Crítica de José Amador Morales de la ópera Jenufa, de Janacek, puesta en escena en el Teatro de la Maestranza de Sevilla bajo la dirección musical de Will Humburg y escénica de Robert Carsen
Memorable Jenufa
Por José Amador Morales
Sevilla, 18-II-2023Teatro de la Maestranza de Sevilla. Leoš Janáček: Jenufa. Agneta Eichenholz (Jenufa), Peter Berger (Laca), Ángeles Blancas (Kostelnička), Nadine Weissmann (La abuela Buryja), Thomas Atkins (Števa), Isaac Galán (Capataz), Marifé Nogales (Esposa del Alcalde), Marta Ubieta (Karolka), Zayra Ruiz (Una pastora), Patricia Calvache (Barena), Ruth González (Jano), Alicia Naranjo (Tía), Paula Ramírez (Primera voz), Andrés Merino (Segunda voz). Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza (Íñigo Sampil, director). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Will Humburg, director musical. Robert Carsen, director de escena. Producción de la Opera Ballet Vlaanderen.
Si en la pasada temporada del Teatro de la Maestranza asistimos a una puesta en escena Pelléas et Melisande que a buen seguro será recordada por mucho tiempo como una de las producciones más logradas en muchos años, seguramente ahora habría que añadir esta esperada Jenufa con la que el coliseo sevillano se quita una de las todavía muchas espinas que tiene en cuanto a títulos operísticos por llevar a sus tablas. Ya en el caso de la obra de Debussy advertíamos cómo en general en nuestro país se tiene mucho tacto a la hora de representar óperas importantes pero inhabituales o – como es el caso – inéditas en ese lugar y generalmente del siglo XX, cuidando tanto la producción escénica correspondiente como la selección del reparto protagonista, hasta el punto de que resulta difícil asistir en estos casos a presuntos experimentos o extrañas concesiones como no es extraño comprobar en títulos más tradicionales. Y esta Jenufa vuelve a demostrarlo una vez más sin lugar a dudas; la mera respuesta de un público enfervorizado tras el último acorde habla por sí sola.
Este formidable éxito, avancémoslo ya, radicó en una producción escénica de gran impacto dramático, en una lúcida e intensa dirección musical y en el buen hacer general de un reparto en el que destacaron sobremanera las encarnaciones de los personajes de Kostelnička y Laca. La propuesta escénica de Robert Carsen para Amberes, nos lleva a un extremo dramático en el que difícilmente puede decirse más con menos, algo por otra parte inherente a la personalidad artística del director escénico canadiense. Sobre un fondo negro y vacío, una plataforma rectangular cubierta de tierra de intenso color marrón e inclinada hacia el espectador es el marco único donde se desarrolla la acción; junto a ello un conjunto de puerta-ventanas que son colocadas por coro delimitando bien una plaza, bien un sencillo hogar con salón y dormitorio o incluso utilizadas como arma amenazante en el intento de linchamiento de Jenufa. Este es el marco en el que se desarrolla un drama llevado a su máxima expresión gracias a una dirección de actores extremadamente analítica y una iluminación tan sutil como bella. En definitiva, puro teatro e intensidad dramática por momentos agotadora pero sublimada en el final más audaz, conmovedor y maravilloso que se haya visto en el Teatro de la Maestranza. No es de extrañar que el público, tras dos horas de colapso emocional, se liberara con vehemente entusiasmo.
Como ya hemos adelantado, la dirección musical de Will Humburg fue otro de los puntales de la velada. Desde el primer compás logró imponer una intensidad dramática que no decayó hasta el final de la función, con la única y lógica excepción del monólogo de Jenufa en el segundo acto donde imprimió un carácter ensoñador y poético, destacando tanto la textura camerística como los rasgos impresionistas del pasaje, lo que por contraste incrementó la tensión de las escenas posteriores. Salvo algunos pasajes en los conjuntos, donde fue apreciable cierta falta de limpieza en el sonido, el director hamburgués supo extraer un color básico de una entregada Sinfónica de Sevilla. También fue apreciable su atención a la escena, no solo en lo que respecta a la atención a los cantantes sino a la propia dramaturgia. Como en la coda que corona el segundo acto, por citar un ejemplo significativo, dilatada aquí hasta el límite para propiciar más tiempo a lo que está sucediendo en el escenario y, por lo tanto, un mayor impacto de la barbarie cometida por Kostelnička, propiciando que su última frase – «¡es como si la muerte asomara!» – cale hasta lo más profundo del espectador.
El reparto vocal estuvo marcado por una gran solvencia en términos globales, sobre todo a nivel actoral, destacando particularmente una Ángeles Blancas que hizo una creación soberbia de Kostelnička. La soprano madrileña aportó su inmenso talento como actriz, su carisma expresivo y su frescura vocal al servicio de una caracterización inolvidable. Si bien su dicción no fue especialmente efectiva – nunca lo ha sido – y que su registro grave, aunque suficiente y bien resuelto en el apoyo, evidentemente no es su punto fuerte es de agradecer que no lo forzara ni ensanchara artificialmente. Pero sumó mucho más su mezcla de musicalidad y punta expresiva en una feliz recreación del personaje central del drama. A su lado, Agneta Eichenholz también destacó en lo actoral pero decepcionó un tanto en base a una voz pequeña y de escasa proyección cuya lejanía al fondo del escenario, particularmente en las primeras escenas, le penalizaba demasiado; tampoco su caudal canoro poseía una anchura con el peso necesario para esculpir un fraseo de sólida entidad expresiva. No obstante su interpretación fue a más a lo largo de la velada, pudiendo percibirse un timbre no exento de atractivo y un refinado lirismo, como demostró en la plegaria..
Por su parte, Peter Berger fue otro de los triunfadores de la noche gracias a una materia prima dotada de cierto squillo con la que supo delinear, tanto en la partitura como en lo teatral, esa impresionante progresión entre el Laca irracional y celoso del principio y el confiado y generoso del final. La «tesitura elevada nada confortable – de Steva - que no debe tener ningún problema para un lírico o lírico-ligero», en palabras de Arturo Reverter en sus acertadas notas al programa, pareció presentarle puntuales dificultades técnicas a Thomas Atkins pese a mostrar un instrumento importante. También discreta la abuela Buryja de Nadine Weissmann, literalmente inaudible durante el primer acto, condicionada también por su posición arriba de la plataforma. Excelente el contundente grupo de voces, todas ellas españolas, en el resto del reparto.
Fotos: Teatro de la Maestranza
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