El violinista Javier Comesaña participa en la temporada de la Orquesta Sinfónica de RTVE bajo la dirección de Pablo González
Tchaikovsky y Stravinsky muy bien planteados
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 11-XI-2022. Teatro Monumental. Raíces, Concierto A/5. Obras de Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893) e Igor Stravinsky (1882-1971). Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española. Javier Comesaña, violín. Pablo González, director.
El influyente crítico austriaco Edward Hanslick (1825-1904) asistió al estreno -4 de diciembre de 1881, con Adolf Bordsky al violín y la Filarmónica de Viena, bajo la batuta de Hans Richter- del Concierto para violín y orquesta en re mayor op. 35, de Tchaikovsky, y lo tachó de «largo y pretencioso», como fiel defensor del formalismo frente al romanticismo. Es obvio que ello desanimó a Tchaikovsky, como bien apunta Mario Muñoz Carrasco en sus notas al programa: «La aceptación de la crítica significaba algo muy distinto para un artista romántico que para uno contemporáneo. Para el primero, una mala crítica suponía años de funambulismo sobre el desfiladero; para el segundo, la certificación de que se andaba por el buen camino». Tchaikovsky nunca obedeció a nada que no tuviera al romanticismo y al melodismo como su horizonte compositivo, pero quizá por esta mala e injusta crítica -vista desde la perspectiva que da el tiempo- el genio ruso nunca compuso ningún concierto para violín más.
El joven violinista Javier Comesaña (Alcalá de Guadaira, 1999), ganador de los prestigiosos Jascha Heifetz Competition y el Prinz von Hessen-Preis en 2021, hubo de aceptar con premura el difícil encargo de RTVE de sustituir a la inicialmente planteada como solista, la reconocidísima María Dueñas (2002), que alegó enfermedad, y que debía hacer frente a estos dos conciertos como artista residente para esta temporada de la Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE. No pudo ser. La deseamos una pronta recuperación.
La obra contiene interesantes contrastes duales, muy propios del romanticismo, entre el colorismo y la tragedia, así como entre la extroversión -articuladas en forma de danzas, normalmente- y la autocontemplación -protagonizadas por el instrumento solista-, en la búsqueda de un efectismo que va in crescendo para acabar en el Allegro vivacissimo final, que solista y orquesta realimentan entre sí.
Nada más comenzar, el Allegro moderato, energizado rápidamente por la orquesta, dio paso a la primera intervención de Comesaña, que mostró sensibilidad y elegancia en sus primeras exposiciones, así como en el apunte del tema principal que después recoge la orquesta, y posteriormente es variado de forma compleja y ornamentada por el violín. Destacamos en Comesaña la limpieza de sus staccati y la belleza de sonoridades extraídas de su Guadagnini de 1765 (cedido por la Fritz Behrens Stiftung), así como su notable virtuosismo en las escalas, arpegios y trinos, digitaciones y arco incluidos, pareciéndonos muy adecuada su forma de entender los diálogos con la orquesta y cómo planteó la respuesta acción-reacción en las contra melodías, así como la forma de lucir el ajuste «a compás» de los requiebros.
El bello segundo movimiento, de clima pausado -incluso bucólico- y elegante, Canzonetta-Andante, sirve de puente entre el primer movimiento y el último, con claro sabor romántico-eslavo, muy apropiado para embellecer luciendo el rubato y los rallentandi en las melodías a cargo del solista, que quizá no fueron ejercitados por Comesaña con la profusión que nos hubiera gustado -aclarando que ello es siempre una cuestión de gustos, y es al intérprete al que le pertenece el derecho de ejercerlos-, si bien vimos a un violinista maduro ocupado -y disfrutando- de la orquesta, aun cuando no le tocaba intervenir, cruzando las oportunas miradas con Pablo González, que supo facilitarle el trabajo, así como un gran aplomo al «entremeterse» adecuadamente en los preciosos diálogos de flauta y clarinete.
También el tercer movimiento, de diáfana estética eslava, tiene variadas aristas técnicas que Comesaña logró resolver, y cambia por completo el clima del movimiento anterior, convirtiéndose en un carrusel de rápidas melodías, ornamentos y acentos orquestales, donde el violín debe demostrar sus sonoridad para poder competir. En este extremo, Comesaña se quedó un poco corto -o González largo, según se mire- porque en algún momento el instrumento solista no descolló como debería.
