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Crítica: Joaquín Achúcarro visita la temporada  de la OSPA a las órdenes de David Lockington

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Autor: F. Jaime Pantín
17 de enero de 2016

LA LONGEVIDAD ARTÍSTICA DE UN PIANISTA JOVEN

Por F. Jaime Pantín
Oviedo. 15/I/16. Auditorio de Oviedo, Abono 4 OSPA. Joaquín Achúcarro (piano), David Lockington (director): Evocaciones. Obras de Brahms, Rachmaninov y Dvorak.

Incluso en el ámbito de un instrumento como el piano, en el que tradicionalmente se han dado los ejemplos más frecuentes y significativos de longevidad artística y vigencia interpretativa, el caso de Joaquín Achúcarro aparece como excepcional. Todos recordamos a los Rubinstein, Arrau, Horowitz, Ficher, Wild, Cherkassky y tantos otros insignes y a veces geniales pianistas que prolongaron sus carreras en los escenarios hasta edades muy avanzadas, muchas veces octogenarias, pero justo es reconocer que, en la mayoría de los casos, la evidencia del inevitable deterioro físico e intelectual asociado a la edad acaba resultando apreciable en una actividad como la práctica instrumental que  conlleva una dosis importante de esfuerzo físico, rapidez de reflejos, resistencia, coordinación, memoria, entrega y capacidad emocional, sin olvidar el considerable número de horas de estudio imprescindibles para mantener un adecuado nivel de dominio técnico y cuya necesidad,  lejos de descender, va siempre en aumento. Lo normal suele ser que el pianista comience a abandonar- de manera a veces gradual- la actividad concertística, a restringir drásticamente su repertorio y a refugiarse en unas pocas obras en las que confía. Al escuchar a Joaquín Achúcarro sentimos la sensación  de estar ante un pianista joven- que no un “joven pianista”-, ante un intérprete en plenitud de sus capacidades  que mantiene la ilusión, ambición y capacidad de entrega y entusiasmo que desde sus inicios le han acompañado.

   El concierto ofrecido el pasado viernes en el Auditorio de Oviedo con la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) volvió a confirmar lo ya sabido y supuso un nuevo y rotundo éxito a añadir a los muchos  que el pianista bilbaíno ha cosechado en su cuenta particular en esta ciudad. En el programa figuraba una de sus piedras de toque, la Rapsodia sobre un tema de Paganini op. 43 de Rachmaninov, obra que le ha acompañado desde sus primeros éxitos internacionales.

   Rachmaninov elige para su última composición para piano y orquesta una nueva disposición formal que organiza en forma de variaciones sobre el conocido motivo del Capricho nº 24 de Paganini- a su vez una serie de variaciones- con el contrapunto reflexivo del canto de la liturgia medieval conocido por “Dies Irae”que es introducido de manera estratégica en tres momentos de la obra.  Como no podía ser menos, la vocación de la Rapsodia es eminentemente virtuosística. El sentido de lo diabólico está permanentemente presente y la escritura explora una amplia gama de posibilidades colorísticas a partir de las sucesivas metamorfosis temáticas. La versión de Achúcarro mostró una fuerza expresiva arrolladora y profunda. El arranque adopta ya un tempo valiente, intenso y nervioso, clara muestra del ímpetu juvenil que ilumina a este artista y poco a poco la obra es conducida hasta sus espacios más líricos, en los que el pianista da lo mejor de sí mismo. La hondura poética de la variación XII, el colorido ominosamente sombrío de la XVII que sirve de transición a la famosa variación XVIII- genial hallazgo de Rachmaninov a partir de un procedimiento tan simple como la inversión temática traspuesta a una tonalidad muy chopiniana como la de re bemol mayor- cantada por Achúcarro de manera inolvidable, se constituyeron en momentos álgidos de una interpretación de gran altura a pesar de que la concertación conoció momentos de claro desencuentro. La magnífica técnica de Achúcarro se mantiene a un nivel de gran altura, como se evidenció en muchos de los fragmentos de mayor exigencia de la obra. Las agilidades de la variación XV, las octavas trepidantes de la variación XXIII o los saltos acrobáticos y mephistofélicos de la última variación son buena muestra de la excelente vigencia pianística de este gran artista. Con todo, sigue siendo su sonido cantante la virtud más destacable de Achúcarro. Un sonido esencialmente noble, cálido y luminoso acuñado tras toda una vida de búsqueda sensible y entusiasta, consecuencia del conocimiento profundo del piano y de sus posibilidades pero también de la aspiración inquebrantable a un ideal irrenunciable al que ha consagrado toda una vida y que constituye un ejemplo para todos.

   Tras un éxito apoteósico, el pianista concedió tres bises, el primero de ellos -una de las “especialidades de la casa”- el Nocturno para la mano izquierda de Scriabin, insuperable, y dos páginas chopinianas: el Vals nº 11 en mi menor y el Preludio op. 28 nº 16, uno de los eternos desafíos para los pianistas jóvenes, como lo sigue siendo Joaquín Achúcarro.

   Tras la pausa escuchamos la Sinfonía nº 6 op. 60 de Dvorak, en una interpretación excelentemente planteada, en la que David Lockington consiguió de la orquesta una gran transparencia a partir de una dirección muy natural, refinada y sensible, con una aparente libertad no exenta de rigor. El sabor nacionalista, los elementos folklóricos, el lirismo cálido y colorista y el vigor y brillantez de una escritura orquestal característica fueron perfectamente expuestos por una orquesta que volvió a dejar de manifiesto su calidad, al igual que en la Obertura trágica op. 81 de Brahms que abría la velada, quizás menos convincente y cuyo potencial dramático probablemente admita una mayor intensidad.

Foto: JB Millot

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