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Crítica: James Gaffigan dirige la «Novena sinfonía» de Beethoven con la Orquesta de  la Comunidad Valenciana

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Autor: David Marín Ariza
17 de junio de 2024

Crítica de la Novena sinfonía de Beethoven con la Orquesta de la Comunidad Valenciana bajo la dirección de James Gaffigan

James Gaffigan dirigiendo la «Novena sinfonía» de Beethoven con la Orquesta de  la Comunidad Valenciana

Bella como una máquina de guerra


Por David Marín Ariza
Valencia, 13-VI-2024. Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia. Ciclo sinfónico. Sinfonía nº 9, op. 125 «Coral» (Ludwig van Beethoven). Johanni van Oostrum, soprano; Carmen Artaza, mezzosoprano; Maximilian Schmitt, tenor; José Antonio López, barítono. Coro de la Generalitat Valenciana y Orquesta de la Comunidad Valenciana. Dirección musical: James Gaffigan.

   Doscientos años se cumplen del estreno de una de las obras más conocidas e interpretadas de la música, la Novena sinfonía de Beethoven, feliz bicentenario que está siendo celebrado por todo el mundo, esta semana en Valencia. De esta manera clausuraba el pasado jueves 13 de junio su magnífica temporada sinfónica el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia. Motivos familiares impidieron al Maestro peterburgués Vasily Petrenko, no obstante, como estaba programado en un principio, ponerse al frente de ese gran buque de guerra que es la Orquesta de la Comunidad Valenciana, por lo que fue el director titular de la misma, el neoyorquino James Gaffigan, titular también de la orquesta de la Ópera Cómica de Berlín y a quien entrevistamos el pasado febrero, el encargado de pilotar esas bellísimas páginas de guerra, esperanza y victoria que constituye la novena sinfonía del genio de Bonn, celebrando así estas doscientas primaveras de su opus 125 y que para tantos simboliza perfectamente uno de los mayores hitos individuales de la cultura colectiva europea, o lo que es lo mismo, de todo el saber grecolatino fusionado con la tradición judeocristiana. Esta temporada 2023-2024 cabe agradecer, todo hay que decirlo, haber visto desfilar por el estupendo auditorio valenciano a sabios de la batuta como Gaffigan, Gimeno o Heras-Casado.

   Sin una butaca vacía, las 1490 almas fueron, fuimos, testigos de una maquinaria orquestal perfectamente coordinada tanto en su conjunto como entre secciones, por no hablar de los unísonos de cada cuerpo instrumental. Maquinaria toda ella guiada por la incontestable autoridad de un Maestro que supo, en cada instante de los cuatro movimientos, imponer fluidos tempi así como unas exageradas mas siempre limpias y pertinentes dinámicas, extrayendo así, cada músico de la OCV, de forma natural, innata se diría, los más graciosos fraseos, sin ostentación ni sobeteo alguno en unos pasajes líricos premeditadamente cantábiles, si bien nunca empalagosos.

James Gaffigan dirigiendo la «Novena sinfonía» de Beethoven con la Orquesta de  la Comunidad Valenciana

   Gaffigan, director que ya grabara esta hermosísima partitura en 2018 con la Orquesta Sinfónica de Lucerna para el sello Sony, arrancó los motores del buque orquestal con un Allegro ma non troppo que no apagó hasta el último acorde del último movimiento, conquistando a un público que ni si quiera se atrevió a toser entre ninguno de los cuatro movimientos - cosa que quien escribe no tiene recuerdo de haber presenciado jamás. La batalla y la tragedia fueron anunciadas desde el principio, pero los viento madera, dulces como la miel, supieron contraponer su mensaje de esperanza y en sus notas cortas, picadas y en perfecto unísono demostraron maestría y horas de trabajo. El color de los violonchelos de esta orquesta es sencillamente extraordinario, se tenía que decir y se dijo.

   El movimiento, nunca interpretado pesadamente a pesar de los presagios apocalípticos contenidos, dio paso a un siempre arriesgado y vertiginoso inicio del segundo, Molto vivace, y que los timbales de Gratiniano Murcia (instrumento clave en la munición de Gaffigan y Beethoven) ejecutaron con precisión quirúrgica, sin dejar de emplearse a fondo hasta el final de la obra. A este inicial lanzamiento de morteros por parte de las cuerdas y los timbales en sucesión de octavas descendentes tónica, dominante, tónica, le siguió un crescendo en fuga de esos que le hacen recordar a uno por qué merece la pena ir a conciertos, huir por un momento de Spotify y sentir así cada vibración emitida por los instrumentos. Instrumentos cuya fuerza alcanzada, en este caso, tanto en secciones como en el conjunto nos hicieron comprender que aún no estaba todo dicho, que aún quedaba dinámica y velada por delante y que la victoria estaría por arribar. Valles y ríos, desiertos y bosques, llanuras y acantilados estaban aún por explorar, por sobrevolar, o al menos eso evocaban los continuos tutti en crescendi y descrescendi con un empaste de admirar. Cada silencio, por corto que fuera, se hacía así extremadamente emotivo y sugerente. La sedosidad de las trompas, la redonda sonoridad de las flautas, especialmente la de Magdalena Martínez, nunca estridente, y la articulada luminosidad del oboe de Pierre Antoine Escoffier nos llevaron por todos estos parajes en los que los hombres parece quieran abrazarse mas sin llegar a conseguirlo.

