Por Raúl Chamorro Mena
Berlín. 25-I-2020. Deutsche Oper. Jenufa-Její pastorkyna (Leos Janacek). Evelyn Herlitzius (Kostelnicka, la Sacristana), Rachel Harnisch - escena- y Andrea Danková- canto- (Jenufa), Robert Watson (Laca Klemen), Ladislav Elgr (Steva Burya), Renate Behle (Abuela Burya), Stephen Bronk (El alcalde), Nadine Secunde (esposa del Alcalde), Jacqueline Stucker (Karolka). Orquesta y coro de la Deutsche Oper de Berlín. Dirección musical: Donald Runnicles. Dirección de escena: Christof Loy.
Aunque Leos Janacek (1854-1928) retoma y continúa, con su propia personalidad, la tradición de la ópera romántica checa fijada por Bedrich Smetana, Zdenek Fibich y Antonín Dvorak, su admiración por el movimiento verista-naturalista italiano y, especialmente, por la obra de Giacomo Puccini es clara, y pueden apreciarse en sus obras las correspondientes influencias. Un ejemplo de ello lo tenemos en Jenufa y la salida de Kostelnicka, inequívocamente tributaria de la de Scarpia en Tosca, es decir, irrupción de un personaje fundamental en plena acción tumultuosa sobre el escenario, que se detiene de golpe ante esa entrada.
El profundo realismo de raíz naturalista alcanza en esta ópera una especial crudeza y llega al paroxismo con la inclusión de un infanticidio, caso insólito en la creación operística.
Si bien Jenufa se estrenó en Brno con gran éxito en 1904, el director artístico del Teatro Nacional de Praga, Karel Kovarovic, no permitió su presentación en la capital checa hasta 1916 y con modificaciones en la orquestación realizadas por él mismo. Su estreno en Viena en traducción alemana fue un gran triunfo, que garantizó cierta presencia de la obra en las temporadas de los teatros centroeuropeos.
La difusión de la obra en su versión original y progresivo establecimiento en las temporadas de ópera de todo el Mundo de la producción operística de Janacek le debe mucho al maestro Charles Mackerras y su ciclo de grabaciones de las principales óperas del compositor moravo para el sello DECCA, entre ellas, por supuesto, Jenufa, registro de 1982 con una rutilante Filarmónica de Viena y la gran Elisabeth Sörderström como protagonista. A España la obra llegó al Liceo en 1990 y a Madrid, Teatro de la Zarzuela, en 1993 con una Leonie Rysanek como Sacristana, que nos dejó al borde del infarto a los allí presentes. En 31 años viendo ópera en vivo no he sentido nunca tal tensión y emoción en una butaca, los bravos fueron catárticos y la mayoría de los asistentes nos convertimos a la fe de Jenufa y de Leos Janacek.
A consecuencia de de una afección vocal de Rachel Harnisch, sólo pudo afrontar la parte escénica, mientras la soprano eslovaca Andrea Danková, que interpretó el papel titular hace unos años en el Teatro Real de Madrid, asumió la parte vocal desde un extremo del escenario. Esto siempre es un problema, pues que canta no puede valerse de la interpretación escénica y la que se expresa sobre el escenario no dispone del canto, fundamental en el teatro lírico. Además, al espectador le llega un personaje "desdoblado" que dificulta en cierto modo el seguimiento de la representación. Así las cosas hay que valorar el estupendo trabajo escénico de Rachel Harnisch en el seno de un montaje que caracteriza adecuadamente los personajes. Esa Jenufa del veraniego primer acto, juvenil, sensual, enamorada y rebosante de alegría, porque su amado Steva (del que espera un hijo) se ha librado de la leva, da paso a la mujer sufridora y resignada del segundo, ya en pleno invierno, abandonada por el padre de ese hijo que ha dado a luz en secreto.
