Por F. Jaime Pantín
Oviedo. Jornadas de Piano Luis G. Iberni. Auditorio Príncipe Felipe. Oviedo. 24-IV-2017. Ivo Pogorelich, piano. Orquesta del Teatro Estatal de Gärtnerplatz de Munich. Michael Guttman, director. Obras de Schumann y Mendelssohn.
Con un concierto de la Orquesta del Teatro Estatal de Gärtnerplatz de Munich, dirigida por Michael Guttman y la participación como solista del pianista Ivo Pogorelich, se clausuró el pasado lunes el ciclo que suponía el 25 aniversario de las Jornadas de Piano Luis G. Iberni. Se trata de una orquesta de calidad contrastada, una formación de tan solo 77 componentes, pero sumamente equilibrada, cuyo sonido -muy trabajado- se acerca al ideal en la traducción del repertorio clásico y del primer romanticismo. Así se pudo apreciar en la interpretación de la Sinfonía op. 56 “Escocesa” de Mendelssohn, perfectamente estructurada y expuesta, a partir de una apreciable calidad técnica en todas las secciones orquestales, bajo la dirección vigorosa y temperamental de Guttman, violinista notable cuyo gesto algo tosco y básico no impide, en absoluto, una eficaz comunicación con unos músicos que secundaron con entusiasmo la visión apasionada y vibrante de un director de emocionalidad contagiosa que supo imprimir un imponente rigor rítmico, aliento dramático y vitalidad a una sinfonía que, si bien admite visiones más estilizadas, sonó de manera convincente y despertó el entusiasmo de un público mucho más retraído en la audición del Concierto para piano op. 54 de Schumann, una de las joyas del repertorio y algo posterior en el tiempo a esta Sinfonía escocesa con la que comparte tonalidad y visible afinidad en su arranque.
El Concierto en la menor es una obra de madurez en la que Schumann desarrolla la maestría pianística acumulada durante su primera década como compositor,-íntegramente dedicada al piano- en la que surgieron sus mejores obras para este instrumento. Se trata de una pieza luminosa que establece una perfecta relación de equilibrio emocional entre la pasión y el lirismo. La nobleza y el énfasis conviven con la ternura y la delicadeza, en una de las músicas más dignas de ser tocadas, servidas por una escritura pianística de pujanza deslumbrante que rehúye de manera deliberada el virtuosismo imperante en los modelos concertísticos vigentes en la época, en una búsqueda de la expresión directa de unos sentimientos plenamente románticos amparados por una estructura de solidez clasicista que recupera tradiciones perdidas, como la cadenza tras la reexposición. Todo ello conforma una de las obras más sanas y equilibradas de su autor, un concierto en el que una transparencia y luminosidad casi mozartiana sirven de vehículo al impulso poético y apasionado genuinamente schumaniano y en el que incluso la relación con la orquesta parece desarrollarse en un entorno de cordialidad símbólico de una actitud positiva.
El concierto permitía el reencuentro con Ivo Pogorelich, pianista habitual en los primeros años de las Jornadas y ausente ya desde hace bastantes temporadas. Artista polémico desde sus inicios, Pogorelich se ha caracterizado siempre por una fuerte personalidad individual que le ha llevado a planteamientos interpretativos tendentes a lo egocéntrico, con escasa consideración a las convenciones estilísticas, tradiciones interpretativas o rigores textuales. Tras unos años de alejamiento de los escenarios y de los estudios de grabación, su ideal interpretativo no parece haber experimentado cambios apreciables en su planteamiento básico. Sí lo ha hecho su técnica, que ha sufrido una merma considerable en cuanto a capacidad de ejecución y calidad en un sonido antes excelso y que ahora aparece como voluntariamente descarnado, sin concesiones a la sensorialidad ni a lo que ésta implica. Ataques cercanos, pero muy directos, sin definición entre los componentes de unos acordes que suenan chatos y sin relieve. La interpretación parece seguir su libre albedrío y los bruscos cambios en el tempo, bajo el signo del extremismo -de lo soporífero a lo precipitado- durante el 1º movimiento, no responden a ninguna lógica, al menos expresiva. El Intermezzo, rapidísimamente tocado por el pianista croata, pierde su encanto indeciso y propicia el desencuentro en un diálogo muy forzado con la orquesta y el Finale resulta precipitado en su arranque, incrementándose aún más la velocidad inicial en ese moto perpetuo de fuerza expresivainconmesurable y brillante caudal sonoro que simboliza toda la felicidad, plenitud y confianza que Schumann vierte en este concierto y que en este caso es sustituida por la presencia destacada de un esqueleto rítmico que la mano izquierda realza por encima de una derecha que resume, con digitación superficial, toda la cascada de luz y pasión contenidas en esta música admirable que en esta ocasión lo pareció menos, a pesar de la calidad de la orquesta y de la buena disposición de un director empeñado en sacar adelante una concertación imposible.
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