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Crítica: Ivo Pogorelich inaugura el Premio Jaén de Piano 2021

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Autor: José Antonio Cantón
10 de abril de 2021

 Manierista deconstrucción musical

Por José Antonio Cantón
Jaén. 8-IV-2021. Nuevo Teatro 'Infanta Leonor'. LXII Concurso Internaiconal de Piano «Premio Jaén». Concierto Inaugural de Ivo Pogorelich (piano). Obras de Chopin y Ravel.

   Como es tradicional en cada edición del Concurso Internacional de Piano 'Premio Jaén', se ha inaugurado con un recital que en esta ocasión ha estado protagonizado por una de las grandes figuras del teclado como es el croata Ivo Pogorelich que, desde que su nombre saltó a la fama en el Concurso Chopin de Varsovia del año 1980, no ha dejado de causar sorpresa, admiración y hasta estupor, manteniéndose siempre en la elite de los mayores pianistas de los últimos cuarenta años. Se ha presentado en Jaén con un muy bien pensado programa para su emotividad y  características técnicas y estéticas, integrado por la Tercera Sonata, Op. 58 y las Tres Mazurcas, Op. 59 de Federico Chopin, y Gaspard de la nuit de Mauricio Ravel, todas ellas obras muy determinantes en sí mismas y dentro del gran repertorio escrito para el piano.

   Como queriendo anunciar el talante expresivo que iba a desarrollar en su actuación, su característica pausada entrada en el escenario portando las partituras provocó ya en el espectador una especial atención a su estampa, de inmediato implementada por sus gestos en la preparación del atril del instrumento, su acomodación en el asiento y sus sutiles indicaciones a la persona que le acompañaba para pasarle las páginas. Toda esta escenografía quedaba más que justificada ante la aparición del sonido del primer arpegio descendente que abre la sonata. A partir de ahí sedujo al oyente con su cadencioso planteamiento en el que tempo y sonoridad parecían surgidos en una irisada transparencia acuosa que se sostenía en una especie de manierismo formal que sólo buscaba realzar su elitista e intelectualizado arte interpretativo. Esta proposición se podía percibir por el atento oyente, acentuada por un grado de constructiva deconstrucción de música y sonido, que situaba el discurso en una dimensión puramente fenomenológica.


   Su manera de ampliar la imagen armónica que el autor quiere transmitir con la tonalidad de la sonata, la sucesiva aparición y tratamiento temáticos de su primer movimiento, el vitalismo contenido y el sentido poético de su exposición, surgían de su potente personalidad artística que hacen que cada una de sus versiones puedan considerarse de autor hasta el punto de que su nombre debe entenderse en un nivel equiparable con el del compositor. Esta sensación vino a presentarse en toda su plenitud en el portentoso canto que requiere la interpretación del tercer movimiento, un Largo que exige un absoluto dominio del sentido de la modulación, como la que el pianista belgradense transmitió en su coda. En contraste, surgió todo su poderío técnico en el Presto final, dando la sensación constante de estar sobrado de mecanismo ante el apabullante y creciente virtuosismo que requiere su recreación, hasta el punto de desbordarse materialmente en la presentación de la cadencia que precipitaba los intensos acordes de la conclusión de la obra.

   La ubicación central en el programa de las tres mazurcas supuso un momento de cierto relax ante las tensiones extremas habidas en la sonata y las visiones del más allá que Pogorelich iba a extraer del inefable Gaspard de la nuit de Ravel, que cerraba el recital. En la primera desarrolló todo su poder evocador con un audaz sentido en descubrir la música interna de su pasaje central, llegando en su exposición temática alternante a un exquisito equilibrio dinámico de pulsación que favorecía el poder preparar al oyente a la percepción de la transformación armónica de su final. En la segunda, sostuvo en todo momento un sentido de delicada cordialidad antes de la controlada aceleración con que expuso su coda. De la última hay que resaltar cómo jugó a sorprender con su inesperado final, que retardó la reacción del público en el aplauso.


   Desde que Vlado Perlemuter -destacadísimo heredero del pensamiento raveliano a través de Alfred Cortot, su maestro en Paris- me impactara con una transfigurada interpretación de Gaspard de la nuit el 30 de junio del año 1987 en la trigésimo sexta edición del Festival de Granada, no había experimentado una sensación más escalofriante y a la vez positivamente turbadora. Se puede decir que Ivo Pogorelich hace su propia creación transcendiendo al autor mismo, mostrando su altísimo grado de individuación como músico, seguro de su planteamiento y consciente de la singularidad que supone cada momento musical de la obra. Entrar en una consideración académica o analítica de su interpretación sería banal ante la grandeza artística de su particular visión de los tres poemas para piano que la integran. Sólo se puede decir que convirtió al instrumento en un líquido sonar ondulante en la lentitud de Ondine, llegó a un grado de dramatismo indescriptible en el estado de conciencia que proyectó en el implacable ritmo que hasta físicamente se pudo experimentar en Le Gibet, y alcanzó el mayor grado de sublimación pianística en el diabólico Scarbo, del que hizo una interpretación verdaderamente inaccesible, que justificaba con creces la excelsa heterodoxia de este enorme músico que demuestra cómo el arte grande musical no necesita tanto canon como más imaginativa dialéctica expositiva, marcando tensiones y distensiones en el tempo y en el sonido. Pensemos en lo que en este sentido supuso Sergiu Celibidache con la batuta.

  Hay que agradecer a la organización del 'Premio Jaén' la oportunidad de haber podido disfrutar de uno de los pianista más singulares de las últimas cuatro décadas, propiciando posiblemente el recital de apertura más importante de su historia.

Foto: Premio Jaén de Piano

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