Por Hugo Cachero
10/12/14 Madrid. Teatro Real. Philippe Jaroussky, contratenor. Ensemble Artaserse.
Los generales que conocen las variables posibles
para aprovecharse del terreno sabe cómo manejar las
fuerzas armadas. Si los generales no saben cómo
adaptarse de manera ventajosa, aunque conozcan la
condición del terreno, no pueden aprovecharse de él.
El arte de la guerra, Sun Tzu
Algo más de un año separan sendos recitales del contratenor Philippe Jaroussky en Madrid, aquel relacionado con el disco de arias de Porpora para Farinelli, éste con su reciente lanzamiento Pietá, con obras sacras de Vivaldi. Me parece pertinente recordar el ya que mi valoración respecto del que tuvo lugar en el Teatro Real el pasado día 10 va a diferir en gran medida, circunstancia que atribuyo por encima de otras consideraciones a las diferencias entre ambos programas. En la crítica que para Codalario hicimos del recital del Auditorio Nacional ya hablamos con cierto detenimiento de las características de la voz de Philippe Jaroussky sobre todo en cuanto a sus limitaciones, y cómo dependiendo de la pieza quedan más o menos patentes; a ella nos remitimos, puesto que lo expuesto sigue siendo aplicable. Y si la impresión ha sido mucho más positiva, gran parte de la culpa la tiene Vivaldi, compositor que se ajusta como anillo al dedo al contratenor francés y al que vuelve reiteradamente con buen criterio, siendo capaz de crear con él momentos de belleza indiscutible.
Reservando la Opera Seria para la segunda parte, la primera se dedicó enteramente a la música religiosa, comenzando por esa auténtica maravilla que es el Stabat Mater RV621, composición donde cada número es una pequeña joya. Y que por sí sola justifica pagar una entrada si es servida con la excelencia de Jaroussky en esta ocasión. Porque en esta obra el francés alcanza la cumbre de su arte, ya que le permite un canto donde no necesita forzar la voz en ningún aspecto, ni en lo que atañe al volumen (el acompañamiento tiende a aligerarse siempre que hay canto, reducido muchas veces al continuo), ni a una coloratura exigente o en cuanto a tesitura (sobre esto, resulta ilustrativo comparar como de diferente es el sonido en la zona aguda cuando la partitura permite un ascenso progresivo a cuando el ascenso es más súbito; el resultado en el segundo caso es muy inferior, acercándose peligrosamente a un grito más o menos controlado). El peculiar timbre, que tantas veces ha sido calificado de "angelical" (yo reconozco mi ignorancia sobre las características de la voz de los ángeles) y el exquisito gusto, fundamentado en el dominio del estilo, hacen el resto. Para el recuerdo momentos como las largas frases del Quis non posset, o el Eia Mater, donde la voz flotaba etérea en una sala en todo caso demasiado grande para apreciar en plenitud las sutilezas de la obra y la interpretación desde todas las localidades. Completó esta parte Loge mala, umbrae, terrores RV629, de carácter muy diferente, y donde empiezan los problemas precisamente al encontrarse la voz exigida por la coloratura, que en sí misma no es mala pero que empobrece la calidad del sonido por no hablar de su proyección. Aún con eso, el Descende, o coeli vox permitió otro momento de gran altura.
