Por Sílvia Pujalte
14/10/2014. Barcelona. Palau de la Música Catalana. Obras de Strauss y Mahler. Miah Persson, Tassis Christoyannis, Budapest Festival Orchestra (director: Iván Fischer).
Uno de los proyectos de largo recorrido del Palau de la Música Catalana que comienza esta temporada tiene como protagonistas a la Budapest Festival Orchestra e Iván Fischer, que tienen previsto interpretar cuatro sinfonías de Mahler a lo largo de cuatro temporadas. El primer concierto de este proyecto tuvo lugar el pasado martes 14 de octubre con el siguiente programa: Vier letzte Lieder de Strauss y Lieder eines fahrenden Gesellen de Gustav Mahler en la primera parte y la Sinfonía no. 4 de este compositor en la segunda. Los cantantes solistas fueron la soprano Miah Persson (que se había anunciado unas semanas antes en sustitución de Christine Schäfer) y Tassis Christoyannis.
Empecemos por la segunda parte. La obra “estrella” del programa realmente lo fue, disfrutamos de una estupenda versión de la cuarta sinfonía de Mahler. Fischer cuidó el detalle al máximo y empleó unos tiempos lentos que invitaban a redescubrir y paladear la obra; sus profesores le siguieron con una precisión admirable. El primer movimiento sonó, con permiso de Mahler, con gracia mozartiana (entiéndase esto como un halago): elegante en las cuerdas, sorprendiendo cada aparición de los vientos, rico en matices, dibujando sonrisas. Por citar sólo un ejemplo de la precisión de la que hablábamos, el pianissimo con que retomaron por última vez los violines su tema inicial fue de los que recordaremos durante mucho tiempo. El segundo movimiento fue lo que debe ser, una fiesta, por macabra que sea; encabezada por un gran violín solista y secundada por unos no menos grandes vientos madera y metal (la trompa con mayor protagonismo dejó su lugar habitual al fondo del escenario para avanzar hasta el lugar reservado a los solistas, junto al director). Tras la fiesta el bellísimo tercer movimiento, cálido, emotivo e intenso, que nos mantuvo absortos hasta que un súbito forte nos condujo hasta el final del movimiento.
El movimiento más importante de la cuarta simfonía de Mahler es el último. No porque sea el más largo o el más complejo sino simplemente porque así lo quiso el compositor, que compuso la sinfonía entorno a ese lied que había compuesto años atrás; todo lo que habíamos escuchado hasta entonces conducía a la canción final. Das himmlische Leben (La vida celestial), un poema extraído de Des Knaben Wunderhorn, relata la ingenua visión que tiene del Cielo un niño, un Cielo en el que hay comida y bebida en abundancia, donde se canta y se baila ante la mirada indulgente de los Santos. Una visión ingenua pero lógica en su contexto, máxime si el niño ha muerto de esa terrible enfermedad que es la pobreza. Miah Persson fue una voz muy adecuada para interpretar a ese niño, cantando con intención y dibujando el inocente paisaje celestial con dulzura pero sin un ápice de cursilería o afectación, un precioso final para una gran sinfonía.
Dejamos para el final los lieder de Strauss que abrieron el concierto y continuamos con Mahler y sus Canciones del camarada errante. Si tuviéramos que situar al protagonista de estas cuatro canciones (con textos del compositor) se aproximaría más al de Dichterliebe, por su instinto de supervivencia e incluso su ironía que al de La bella molinera y su triste desenlace. La versión de Tassis Christoyannis e Iván Fischer se apartó algo de esta visión más o menos esperanzada y fue más oscura de lo habitual; escuchamos a un protagonista más maduro, tendiendo más hacia Winterreise, por seguir con las comparaciones con otros ciclos. Christoyannis utilizó muy bien sus recursos y consiguió comunicar desde las primeras notas; cuenta con una voz de timbre bonito, utilizó bien las medias voces, coloreó con inteligencia y transmitió los sentimientos de su caminante con convicción, contando siempre con el apoyo de la orquesta que le arropó en todo momento. Una muy buena versión de este ciclo de Mahler en general, excelente Ich hab' ein glühend Messer en particular.
Tras haber escuchado todo el concierto, cuesta entender qué sucedió, y ahora sí vamos al principio, con los Vier letzte Lieder de Strauss. No se trata de que fuera una mala versión, dejémosla en correcta, pero estuvo a distancia del resto del concierto. La voz de Miah Persson no es grande, pero eso no fue inconveniente para que disfrutáramos de su intervención en la segunda parte. Cantó Frühling con muchas dudas; a partir de ahí mejoró y tuvo detalles bonitos, especialmente en las dos últimas canciones. El principal problema, a mi entender, estuvo en la orquesta, que en casi todo momento tocó con un volumen excesivo. Fischer sólo ajustó el volumen en Beim Schlafengehen, soprano y orquesta sonaron equilibrados y pudimos escuchar una apreciable versión de la canción. Por suerte y como hemos comentado, el resto del concierto fue mucho mejor.
La sorpresa llegó con la propina, la más original que he escuchado nunca a una orquesta. Tras largos aplausos y los correspondientes saludos de director y orquesta, Fischer se giró y subió al podio; los músicos, en lugar de sentarse, dejaron sus instrumentos y cogieron una partitura que tenían en el atril; Fischer alzó los brazos y dirigió a la orquesta cantando El cant dels ocells. ¿Hace falta describir la emoción y el agradecimiento del público?
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