Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. 8-V-2021. Teatro de la Zarzuela. 75 Aniversario. Joaquín Achúcarro, piano. Obras de Claude Debussy, Federico Mompou, Maurice Ravel, Isaac Albéniz y Joaquín Granados.
Carlos Gardel nos decía que «20 años no es nada». Joaquín Achúcarro lo multiplica casi por cuatro, llevándolo a 75. Hay cosas que hay que verlas para creerlas, y evidentemente, aunque llevo viéndole más de 40 años, ésta es una de ellas. Con 88 años, cuando la casi totalidad de sus colegas y la mayor parte de la población están felizmente jubilados o durmiendo el sueño de los justos, el bilbaíno es capaz de hacer un recital de cerca de hora y media, y poner el teatro boca abajo. Tras dos salidas a saludar después de su segunda propina, y cuando todo el teatro puesto en pie le reclamaba -al menos- una tercera, dijo con gran naturalidad: «Yo seguiría hasta mañana, pero son las 10 menos cuarto, y ya saben que con el tema del covid, nos tenemos que ir».
En octubre de 2017, cuando asistí a la presentación de uno de sus últimos discos, Achúcarro, que ya tenía o estaba a punto de cumplir los 85 años, nos hacía una confesión interesante a raíz de una pregunta sobre su sempiterna musicalidad. Resumiendo, nos vino a decir que el interpretar música al piano es una conjunción de variables, y que contra lo que muchos pueden creer, la mas importante es la condición física. Si físicamente estás bien puedes ser musical o no, pero si no lo estás, apaga y vámonos. Y ante otra pregunta sobre su «posible jubilación» fue terminante: «Seguiré en la brecha mientras el cuerpo aguante».
A la vista de su prestación este sábado en el Teatro de la Zarzuela, el cuerpo sigue aguantando y de manera admirable. El bilbaíno debutó con 13 años en su ciudad natal, y 75 años después sigue en la brecha, no solo en los escenarios sino también en su Cátedra de Piano de la Universidad Metodista de Dallas. Planteó un concierto con obras de compositores españoles, o de extranjeros relacionadas con España, en el que hermanó a Debussy y Ravel con Albeniz, Mompou y Granados. Evidentemente, la fuerza y la agilidad no son las de antaño, pero con sabiduría e inteligencia aún se pueden hacer recitales de primer nivel.
Micrófono en mano presentó los tres primeros preludios de Claude Debussy. En Brouillards – Nieblas y en Voiles- Velas Achúcarro fue calentando y empezó a crear algunas atmósferas interesantes como las combinaciones entre los acordes en modo mayor y los arpegios en menor de Brouillards. Cerró este primer set con los Feux d'artifice - Fuegos de artificio donde no hubo una excesiva pirotecnia, pero sí un perfecto gradiente armónico que elevó consecuentemente dinámica y tensión.
Tras un breve paréntesis, de nuevo micrófono en mano presentó las Variaciones sobre un tema de Chopin de Federico Mompou. El tema en concreto es el Preludio en la mayor y Mompou tardó cerca de 20 años en completarla como la conocemos ahora. Achúcarro explicó varios temas que había hablado con el propio Mompou y se zambulló en una versión donde destacó la tercera variación -Lento para la mano izquierda- y su maestría para utilizar siempre el ritmo perfecto, ya fuera la mazurka en la quinta variación, el vals en la novena, o el gallop en la última, donde el público rompió a aplaudir antes del epílogo final.
Siguió el maestro bilbaíno explicando «lo que había hecho una postal, la de la Puerta del vino que Falla le envió a Debussy» para presentar un nuevo trío con las obras españolas de Debussy. Preciosa la versión la de La soirée dans Grenade de las Estampas, plena de atmósfera andaluza. Quizás faltó algo de aspereza en las interrupciones de La sérénade interrompue – La serenata interrumpida, pero de nuevo fue bellísima la evocación de la siesta granadina y el ritmo de habanera de La puerta del vino.
En la Alborada del gracioso de Ravel, unos de sus caballos de batalla, Achúcarro desplegó humor, marcó de nuevo todos y cada uno de los ritmos, y ejecutó con precisión los arpegios secos y cerrados, los staccato, y los glisandos. En el Tango de Albéniz de nuevo marcó con precisión el ritmo de habanera y desentrañó las dificultades añadidas por Leopold Godowsky. Sentimos la música y el aire acariciándonos la piel, y como casi se detenía el tiempo.
El programa oficial terminaba con Navarra donde Achúcarro se tiró a la piscina marcando un tempo rápido, pleno de tensión, de emoción a raudales donde bien es verdad, no todas las notas fueron precisas. Pero a quien le importaba, a esas alturas el bilbaíno ya se había metido al público en el bolsillo que le aplaudió y aclamó puesto en pie.
Ante la respuesta del público, nadie parecía con ganas de irse, así que Achúcarro se arrancó con La maja y el ruiseñor de Granados que me transportó 25 años atrás, al Festival de Otoño de 1996 cuando en el Auditorio Nacional dio la mejor versión que el que suscribe ha visto nunca en vivo de Las Goyescas y del Pelele. Como aquel día, Achúcarro nos dio una versión idiomática, desplegando toda la carga dramática de la pieza, y remarcando en los trinos finales todo su magisterio.
De nuevo aplausos, el público puesto en pie, y una nueva propina, uno de sus bises de cabecera -junto al nocturno para la mano izquierda de Scriabin-, el Claro de luna de Debussy. Poesía y lirismo en estado puro, magia pura. Quizás el mejor final posible, y eso que, si no fuera por el covid, «seguiría hasta mañana».
Fotos: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela
Compartir