La segunda parte como hemos dicho cambió el tercio para dedicarse a la Opera Seria, alternando arias representativas de affetti diversos, que si bien permitieron lucir versatilidad de nuevo pusieron de manifiesto algunos problemas digamos estructurales, sobre todo en el aria final Gemo in un punto e fremo, de L'Olimpide aunque poco importó a esas alturas a un público totalmente entregado; realmente tampoco fue una mala interpretación y es una aria apropiada como final de programa. Pero quedó muy lejos de Vedro con mio diletto de Giustino, lo mejor de esta segunda parte, que parece escrita para el francés permitiéndole recrearse exhibiendo línea de canto y fiato, y luciedo -aquí si luce, gustos al margen- su tan característico timbre etéreo. Al programa previsto se sumaron tres propinas (presentadas por el propio cantante en un correcto castellano), dos de las cuales, la una de opera y la otra religiosa, son auténticas "arie di baule" del francés, así de adecuadas (de nuevo insistir en el mismo concepto) son a su voz: Sento in seno de Giustino con su original acompañamiento pizzicato y el sublime Cum dederit del Nisi Dominus, emocionantísimo. Menos propicia Se lento ancora il fulmine, bien resuelta sin embargo pero en la que el lucimiento realmente correspondió a la orquesta, electrizante.
Y es que donde no son necesarias muchas matizaciones es en lo que toca al Ensemble Artaserse: sencillamente sensacional. Con 15 componentes, todos ellos cuerdas con la excepción de Yoko Nakamura a cargo del clave y el órgano, en cuanto acompañaron al cantante su labor fue adecuada, siempre atenta, aunque en absoluto complaciente (cosa que podría esperarse si tenemos en cuenta que el propio Jaroussky es uno de los fundadores del conjunto); para muestra, Gemo in un punto e fremo, donde no escatimaron en intensidad y volumen aunque con ello pudieran poner en algunas dificultades al cantante. Cuando actuaron en solitario, no pudieron dejar mejor impresión, ateniéndose a los modos interpretativos más actuales, que parecen inclinarse por enfatizar la fuerza casi telúrica contenida en las partituras, incorporanto una amplia variedad de efectos dinámicos. Una lectura desde luego todo menos reposada, sin descuidar la integración milimétrica de las partes (por ejemplo, en el tercer movimiento, en estilo fugado, del Concierto en Do menor para cuerdas y clave RV120). Memorable el Concierto en La menor para dos violies RV522, tan quintaesencialmete vivaldiano, donde se consiguió aunar una energía volcánica con una precisión casi inverosímil que provocó aplausos incluso al final del primer movimiento, que sabiendo no es conforme a los cánones es preferible explicar como reacción sincera a un asombro que como ignorancia de las "normas" por parte del auditorio. Desconocemos si Jaroussky en tanto que fundador tiene algo que ver en la consecución del sonido y personalidad del grupo, pero si así fuera a tenor de los resultados logrados sería muy interesante que en el futuro ampliase su carrera en el campo de la dirección, como por ejemplo ha hecho Nathalie Stutzmann con resultados soberbios con el mismo Vivaldi en el disco Prima Donna. Hubiera sido de toda justicia que uno de los bises hubiera sido exclusivamente instrumental, así de destacable fue la actuación que lo escuchado nos supo a poco, pero ya se sabe que el protagonismo era del cantante en esta ocasión; aplíqueseles Se lento ancora il fulmine donde casi hicieron olvidar que también había un cantante.
Magnifico recital en resumen, cuyo éxito en lo que respecta a la reacción del público asistente no se puede poner en duda, como era de esperar por otra parte, y que permite extraer algunas conclusiones si se pone en relación con el no muy lejano recital del año pasado que hemos recordado. Esas conclusiones debería obtenerlas el propio Jaroussky y confío que así ocurrirá como artista sensible e inteligente que es; siguiendo por este camino (nos atrevemos incluso a decir que contra la opinión, si fuera necesario, de parte importante de su público que gusta escuchar al cantante en arias más espectaculares pero más inadecuadas) seguirá firmemente asentado en el trono de los contratenores, trono eso sí compartido a día de hoy. De su inteligencia artística depende evitar competir en el terreno que es más beneficioso a otros. Y aunque estamos hablando de cosas que no tienen que ver con la guerra (¿realmente no lo tienen?), como ya dijo Sun Tzu hace muchos siglos:
Si obtienes la ventaja del terreno, puedes vencer a los
adversarios, incluso con tropas ligeras y débiles.
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