Crítica: Recital de Jesús Reina y Josu de Solaun en el Museo Picasso de Málaga

Músicos de raza

Por José Antonio Cantón
Málaga, 19-IX-2023. Museo Picasso Málaga. Jesús Reina (violín) y Josu de Solaun (piano). Obras de Claude Debussy, George Enescu, Leoš Janáček y Pablo Sarasate. 

   Las actividades culturales de Museo Picasso Málaga (MPM) en la presente temporada no han podido empezar mejor que con la intervención de un dúo que está llamado a ser un referente en el panorama español de la música de cámara cómo el que forman el violinista malagueño Jesús Reina y el pianista valenciano Josu de Solaun, músicos de raza que asumen su responsabilidad recreativa desde el máximo compromiso, expresado con integridad y nobleza artísticas. En esta ocasión lo han hecho con un programa retador tanto en el aspecto estético como en el técnico que, previamente, generó máxima expectación y curiosidad dada la enjundia artística de las obras como claros ejemplos de la enorme musicalidad de los  compositores elegidos.

   Con este planteamiento, la primera en sonar en la velada fue la Sonata que Janáček terminó en 1915, obra sometida a sucesivas revisiones que generaron algunas controversias entre músicos y críticos hasta el punto de que Josef Suk, eminente colega y compatriota del autor, perteneciente a una generación posterior, sintió la necesidad de reordenarla para favorecer su discurso y consecuentemente su lectura. Fieles a esta respetuosa depuración, Reina y De Solaun afrontaron la ejecución del Con moto que la inicia generando esa tensión emocional que requieren sus pentagramas hasta distinguirse, como contraste, ese cuasi sacro sentimiento suplicante que supieron expresar en la segunda parte de este movimiento, momento de gran exigencia sensitiva,  respuesta a los horrores de la Primera Gran Guerra Europea recién iniciada. En la Balada subsiguiente, desarrollaron toda la expresividad que encierra este tiempo, alcanzando el piano total plenitud en el soporte y justificación del lirismo del violín que Reina transmitió con inquietante sentido del canto. El tercer tiempo, Allegretto, fue expuesto como una reafirmación de una cada vez más ajustada conjunción de ambos intérpretes que asumían con inteligente instinto ese carácter ruso que subyace en su discurso. El Finale fue, en todo momento, un portento de clara y precisa estratificación dinámica en el diálogo de ambos instrumentos, desarrollado desde un vibrante virtuosismo. El impacto que produjeron en el público se pudo apreciar por el contenido arranque del aplauso, que se intensificó como reacción ante la angustia vital que desprende esta extraordinaria composición.

   Impregnada de un sutil aire magiar, la Sonata en sol menor de Claude Debussy surgió en este excelente dúo como un verdadero análisis sonante de su partitura, pudiéndose apreciar cómo se generó una creciente expresividad en la combinación temática de la parte central del inicial Allegro vivo, que vino a acentuarse ante la repentina conclusión que, aún por esperada, siempre sorprende al escucharla. Dándole un carácter casi de improvisación con la intención del estado sombrío que se respira en esta sonata, hicieron con diáfana precisión el sentido lúdico, casi caprichoso, que contiene la ligera fantasía del Intermedio, antes de adentrarse con resolutiva seguridad en el animado último tiempo, muy bien contrastado con su extático final. Fue una interpretación que destilaba auténtica excelencia.

   Este grado de belleza fue superado por la sensorialidad con la que impregnaron el discurso de las diez Impresiones de infancia en re, Op. 28 del admirado George Enescu. Ambos músicos dieron una lección de cómo entienden el pensamiento musical del compositor rumano, del que Josu de Solaun es un reconocido especialista. Entraron en la obra con suma delicadeza, queriendo ser fieles a los recuerdos que el autor tiene de una jornada de su niñez, lo que significaba acercarse a la intimidad más sustancial del músico con un grado de inocencia que no admite la más mínima sofisticación, paradójicamente con un alto grado de imitativa mímica a cargo del violinista reproduciendo sonidos de la naturaleza, particularidad a la que Jesús Reina se adaptó con ingenio musical, demostrando así una marcada madurez dramática. Es muy de agradecer la inclusión en el programa de esta composición de enorme exigencia, dada su rara presencia en los escenarios. Sin duda, fue el momento cumbre de la velada. 

   Como un guiño al público, ésta culminó con los siempre admirados Aires bohemios, op. 20 de Pablo Sarasate, que levantaron al público de su asiento. Jesús Reina volvió a estimular la admiración general exhibiendo su violín a través de una serie de recursos técnicos que iban desde melancólicos legati hasta etéreos spiccati, pasando por pizzicati de la mano izquierda y desarrollando también toda una serie de golpes de arco que le permitían proyectar una especie de artificiosos armónicos que en algunos momentos generaban mixturas tímbricas con el sonido del piano que, por la superlativa calidad polifónica de Josu de Solaun, producían un sorprendente efecto. La última parte de las cuatro que, sin solución de continuidad en su interpretación, integran esta obra, influenciada por el ritmo de danzas csárdás, supuso un desafío para los intérpretes, que entusiasmaron al auditorio haciendo gala de su arte que fue llevado a una velocidad de vértigo. 

   Para contrastar, ofrecieron como bis la primera de las Cuatro piezas románticas, op. 75 de Dvořák, que supuso un romántico perfume sonoro para los muchos «melófilos» de la música de cámara que se habían concitado completando el aforo de la sala.

Foto: Museo Picasso