   En el tercer movimiento, lento y espacioso, el Adagio molto e cantabile, el neoyorquino tuvo a bien prescindir de su batuta para detenernos con sus propias manos en esos bosques vieneses amados por Beethoven y tan extraordinaria y bellamente plasmados en su sexta sinfonía, solo que en esta ocasión sin relampaguear, sin tormenta, sino evocando apenas reminiscencias de anteriores acordes de re menor, sin suponer ya, no obstante, amenaza alguna. Las secciones dialogaron entre sí, como dialoga el pastor con sus ovejas o el riachuelo con los chopos: violines con violas, clarinetes con violines, mientras chelos y contrabajos latían en puros pizzicati. En cierto momento timbales y contrabajos convirtieron estos latidos en un solo corazón, indiferentes a toda miseria humana e insistiendo en recordarnos que mañana nacerá de nuevo el sol, por más que no lo veamos. Así pues, en medio de toda esta exhibición pastoral las trompetas comenzaron a llamar sutilmente a la especie humana en su conjunto, todo ello en una perfecta concordancia. 

James Gaffigan dirigiendo la «Novena sinfonía» de Beethoven con la Orquesta de  la Comunidad Valenciana

   Para alcanzar la victoria hay que combatir, pues la paz solo puede ser la paz de la victoria. Y la guerra llegaba a su fin con el Presto del cuarto movimiento. Los últimos bombardeos dieron así paso a un anhelo, a un empeño en mantener la fe en forma de recitativos que resultaran siempre un solo cuerpo. Así que la rendición del oponente llegó con los primeros esbozos del tema principal, en un luminoso re mayor, de la oda a la alegría (que quizás pudiera traducirse también como gozo o júbilo) y cuya formulación completa, limpia y conmovedora, llegó de la mano de los violonchelos. A partir de ahí la victoria de Gaffigan fue incontestable y la vuelta a zonas oscuras sirvieron para que el barítono José Antonio López se asegurara de convocar por fin a toda la Humanidad, dicción y pronunciación impecables mediante y un color que atravesaba el áurea de la orquesta a cuya espalda se hallaba él y el resto de voces. Lo mismo ocurrió con el complejísimo cuarteto vocal escrito por el músico de Bonn al que se unió, también desde las alturas (por su considerable elevación con respecto de la orquesta) el gran Coro de la Generalitat. Unos y otros guiaron al público a unos tremendos, brutales pero nunca gritados fortísimi que, en increíblemente agudas y tenidas notas, parecieron elevar el coliseo de Calatrava, separándolo de sus cimientos. Y no cabe olvidar a las trompetas, especialmente a Christian Ibáñez, mensajeros de un sonido brillante y aterciopelado a un tiempo, maravillando a la audiencia tanto con pianísimos como fortísimos y componiendo, junto con los demás vientos y percusión, una maravillosa fanfarria militar fruto de la más contundente de las victorias y evocadora de esa hermandad mundial soñada por Schiller y Beethoven. Y llegó la oda, el abrazo universal. La oda a la alegría en sí fue sencillamente grandiosa. Sentencia final: más de diez merecidos minutos de aplausos que hicieron salir al Maestro a saludar al menos en unas cinco o seis ocasiones.

   Por otra parte, ni que decir tiene que casi dos décadas después del estreno de esta especie de misa profana que es la Novena en este mismo templo de la música por parte de la extraordinaria Filarmónica de Israel y el genial Zubin Mehta, esa zona de nuestro planeta, Oriente Medio, sigue sin formar parte de ese abrazo universal soñado por los dos genios germanos, abrazo reivindicado asimismo por muchas y muy diversas ideologías. Y exactamente lo mismo es extrapolable en tantos lugares de la Tierra. Y es que los buenos deseos chocan siempre con la realidad, que no es otra cosa que pura dialéctica de Estados. Así que la utopía no dejará de ser por desgracia eso, utopía. Y por lo que respecta a quien escribe estas líneas, por alguna razón, en medio de toda esta paradoja de arte y realidad, de tragedia y belleza musical, me viene a la mente la figura literaria empleada por el gran Gil de Biedma en su bellísimo poema contra la burguesía catalana «Barcelona ja no es bona», muy especialmente al contemplar esta obra musical de esta magnitud (por utópica que sea su intención) conducida y traducida así por intérpretes de tal calibre: bella como una máquina de guerra.

Fotos: Mikel Ponce / Palau de les Arts

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