Por Alejandro Martínez
20/10/2014 Auditorio de Zaragoza. Javier Perianes, piano. Orquesta Sinfónica de la BBC. Sakari Oramo, dir. musical. Obras de Sibelius, Ravel y Shostakovich
Una de las escasas citas de interés de la presente Temporada de Grandes Conciertos de Otoño del Auditorio de Zaragoza (que ahora cumple veinte años desde su apertura), tenía lugar el pasado lunes 20, con la actuación del pianista español Javier Perianes junto a la Orquesta Sinfónica de la BBC. Y el interés radicaba no tanto en la indudable prestación de la orquesta sino en la inclusión del citado pianista, Premio Nacional de la Música en 2012, para interpretar una de las joyas del repertorio para su instrumento, el concierto de Ravel. Este concierto formaba parte de una gira con perianes y la Sinfónica de la BBC por Alicante, San Sebastián, Zaragoza y Madrid (Juventudes Musicales) y con final en el Barbican londinense.
Es indudable la maestría de Perianes. Huelga ya mencionar su edad, no porque no sea ya tan joven, que lo sigue siendo, sino porque es irrelevante tal factor para valorar su desempeño, que es de una madurez, firmeza y convicción que se bastan y se sobran para convencer al oyente de estar ante un pianista de altura y talla internacional. No hay edad para el magisterio, como Perianes demuestra desde hace ya algunos años. La exigencia técnica de este concierto se transformo en sus manos en un ejercicio expresivo de franca naturalidad, sin alborotos ni ademanes innecesarios, claro, directo, limpio y protagonista por méritos propios. Cabe apenas demandar a Perianes por momentos una introspección mayor, aún si cabe más dilatada e intemporal. Seguramente con una batuta más inspirada en el acompañamiento, más cómplice, hubiera surgido ese hechizo que alberga el Adagio de este concierto y que aquí tan sólo Perianes consiguió subrayar.
El desempeño de la Orquesta Sinfónica de la BBC dio muestras de su habitual firmeza. Un sonido compacto, nítido, uniforme, quizá algo falto de personalidad, como llevado por un estándar algo genérico, pero capaz de resolver con idéntica soltura las partituras de Sibelius, Ravel y Shostakovich que integraban el programa de este concierto. La batuta de Sakari Oramo, director titular de esta orquesta desde 2013, no es deslumbrante, pero no cabe tampoco poner en duda su solvencia técnica y su firme capacidad para concertar. Nos gustó mucho su Sibelius, el poema sinfónico En Saga con el que se abría el concierto, lleno de fuerza, equilibrio y con algo de magia. Sin duda la pieza que Oramo dispuso con más personalidad y convicción. Menos nos satisfizo su acompañamiento a Perianes con el concierto para piano de Ravel, falto de imaginación, demasiado básico en su contrastes, como en blanco y negro, con una gama de grises poco elaborada, todavía más tratándose de Ravel. Sorprendió la escasa ambición de la batuta aquí, en contraste con el Sibelius tan bien dispuesto previamente.
La segunda parte de concierto se centraba en la Sinfonía no. 5 de Shostakovich, estrenada bajo la batuta de Mravinsky en 1937, tres años después de su Lady Macbeth de Mtsensk, fuertemente criticada, lo mismo que su anterior sinfonía, la cuarta. De hecho Shostakovich definió en su día esta Sinfonía no. 5 como “la respuesta de un compositor soviético a unas críticas justas”. Es sin duda una obra compleja, aunque no tanto como tras sinfonías más elaboradas y extensas del compositor ruso. Es seguramente una de sus sinfonías más engañosas, porque bajo su convencional estructura, bajo esa apariencia canónica, hay todo un retrato del devenir del régimen soviético, con sus correspondientes purgas, al tiempo que se desliza un aliento autobiográfico. Sea como fuere, Oramo acertó sobre todo desplegando un Largo intenso, casi mahleriano, con una cuerda de terciopelo, mimada en el sonido en piano, muy delicada y eficaz. La suya fue en conjunto una Quinta bien plantada, ortodoxa, sin grandes alardes pero intachable en su arquitectura. Dos propinas completaron la velada. Primero Perianes, al cierre de la primera mitad del concierto, ofreció la Serenata andaluza de Falla, en una ejecución deslumbrante y modélica. Oramo y la orquesta, por su parte, cerraron la velada con el vals Maskerade de Khachaturian.
Fotos: Auditorio de Zaragoza
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