Sus dos salidas al frente de compromisos estables en España han sido un tanto desairadas, ahora con Mortier en el Real y antes con la Orquesta Nacional. ¿Se siente de algún modo maltratado por su propia tierra?
No, maltratado no, pero es una pena que sea precisamente en tu casa donde tienes las peores experiencias. En el resto de sitios donde he estado, que tampoco han sido muchos, porque afortunadamente he tenido relaciones largas y estables en Berlín, Cincinnati y Lausana, en todos ellos el capítulo se cerró felizmente. Soy miembro de honor de la ópera de Berlín, director honorario en Cincinnati y con Lausanne conservo una relación estupenda.
¿Y cómo se explica esa diferente resolución de sus estancias, en España y en el extranjero?
Seguramente por la idiosincrasia de este país, que estima más lo de fuera que lo propio. Y no pienso solamente en mi caso, sino en tantos y tantos, en la política y en las artes. No es infrecuente que esto suceda en España. Quizá debido también al pecado capital español, que es la envidia.
En una anterior entrevistaba manifestaba usted que no entendía el cambio en la dirección artística del Real cada cuatro o cinco años, reclamando una continuidad mayor, ¿podría abundar en esto?
Sí, yo creo que una institución está mejor servida si tiene una continuidad mayor en su gestión, una mayor estabilidad. En los grandes teatros internacionales y en las grandes orquestas así sucede.
¿Nos podría aclarar, en todo caso, cómo fue su salida del Real? ¿Quién la decidió, cuándo y por qué, para zanjar esta cuestión?
Aporté a la prensa en su momento la documentación que aclaraba los hechos. Mi salida del Real fue por decisión propia y así lo comuniqué al teatro.
Al margen de las declaraciones de Mortier, ¿cómo valora el comunicado de Ignacio García-Belenguer, que no desmentía a Mortier?
Por eso precisamente decidí poner la demanda, ya que probé a solicitar una rectificación por la vía cordial y más oficial, mediante una carta al Real. Pero no hubo rectificación alguna, así que decidí recurrir a los tribunales.
En torno a esta polémica se deslizó otra, no menos incómoda, acerca de su sueldo como director musical del Real. ¿Qué aclaración haría usted al respecto?
La única aclaración que tengo que hacer es que yo cobraba en su momento en el Real el caché de mercado, ni más ni menos. Yo estaba mejor pagado en Cincinnati, de modo que mi venida al Real fue motivada sobre todo por un proyecto artístico y por razones emocionales, antes que por razones económicas.
¿Sería partidario de que se hablase de esta cuestión con más transparencia, tratándose sobre todo de puestos remunerados con dinero público?
Sí, sin duda, sobre todo tratándose de dinero público. Nunca me he opuesto a que se comunicara lo que se pagaba en un teatro público a los cantantes o a los músicos. Los teatros públicos tienen de hecho cada día una política de transparencia más clara y decidida y yo soy partidario de que así sea.
Recientemente ha sido el director musical de El mundo de la luna de Haydn en el Teatro Arriaga de Bilbao, en una producción que se cerró con una representación a piano, por la huelga de la Orquesta Sinfónica de Navarra. ¿Cómo vivió esa situación?
¿Es un ejemplo de la tensión económica que está invadiendo las instituciones musicales españolas?
Sin duda, desde luego es un ejemplo clarísimo de los estragos de una crisis que llega a todas partes y que amenaza la continuidad de tantos proyectos e instituciones importantes.
A la vista de su calendario se diría que mantiene una buena relación con Antonio Moral, el anterior director artístico del Teatro Real, constando su batuta al frente de un ambicioso proyecto para interpretar la integral de las nueve sinfonías de Beethoven en doce horas en la programación del Centro Nacional de Difusión de la Música.
Siempre he tenido muy buen contacto con Antonio. La colaboración fue estupenda mientras coincidimos en el Real y después hemos mantenido una relación magnífica en lo personal y también, en este caso, en lo profesional. Ya hace dos años, cuando hizo el "¡Sólo música!" en el Auditorio Nacional, formé parte de ello, y ahora es un placer volver para este nuevo reto.
Visto desde fuera, ¿no es un proyecto demasiado ambicioso?
