CRÍTICA: RECITAL DE JAVIER PERIANES EN CAIXAFORUM MADRID. Por Gonzalo Lahoz

      En apenas un mes, el pianista Javier Perianes ha regalado su buen hacer en Madrid acompañado por dos grandes directores de orquesta, Rafael Frühbeck de Burgos y  Yuri Termikanov, si bien con el primero se tuvo la sensación de cierto encorsetamiento ante la concepción de la batuta, eso sí, con unos buenos resultados; con el segundó se sintió una mayor libertad en los conceptos y un rendimiento más regular. Para los próximos meses se le espera interpretando música de cámara junto al Cuarteto Quiroga y al Tokio Quartet, dos acontecimientos a tener en cuenta en la agenda musical de la capital.
      Para esta ocasión, el pianista se presentaba en solitario en el Auditorio de CaixaForum, con un exquisito programa que ya a primera vista levantaba las mayores ilusiones entre el público. Las obras escogidas cerraban el ciclo "Los Adioses" de la sala madrileña, recogiendo obras finales de grandes compositores del romanticismo alemán como Brahms, Beethoven, Schubert y Liszt. Tres andantes componen los Drei Intermezzi, Op.117 de Johannes Brahms, piezas que supo acentuar y diferenciar de forma absolutamente deliciosa el pianista onubense. En sus manos sonaron dóciles y tiernos. Perianes acarició  los piano, retardó las codas e imprimió dulzura a cada frase, tal y como perseguía el compositor cuando afirmó que los había escrito como "canciones de cuna para mis sufrimientos". Insistimos en que el pianista español consiguió reflejar con extrema delicadeza uno de los últimos trabajos de Brahms, envolviendo al público en un halo de ensoñación, de mágica y calurosa melancolía.
      El programa continuó con la Sonata nº31, Op.110 de Beethoven, obra con la que un Perianes todavía más joven arrancó más de un bravo al maestro Barenboim, en las conocidas clases magistrales que en su día fueron grabadas en video. Quizá no nos encontremos ante el beethoviano más riguroso en formas y tiempos, pero a través de un sutil juego de pedal y un cautivador sentido del rubato, Perianes consiguió hacer suyo Beethoven, sin ensuciarlo ni maltratarlo sino engrandeciéndolo con una visión respetuosa y cuidada en los detalles. Siguieron dos pequeñas piezas de Franz Liszt: Venezia, S.201 y Ante la tumba de Richard Wagner, S. 202, que otorgaron un grado más de solemnidad a la noche.
      A continuación el plato fuerte de la noche, los Drei Klavierstücke, D.946 de Franz Schubert, tan en boga estos días al ser el tema principal de la banda sonora de la película Amour de Michael Haneke. Las pequeñas manos de Perianes hicieron alzar el vuelo de la imaginación de quien escuchaba, ensimismado ante tal inspiración. Con el metrónomo nada moroso pero si pausado, el solista fue desenvolviendo cada frase con el sentido y la acentuación exacta que requería, volviendo una vez más a refulgir ese poético fraseo suyo, ese "color Perianes", creando un sonido reposado e intimista ante el cual uno no puede más que caer rendido.
      Para culminar la velada, ofreció de propina un sentido Nocturno de Chopin, puede que para ir abriendo boca con su próximo trabajo discográfico.  Una mágica noche en Madrid pues, en la que pudimos retrotraernos, a través de un pianista único como Perianes, a los fríos días finales de cuatro grandes genios de la música. Y es que por muy fríos que puedan resultar los últimos momentos, nunca está de más recordar que el frío, a veces quema.