En el último acto, la Jenufa devastada, ¡que viste de negro! para su boda. Por su parte Andrea Danková asumió la parte vocal con unos medios atractivos, de soprano lírica con cuerpo, agudo bien resuelto y proyectado, línea de canto irreprochable y fraseo bien calibrado, si acaso falto de un punto de variedad e incisividad. El principal aliciente a la hora de asistir a esta Jenufa Berlinesa, radicaba en la presencia de ese animal escénico llamado Evelyn Herlitzius en el impresionante papel de Kostelnicka, la Sacristana, el personaje clave de la obra. Aunque he visto en teatro grandes intérpretes del papel, como la citada Leonie Rysanek, Eva Marton, Anna Silja, Kathryn Harries, Deborah Polaski... no podía perderme la creación de la soprano de Osnabrück. El repertorio pesado que ha afrontado la Herlitzius, particularmente Elektra de la que ha legado a la posteridad una interpretación histórica, han causado cierta erosión en su material vocal, pero dentro de lo asumible, ya que permanecen la emisión firme y caudalosa, la impecable proyección, los sonidos restallantes... Y cómo no, una intensísima creación dramática, de una fuerza teatral irresistible, que tuvo como principal cimiento un segundo acto de una fuerza dramática abrumadora. Sólo verla en el primer acto repicar la mesa con sus dedos mientras advierte a Steva que no podrá casarse con su hijastra hasta que no mantenga un año sobrio o, ya en el segundo, el momento en que agarra el niño para inmolarlo en las frías aguas del río o ese final de acto estremecedor cuando la ventisca de nieve abre la ventana y asolada por el remordimiento exclama «¡Cierra la ventana! ¡Parece que la muerte asomara por ahí!» que le deja a uno sobrecogido. Kostelnicka no es ningún monstruo pleno de maldad diabólica, ni mucho menos, todo lo hace por el bien de su hijastra y obligada por las circunstancias y la atmósfera en la que vive. El niño es el obstáculo para la felicidad de su propia madre. Una artista con todas las letras Doña Evelyn.
Muy interesante el Laca Klemen del tenor Robert Watson, rudo e impetuoso como pide el personaje. En lo vocal, un timbre corposo, con grano, carne e importatne volumen, con sonidos de gran pegada en sala. Más flojo en lo vocal el Steva de Ladislav Elgr, de emisión retrasada, timbre pobretón y agudo sin resolver. Las pasó canutas con la espinosa tesitura de las frases del dúo con Jenufa del primer acto. Sin embargo, en lo interpretativo encarnó bien al niñato frívolo e irresponsable que es Steva. Discreta la Abuela Burya de Renate Behle y correcto equipo de secundarios entre los que se encontraba la veterana de mil batallas Nadine Secunde, consumida vocalmente, pero que no desaprovechó en el aspecto escénico su corta intervención en el último acto.
Notable dirección musical del maestro Donald Runnicles, titular de la casa, que escanció y puso de relieve con transparencia, refinamiento tímbrico y diáfanas texturas la rica orquestación de Janacek, asegurando, al mismo tiempo, gran factura musical y el apropiado voltaje teatral, haciendo justicia con ello a esta obra maestra. Cuerpos estables a nivel sobresaliente.
Quién me lo iba a decir, pero ya he visto dos puestas en escena de Christof Loy interesantes de manera consecutiva y en el mismo teatro (la anterior fue «El Milagro de Heliane» de Korngold). En el presente caso con una escenografía única y escueta, pero eficaz de Dirk Becker, una casa claustrofóbica que simboliza el microcosmos que constituye este pequeño pueblo de Moravia cerrado en sí mismo y presidido por unas rígidas convenciones sociales y donde todos se conocen. Apenas unas puertas correderas que giran y dejan ver, en el primer acto, el campo en pleno verano con unos postes de luz sin cables que evocan el aislamiento de esta endogámica población. Ese paso del tiempo del verano al invierno, con el campo nevado donde se producirá el infanticidio también está muy bien reflejado y, sobretodo, el movimiento escénico muy bien trabajado y los personajes bien caracterizados. Al final, Jenufa y Laca caminan hacia una negra inmensidad. Lo que les espera no parece ser un futuro mejor, sino un abismo sin esperanza.
Foto: Bettina Stöß
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