Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 29/IV/2021. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Concierto para violín, op. 15 de Britten y Sinfonía nº5 en re menor, op. 47. Roxana Wisniewska Zabek, violín solista. Joana Carneiro, directora.
El concierto giró en torno a la solista Roxana Wisniewska Zabek y la directora Joana Carneiro. Dos personalidades musicales, que aun siendo diferentes, dejaron patente un carácter capaz de transmitir las obras del programa. Roxana Wisniewska fue esa solista capaz de expresar plenamente el Concierto para violín, op. 15 de Britten. Dio de él una versión no solamente basada en el dominio técnico, sino que fue más allá al reseñar los aspectos menos tangibles de la música. La solista se adentró en un universo sonoro a veces oscuro, otras diáfano, no exento de un dramatismo que captó en muchos pasajes, a través de una tímbrica propicia y una coloración con matices de no poco lirismo. Wisniewska estuvo precisa, con unos sobreagudos muy afinados, y una concepción general de la obra ejemplar. Y su interpretación no solo cautivó por su aportación individual sino por su relación con la orquesta, fundamental en la obra de Britten, en lo que colaboraron activamente los músicos de la Sinfónica de Castilla y León y la dirección de Carneiro. La violinista dejó su impronta desde el inicio, en la compleja cadencia y en ese movimiento final que exige al solista versatilidad para desentrañar una música apasionante. Wisniewska triunfó en su ciudad natal y dejó patente que es una intérprete de talento, con la madurez precisa para enfrentarse a una obra como la de Britten.
En la Sinfonía nº5, en re menor de Shostakóvich quizá lo más relevante fue el comprobar como Joana Carneiro era fiel a una determinada forma de dirigir la obra, entre brillante y profunda, sin renunciar a los pasajes más llamativos, incluso superficiales, ni a esa otra lectura de la obra más honda. Y para eso puso todo el vigor en un pulso siempre férreo, que no tiránico, con un ritmo bien marcado, que tuvo una respuesta admirable por parte de la orquesta. Y si hubiera que destacar algo, además de la ya señalada visión general de la obra, destacaría la forma de tener una idea y llevarla a cabo sin decaer. Lo que se manifestó de manera determinante en los dos últimos movimientos, sin que esto suponga quitar méritos a todo lo demás, pues la concentración que alcanzó la orquesta se notó desde los excitantes primeros compases. Quedaron especialmente reflejados los sonidos que surgen soterrados y que van del pianísimo a un estallido en fuerte, los ostinati, y los pasajes percutidos. No faltó el sonido grotesco del segundo movimiento, ni la riqueza que surge en la cuerda en el tercero, ni el ímpetu arrollador que dominó el movimiento conclusivo. Carneiro dio la sensación de ir a por todas en sus planteamientos y hacerlo de una manera íntegra y contagiosa. Contó con el apoyo de los músicos de la orquesta, que se fajaron ante las propuestas de la directora, con unos solistas que supieron dar con el punto exacto, tanto cuando sumaban en sus intervenciones como cuando se contraponían entre ellos.
Foto: OSCyL
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