Por Agustín Achúcarro
Medina del Campo. 10-XI-20. Auditorio Municipal de Medina del Campo. 29 Semana Internacional de la Música. Obras de Beethoven y Chopin. Javier Perianes, piano.
Se sentó junto al piano, dedicó unos segundos a concentrarse y comenzó la Sonata nº12 en la bemol mayor, op. 26 de Beethoven, pausado, como dejando espacio para que cada nota significara algo en sí misma y sirviera para construir un todo lo que provocó un impresionante silencio en la sala. Javier Perianes había comenzado el Andante con variaciones, en un ejercicio de introspección, dilatando hasta lo imposible la extensión dinámica. Qué pianos, qué uso del pedal para matizar y qué manera de administrar el tempo. Sin solución de continuidad llegó el Scherzo en un ejemplo de ritmo, de empleo de las dos manos, con un pulso claro y seguro. La Marcha fúnebre para la muerte de un héroe fue un modelo de concisión, de acordes llenos de intención, con pianos impactantes. Una interpretación espléndida por su valor armónico y por la melodía que fue capaz de extraer. No faltaron los crescendi poderosos y los silencios que precipitaban el anhelo del siguiente sonido. Un Allegro ligero en el inicio, que fue ganando intencionadamente profundidad, pondría punto y final a la interpretación de la primera de las dos sonatas de Beethoven programadas.
Perianes se mantuvo al lado del piano y tras recibir volcados aplausos volvió de inmediato a sentarse para interpretar la Sonata nº2 en si bemol menor, op.35 de Chopin, que comenzó marcada por tajantes acordes y una melodía de un lirismo enorme. Un Chopin cautivador, con una llamativa pureza del sonido. Luego el Scherzo y después la Marcha fúnebre, en torno a la que gira la obra, que Perianes interpretó desnuda hasta el punto de hacer sentir la soledad y la ausencia infinita por la muerte. Y más allá de la forma, dominó la musicalidad y una forma de entender el virtuosismo profunda, empeñado en la nitidez del sonido, sin por eso abandonar la gravedad de la obra. Aplausos redoblados mientras el intérprete siguió sin separase del piano, para volver de inmediato a la fase de concentración y tocar la Sonata nº31 en la bemol mayor, op. 110 de Beethoven, que enfrentó al pianista con la época final de las sonatas del compositor. Perianes dejó que fluyesen con libertad los temas e incidió en el carácter de la melodía. El tercer movimiento se convirtió en el cénit de la interpretación, como si el pianista lo hubiera venido preparando desde el inicio, con el canto conmovedor que domina al movimiento hasta la fuga, esplendida de sonoridad, el arioso que retomó aún más profundo, y la conclusión gozosa.
Javier Perianes dio un recital sublime en muchos aspectos, propio de un gran pianista. Quizá las circunstancias por las que pasamos acrecienten los adjetivos vertidos, pero es evidente que el pianista dio un recital muy especial. Ofreció versiones marcadas por su sello personal, sin alejarse por eso de lo canónico, y ahondó hasta lo más profundo de las partituras, escrutando cada nota y su relación con el resto. Fuera de programa interpretó Quejas o la maja y el ruiseñor de Goyescas de Granados y la Mazurka, op. 63, nº3 de Chopin.
Foto: Semana I. de la Música de Medina del Campo
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