Crítica de Agustín Achúcarro del concierto de Javier Perianes con la Sinfónica de Castilla y León
Perianes o el arte de lo sublime
Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 10-XI-2022. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director y piano solista: Javier Perianes, piano. Obras: Obertura de la ópera Una cosa rara de Martín y Soler, Conciertos para piano y orquesta nº 23 en la mayor, K. 488 y nº 20 en re menor, K 466.
Javier Perianes, en sus facetas de pianista y director, abordó un programa en torno a dos conciertos de Mozart. Como ya alegó en otras ocasiones, dejó claro que él es un pianista que dirige desde el piano, no un director, y que lo hace siguiendo la estela de una tradición. Lo cierto es que demostró ser un músico integral y realizó una actuación completa. A su lado, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León estuvo a la altura de lo que se le requería y dio la sensación de creer profundamente en lo que Perianes estaba proponiendo y haciendo.
Antes de las obras mozartianas, la Sinfónica interpretó la Obertura de Una cosa rara de Martín y Soler, con el concertino Cibrán Sierra en las labores de dirección desde su puesto de violín. El compositor español fue una figura muy relevante en su época y como dijo Christophe Rousset en el programa de mano del Teatro Real, cuando dirigió Il burbero di buon cuore: «Podemos encontrar influencias de Martín y Soler en Mozart, de ahí que resulte muy interesante estudiarlo, ya que ayuda a comprender mejor a Mozart». Por ello la elección de esta obertura, con su trazo elegante y su vitalismo, potenciado por la dirección del concertino, sirvió como un preámbulo idóneo a lo que vino después.
En las interpretaciones de los conciertos para piano de Mozart, Perianes se adentró hasta lo más profundo, por lo que nada que fuera sensible parecía escapar a su arte. La versión del Concierto para piano y orquestas nº23 resultó de una concepción sin fisuras. El pianista imbuyó a la sublime melodía del Adagio de una delicadeza inusitada, con leves rubatos y una sonoridad pasmosamente clara, incluidos los pianos más leves. A esto se unió unos efectos ondulantes, sugerentes al máximo, y una forma de pulsar el piano de una sutileza desbordante. Además, fue un momento muy propicio para la orquesta, que supo estar a la altura por conjunción y facilidad en la emisión. Antes, en el Allegro, destacó la flexibilidad del fraseo entre la Sinfónica y el pianista, ya fuera en pasajes de empuje como serenos. Igual ocurrió en el tiempo conclusivo, festivo en las melodías que iban surgiendo e impactante en los pasajes rápidos.
Llegados al Concierto para piano nº20 el solista, aun si cabe, llegó más allá en un aliento poético que se manifestaba pujante en leves matices. Se podía disfrutar cada instante, según surgía la música nota a nota o en su conjunto, pues todo permanecía en perfecto equilibrio. Nada enturbió el lirismo de la Romanza, ni en el momento en el que se hace sentir la llegada del tiempo conclusivo, más agitado. Lo que se produjo abiertamente en el tercer movimiento, pero sin exageraciones, como algo que brota del interior, jugando entre lo ligero y lo denso. La coloración, el sentido del legato, la labor del par de clarinetes, adquirieron en esta obra un cariz apasionante. La orquesta estuvo a la altura que de ella se requería, siempre dúctil y en un diálogo fructífero con el piano. En el concierto nº20 se interpretaron cadencias de Beethoven y en el nº23 de Mozart.
Foto: Sinfónica Castilla y León
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