundantes y aburridas, a pesar de que la mezzo Ann Hallenberg realizara un gran grabajo lírico, refinado y sugerente. Gardiner y la orquesta acompañaron muy bien, dentro de un tono agradable, de una plasticidad siempre elegante y bien planteada. Fue una gran versión.
Respecto a la orquesta, tuvimos la percepción de estar ante un conjunto de extraordinaria calidad, organizados hasta el punto de saber quién debe arreglar una cuerda cuando se le rompe a un compañero. Nos soprendió observar a la última de primeros violines sacar un kit de repuesto y arreglar la cuerda del violín de otro músico mientras Gardiner, desatado ante la partitura, hacía las delicias de un auditorio volcado con todo un Sir que, en la velada ovetense, se sintió muy molesto por el ruido de la sala. En el descanso, se "advirtió" por megafonía que Gardiner interrumpiría el concierto de seguir las molestias. Fue un mensaje expresado en un tono duro, creemos que incluso excesivo para un público al que hemos visto mucho más ruidoso en otras ocasiones. Hubo ruído, sí, pero el silencio se podría haber pedido con más elegancia. Parte de los asistentes no tardaron ni un segundo en ponerse al lado del enfado del maestro, aplaudiendo con ahínco su posición de fuerza y la amenaza. A los que no aplaudimos nos pareció que el mensaje se podría haber mejorado y dicho con mayor respeto a un público que, aunque a veces haga demasiado ruido, también pone dinero de su bolsillo para que Gardiner y los suyos puedan festejar en España sus 50 años de trabajo.
Cuando asistí al Covent Garden a ver su Rigoletto, también me enfadó el poco ambiente de silencio que reinaba en la sala. Toses y comentarios enturbiaron entonces una función que, a decir verdad, no fue buena. Era el Covent Garden y el excesivo ruido me sorprendió, porque uno siempre piensa que en Londres la gente es más educada que en una pequeña ciudad asturiana del norte de España, pero la realidad demuestra que no es así. Recuerdo también que, tras haber visitado por primera vez el Metropolitan de Nueva York para ver La traviata, me enfadé tanto por el ambiente tan incómodo y ruidoso que se respiraba entre el público que juré que nunca volvería a este coliseo increíble, pero que ya huele demasiado a coca cola y palomitas. Se dirá lo que se quiera, pero Nueva York ya no es lo que era antaño, igua que tantos otros teatros, ciudades, lugares y cosas, por diferentes motivos que no vienen al caso. No se quejó Gardiner tan elocuentemente en Londres, en su elegante y bien educado Covent Garden, de la mala educación de su público.
En cualquier caso, Sir John Eliot Gardiner debería saber, como buen conocedor de la autenticidad musical de otras épocas, que en los siglos XVII, XVIII y XIX, el público no estaba tan domesticado en el silencio como ahora. Esto ya lo dijo Ramón Barce y su grupo de vanguardia en el siglo XX, en España, durante algún concierto en el que, mientras un conjunto tocaba, Barce y sus amigos se dirigían al público hablándoles en alto. Querían llamar la atención sobre la frecuente relajación del comportamiento del público en el contexto de la celebración de un concierto en dichos siglos ¿Acaso no se dio cuenta Gardiner de que parte del público ovetense también se rige por criterios antiguos? Eso también es parte de un concierto "historicista", ¿no?
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