Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto de Ivan Fischer, Camilla Nylund y la Sinfónica de la Radio de Baviera en el Teatro Real, dentro del ciclo de Ibermúsica
Noche de lujuria sonora en el Teatro Real
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 27-XI-2022, Teatro Real. Ibermúsica en el Teatro Real. Noche de Strauss. Concierto extraordinario. Obras de Richard Strauss: Don Juan, op. 20. Vier letzte lieder – Cuatro últimas canciones – Primavera; Septiembre; Al irse a dormir; En el crepúsculo. Camilla Nylund, soprano. Así habló Zaratrustra, op. 30. Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks – Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. Director: Iván Fischer.
La cancelación por cuestiones de salud de Zubin Mehta no ha restado un ápice de interés a los dos conciertos previstos en Madrid, Teatro Real y Auditorio Nacional, en que el gran maestro hindú debía ponerse al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. Ante todo, porque estamos ante una orquesta excelsa, de las mejores del planeta, además, porque el sustituto elegido, el húngaro Iván Fischer, es un músico de total garantía. La principal consecuencia del relevo de batutas ha sido que Ibermúsica también ha cobijado el concierto a ofrecer en el Teatro de la Plaza de Oriente y que aquí se reseña.
Recientemente y con ocasión de la crítica del Don Giovanni mozartiano dirigido por Riccardo Muti en Turín, el que firma comentaba las numerosas y variadas manifestaciones literarias y musicales que acogen el mito de Don Juan. Esta noche, consagrada a la música de Richard Strauss, abrió programa con el poema sinfónico dedicado por el gran músico bávaro al eterno seductor, estrenado en 1889 bajo la dirección del propio compositor y basado en el poema de Nikolas Lenau. El gesto tan preciso como claro de Iván Fischer introdujo el maravilloso tema de la vitalidad y energía de Don Juan, que evoca genuinamente la frase del poema de Lenau «Salir a nuevas conquistas, mientras el pulso de la juventud siga latiendo». Difícil escucharlo con mayor brillantez, esplendor y refinamiento tímbrico que el ofrecido por la orquesta de la Radio de Baviera. Si primorosa fue la intervención del violín concertino, qué decir del solista de oboe en su bellísimo tema, pleno de lirismo. Metales fúlgidos (¡Esas trompas!), una cuerda tan empastada y brillante, como dúctil y compacta, unas maderas pletóricas y una batuta de sólidísima técnica, que organiza de forma impecable y obtiene toda la transparencia y colores cegadores de la espléndida orquesta.
La filigrana orquestal, la diáfana transfarencia, el fulgor caleidóscopico de la orquesta continuaron, cómo no, con los maravillosos Cuatro últimos lieder del compositor nacido en Munich, composición que se estrenó póstumamente en 1950, un año después de su fallecimiento. Strauss no pensó crearlas como un ciclo, pero fue el editor Ernst Roth quien las agrupó bajo el título Cuatro últimas canciones y estableció el orden en que debían ser interpretadas. Las tres primeras, Primavera, Septiembre y Al irse a dormir cuentan con textos de Hermann Hesse, mientras que la última, pero primera en ser compuesta, En el crepúsculo, se basa en un poema de Joseph von Eichendorff.
Por si fuera poco, al pulimiento sonoro de la agrupación muniquesa se añadió el refinamiento canoro de la soprano finlandesa Camilla Nylund. No importó el cierto declive vocal mostrado por la exquisita soprano, especialmente advertible en un centro un tanto erosionado en cuanto a timbre y esmalte, dada la inmensa clase de su fraseo. La Nylund, sobre un fascinante tapiz orquestal, luminoso, refinado, mórbido, de diáfanas texturas, desgranó un canto señorial y elegantísimo, de muchos quilates, mediante el cual no sólo confirió altos vuelos a las inspiradísimas melodías, también transmitió, junto a la orquesta, todo el maravilloso tono decadente y nostálgico, ese fin de toda una época, de toda la música romántica y postromántica que contienen estas piezas. La clarividente dirección de Iván Fischer, la primorosa musicalidad y fraseo cincelado de la Nylund, las deslumbrantes intervenciones de las trompas, el violín solista en Al irse al dormir y esa coda final memorable en la última pieza que resume la serena resignación ante el final -no se puede expresar mejor un ocaso en todas sus acepciones- fueron diamantes impecablemente engastados en una hermosa obra de orfebrería.
La segunda parte la ocupó otro de los más importantes poemas sinfónicos de Richard Strauss, Así habló Zaratustra (Frankfurt, 1896), que comienza con el famoso e impactante amanecer que se hizo muy popular al formar parte de la banda sonora de la magnífica película de Stanley Kubrick, 2001: una odisea en el espacio (1968). Abrumador y con todo su efecto sonoro resultó el referido prólogo, buena muestra, como toda la interpretación de la pieza de que una orquestación opulenta puede exponerse sin asomo de pesantez, de forma radiante y transparente (como suele decirse, se oyó todo). La batuta de Fischer, de gran claridad, diferenció planos orquestales, delineó primorosas transiciones, creo tensiones y clímax, además de contrastar debidamente cada una de las secciones de la composición. Quizás, por poner algún reparo, faltó algo de calor y un puntito más de inspiración. El violín concertino volvió a lucirse y uno quedó boquiabierto al poder escuchar desde el detalle camerístico y el más primoroso pianissimo al más rutilante estallido orquestal.
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