Crítica de Álvaro Cabezas del recital ofrecido por el tenor español Ismael Jordi en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, acompañado al piano por Rubén Fernández Aguirre
Homenaje lírico a Sevilla
Por Álvaro Cabezas
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 22-3-2025. Ismael Jordi, tenor; Rubén Fernández Aguirre, piano. Programa: "Caramba", "Parad, avecillas" y "Floris" de Manuel García; "La guajirita del Yumurí", "Barcarola" y "Su visión" de Isidoro Hernández; Danza vasca, "Anhelos", "Farruca", "Saeta" y "Cantares" de Joaquín Turina; "Il mio tesoro intanto" de Don Giovanni de Wolfgang Amadeus Mozart, "La maîtresse du roi?... Ange si pur" de La favorite de Gaetano Donizetti; "Raquel" de El huésped del sevillano de Jacinto Guerrero; "Sevilla" de Agustín Lara; Morisca de Henri Collet; "Andalucia mia", "Chant du Sereno" y "La fiesta bohémienne" de Francis López; y "Sevilla" de Manuel Alejandro.
Ismael Jordi es un tenor muy conocido y apreciado en Sevilla. Como él mismo ha declarado en varias ocasiones, la ciudad del Guadalquivir y, concretamente, el Teatro de la Maestranza, han constituido un sólido baluarte en su carrera internacional. Precisamente con intención de celebrar sus veinticinco años dedicados a la lírica ha querido devolver, sólo en parte, algo del inmenso cariño recibido por el público sevillano en este cuarto de siglo en un recital que constituía un homenaje agradecido a la ciudad. Para ello contaba con el acompañamiento de lujo de Rubén Fernández Aguirre, también muy vinculado con el coliseo sevillano. El vasco es un seguro artístico para los cantantes, por combinar el mero acompañamiento (siempre sutil y clarificador), con una auténtica dirección para los intérpretes, además de llevar, por añadidura, la música al público gracias a su expresividad corporal, siempre sincera y en comunión con la pieza interpretada. Ese carácter anticipatorio prepara al oyente y lo mantiene en vilo, en activa escucha. También es de destacar la plena forma en la que se mantiene Ismael, con una voz que, sin ser bella del todo, es versátil al variar sin traumas de registro, desde los rotundos bajos hasta los brillantes agudos. Una voz cuidada que respira y prepara emociones. Mención aparte merece la perfecta dicción de Jordi al cantar en distintos idiomas y la pulcritud con la que se le entendía en español, francés o italiano. Con un instrumento así podría afrontar casi todos los personajes de la cuerda de tenor del repertorio lírico, pero, siguiendo las enseñanzas de Alfredo Kraus, el cantante jerezano ha construido su carrera a base de decir no y trabajando determinados papeles de su gusto.
En los próximos años, según declaraciones recientes, quiere seguir explorando el repertorio francés y los roles de Werther y Romeo. En cualquier caso, para nosotros es inolvidable su duque de Mantua en el Rigoletto maestrante de 2013 y su Alfredo de sustitución en La traviata dirigida por Zubin Mehta en Valencia ese mismo año, así como su belcantismo en las producciones de Anna Bolena (2016) y Roberto Dereveux (2022), del Teatro de la Maestranza. En este mismo formato, hace cuatro años ofreció un recital de canciones románticas junto a Mariola Cantarero en un momento pandémico en que estábamos necesitamos de amor y música. Por todo ello, poco se comprende la escasa convocatoria que consiguió del público hispalense, con importantes calvas en el teatro, aunque el tercio del aforo que asistió se mostró entusiasmado y agradecido desde el minuto uno, nada más salir entre bambalinas el cantante.
El recital no sólo fue una oda al buen gusto canoro, también fue producto del estudio y recuperación de determinados compositores. Así debe entenderse la interpretación de "Morisca" de Henri Collet para piano solo y las canciones "Andalucia mia", "Chant du Sereno" y "La fiesta bohémienne" de Francis López, un enamorado del sur y que complementaba muy bien una visión foránea; pero también las piezas de un casi desconocido Isidoro Hernández, cuya "La guajirita del Yumurí" resultó plena de sabor y buen hacer. "Su visión", con letra de Bécquer, inundó la sala de regusto romántico y tremendista. El recital había comenzado pagando la cuota del "compositor oficial" del teatro, Manuel García: sus canciones "Caramba", "Parad, avecillas" y "Floris", muy distintas entre sí y de cierto regusto hispánico, se olvidaron pronto, sobre todo cuando empezó la música con mayúsculas de la mano de Joaquín Turina. En primer lugar, Fernández Aguirre nos regaló un zorzico a piano que sirvió para demostrar la impresionante capacidad de absorción estética de su autor. Después, Jordi desplegó las virtudes de su voz con "Anhelos", "Farruca" y "Cantares", pero fue con la "Saeta en forma de Salve a la Esperanza Macarena" cuando se nos puso el pelo de punta, entre el impresionante silencio y la unción sagrada que se dejaba entrever entre las notas y que te hacía levitar momentáneamente. El tenor combinó muy adecuadamente la forma culta con la que fue compuesta con el andalucismo que emana siempre de las letras de los Álvarez Quintero. Inolvidable.
La segunda parte fluctuó entre las arias de ópera y las romanzas de zarzuela de un lado y las expresivas canciones finales y las propinas de otro. Resultó de enorme belleza el aria "Il mio tesoro intanto" de Don Giovanni de Mozart porque el tenor, que tuvo que respirar una vez en medio de la extensa cadencia, parecía querer decirnos que el amor de don Ottavio por donna Anna es sincero, ayudándose del formato: un recital en el que no estaba representando dramáticamente a este vitriólico personaje dapontiano. Mayor dificultad superó en el aria de Donizetti "La maîtresse du roi?... Ange si pur" de La favorite, que dejó una sensación de misterio importante, como invitación para descubrir esta ópera de argumento sevillano. En el terreno de la zarzuela y conectando aún más con determinado sector del público "Raquel" de El huésped del sevillano de Jacinto Guerrero (que recordó mucho a Alfredo Kraus); "Sevilla" de Agustín Lara y "Sevilla" de Manuel Alejandro.
Como el éxito fue absoluto y la reclamación enorme a través de las palmas por sevillanas y una larguísima e intensa ovación de pie, el tenor se vio obligado a ofrecer varias propinas que redundaron en el natural y sincero ambiente que se mantuvo durante toda la velada: "Adiós Granada" de Los emigrantes de Tomás Barrera Saavedra, tan llena de amargura que removió sentimientos internos; "Se nos rompió el amor" de Manuel Alejandro y una inolvidable y profunda "Una furtiva lagrima" de Donizetti, que Ismael Jordi colocó en el cielo de Sevilla con la lentitud y esmero con la que fue cantada. No parecía, desde luego, una propina, ni por su carácter melancólico, ni por la morosidad y emoción con la que fue interpretada. Más bien asemejaba una despedida, un cierre de etapa, una puerta que oculta el pasado y otra que se abre con la última palabra ("d'amor"), en dirección a la trascendencia del humanismo. Enhorabuena al Teatro por acoger esta celebración de un gran tenor que tiene entre sus méritos seguir superándose artísticamente tras el mantenimiento y desarrollo de un cuarto de siglo de carrera por España, Italia, Francia, Reino Unido o Estados Unidos, posiblemente sin llevarse los focos mediáticos las más de las veces, pero con más solvencia, calidad y permanencia que la cosechada por varios otros cantantes de efímero relumbrón.
Fotos: Guillermo Mendo