Sí, puede sonar ambicioso, pero tiene su razón de ser. Al menos, yo lo he aceptado por varias razones. En primer lugar, por un motivo emocional, porque Beethoven es el compositor al que seguramente me siento más ligado. La primera vez que dirigí profesionalmente fue una Segunda sinfonía de Beethoven. Y es un compositor cuyo ciclo sinfónico he venido dirigiendo durante toda mi carrera, ya sea en España o fuera, en Cincinnati. Desde el punto de vista físico, dada la edad que tengo, aunque se antoje un reto maratoniano, no lo es tanto. O mejor dicho: lo es más a un nivel de concentración. Otra razón fundamental para aceptar el proyecto fue la posibilidad de montar cuatro de las nueve sinfonías con la JONDE, una formación a la que tengo en gran estima. Las orquestas jóvenes dan mucho juego, son muy maleables, y eso permite una comunicación muy interesante. Estas cuatro sinfonías (la 1ª, la 2ª, la 7ª y la 8ª) se van a trabajar como contenido de uno de sus encuentros, durante un período de una semana, antes de que yo venga, con un asistente mío, etc. Y luego la Novena la voy a hacer con la Sinfónica de Madrid, con la que ya la hice en su momento. El resto, dos sinfonías con la Orquesta Nacional y dos con la Orquesta de Radio Televisión Española, dos formaciones que conozco bien y con las que he trabajado en muchas ocasiones. Poseo además materiales propios en torno al ciclo beethoveniano, con lo cual los músicos tienen ya en el atril indicaciones muy claras de lo que buscamos. Hay, por último, una motivación de curiosidad personal, porque tiene un gran atractivo interpretar todas las sinfonías juntas, en un único programa, consecutivas. Será una ocasión única, lo mismo para mí que para el público, de experimentar la revolución musical que supuso este ciclo sinfónico en la historia de la música. Es una cita extraordinaria, que abordo con emoción y humildad porque supone cerrar en mi caso cuarenta y tres años de carrera ligadas de un modo u otro a este ciclo beethoveniano.
No tiene ahora en su horizonte, entiendo, la intención de ser director titular estable en ninguna institución.
No, por supuesto. Tomé ya esa decisión al salir del Real y era algo ya meditado para entonces, conforme se acercaba el momento de cumplir setenta años, en 2010. Necesitaba desvincularme de ese estrés y de esa exigencia que van aparejados a una titularidad. Además pasé por una situación difícil de salud en 2011, con una operación compleja, y eso me ratificó en mi decisión de no volver a tomar responsabilidades estables en una titularidad. Y esto, sobre todo, porque creo que no es honesto asumir una responsabilidad así cuando uno ya no se encuentra con la fuerza y la vitalidad de antaño, con plena forma física, etc. Una orquesta estable tiene éxito y desarrollo cuando tiene perspectiva de crecer junto a una batuta estable. Y con ciertas edades ese horizonte no se puede garantizar de forma tan evidente.
Forma parte, de algún modo, años arriba o abajo, de una generación gloriosa de músicos españoles: Domingo y Carreras giran en torno a los 70 años y recientemente cumplían 80 años Berganza y Caballé, por citar cuatro nombres emblemáticos. Esa generación casi mítica, ¿tiene relevo?
Sí, yo creo que sí. Lo que ocurre también ahora es que son muchos los músicos prometedores y es más difícil destacar. En nuestra época éramos pocos y todavía menos los que dábamos el paso de salir fuera de España, de modo que ya se producía ahí una primera selección natural a la hora de darse a conocer, resaltar, etc. Había pocos nombres, pero muy buenos. Ahora, un poco a la inversa, hay muchos y muy buenos, y eso eleva todavía más la exigencia a la hora de destacar. Y también ha cambiado mucho el modo de desarrollarse las carreras. Ahora hay mucha gente con un gran potencial que se malogra muy pronto, por desgracia, por precipitación, prisas, etc. No falta materia prima para tener grandes figuras como Caballé o Domingo, sino antes bien un planteamiento más inteligente y sosegado de las carreras.
A estas alturas de su trayectoria, ¿le queda algún título operístico o alguna parte del repertorio sinfónico que le hubiera gustado interpretar y para el que no se ha dado la ocasión propicia de hacerlo?
Me quedé con las ganas, toda mi vida, de hacer La pasión según San Mateo de Bach. La tuve de hecho programada, en el Auditorio Nacional, en el año 86. Pero fue justo el año que murió mi mujer y estuve entonces durante tres meses apartado de mi trabajo, teniendo que cancelar en aquella ocasión. Y posteriormente es un repertorio que comprendí que no tenía sentido abordar con una orquesta sinfónica al uso. Todavía se hacía así a mediados de los ochenta, pero hoy en día no es coherente. Sigue siendo uno de mis mayores deseos, pero imagino que se quedará sin cumplir.
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