En todo caso, el resultado fue el de un concierto muy exitoso para el joven y premiado violinista Javier Comesaña, que aportó grandes dosis de frescura y facilidad en su dominio del instrumento, obteniendo una versión muy valorable -con los lógicos aspectos para la mejora que irán llegando-, con una alta profundidad interpretativa, de una obra muy complicada. No en vano tuvo que salir a saludar hasta en seis ocasiones para corresponder a los aplausos del respetable que le aplaudió y braveó entusiasmado. Para corresponder, el mismo solista anunció como propina el Andante dolce de la Sonata para violín op. 115, de Prokofiev.
Como se sabe, La consagración de la primavera, obra paradigmática donde las haya y un reto para cualquier director que se precie, de forma muy temprana, supo elevarse sobre su versión primigenia con ballet gracias a su vanguardismo intrínseco, aun contando con una fuerte componente folclorista -que no gustaba a Stravinsky, porque las asimilaba al triunfo del comunismo-, y en clave de rito pagano, contada en 14 números interconectados, que se dividen en dos: La adoración de la Tierra (8 números), de estilismo más pegado a lo primitivo -como El juego de las tribus rivales, sobre la mitad de esta primera parte-, y El sacrificio (6 números), de contenidos más espirituales, destacando el Acto ritual de los antepasados, número previo a la danza final.
La obra narra el rapto y el sacrificio pagano, en la Rusia antigua, de una doncella al inicio de la estación primaveral que debía bailar hasta su extenuación y muerte, y de este modo ganarse el favor de los dioses en la nueva estación. En la versión propuesta por Pablo González se atiende -y consigue claramente-, tanto la estilización orquestal, para significar el rito, como poner el foco en «lo primitivo», tomando un claro partido por el «arrebato rítmico» en la interpretación, sobre todo en los tutti orquestales y en las prestaciones de la cuerda percutida, muy bien pergeñadas.
Quizá echamos en falta un tanto más de aspereza en algunas de las melodías, para contrastar con la impronta que queda siempre después de escuchar el «irreal» solo de fagot del comienzo, que significa la belleza sin reservas -y que aparece más veces-, pero que ha de quedar enterrado por la «crueldad melódica» del resto de la composición, que se recreó apropiadamente por Pablo González -más las repeticiones y los ostinati- según lo escrito por Stravinsky, ya que ello constituye la quintaesencia de esta verdadera obra de arte.
González fue fiel a las indicaciones que sobre los tempi se indican en la partitura. En su caso, más lentos incluso que lo que es habitual, sin tener en cuenta las versiones de una vivacidad excesiva -y difícilmente correspondientes con una ejecución compatible con el ballet-, y que a nosotros no nos placen. En dichas acotaciones predominan los tempi lentos frente a los rápidos -Juego del rapto (presto), Juego de las tribus rivales (molto allegro), Danza de la tierra (prestissimo)-; es decir, tres números frente a los 14 totales de la obra, sabiendo que hay tres tipos de danzas presentes, no necesariamente rápidas: las primitivas -agresivas y salvajes-, las lentas y con diferentes aditamentos melódicos, y las lentas con complejidad métrica inherente, con diferentes rítmicas involucradas.
También resaltamos que su versión fue detallista en las dinámicas -sobre todo en los crescendi-, y muy contundente y enérgica, con la máxima de vivir y hacer vivir la emoción, haciendo evidente lo que está escrito, e indicando claramente una direccionalidad. Nos gustó mucho también su contundencia en la sonoridad puesta en juego, sobre todo en la percusión y en los metales -trombones, tubas y trompas-, que se caracterizaron en todo momento por empastes y empaques sonoros en todo su rango dinámico. La Orquesta de RTVE obedeció con determinación y sin reservas a todas las indicaciones del maestro, subrayando rallentandi y accellerandi, con altos niveles de concentración en todas las secciones, destacando la justeza de las cuerdas, así como la eficacia de los ataques y finales, perfectamente secos.
El triunfo del maestro Pablo González fue muy notable, saliendo a saludar hasta en cinco ocasiones, premiando ese trabajo con que todas las secciones de la orquesta se fueran levantando y recibir una a una, en exclusiva, ese regalo del aplauso. Estamos convencidos de que la música debe servir para apaciguar escenarios prebélicos e intolerancias que nos acompañan en estos tiempos. Stravinsky y Tchaikovsky, los sufrieron en sus respectivas épocas, desde distintos puntos de vista, pero sus geniales composiciones fueron un buen bálsamo -porque no transigieron- para atenuar esos acentos guerreros. Que así siga siendo, por parte de la música y por parte de todos nosotros.
Foto: OCRTVE
Compartir