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Crítica: Isabelle Faust interpreta el 'Concierto' de Dvorak con la Orquesta Nacional de España bajo la dirección de David Afkham

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Autor: Raúl Chamorro Mena
26 de junio de 2018

Una ONE "Alpina"

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 22-VI-2018, Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y coro Nacionales de España. Concierto para violín op 53 (Antonín Dvorák); Eine AlpensinfonieSinfonía alpina op 64 (Richard Strauss). Isabelle Faust, violín. Orquesta Nacional de España. Director: David Afkham.  

   El bohemio Antonín Dvorak (1841-1904) es una figura de gran importancia dentro del período postromántico y junto a Bedrich Smetana y Leos Janacek, forma el que puede considerarse triunvirato de los más grandes músicos checos de la historia. Autor, entre otras, de un buen puñado de óperas, nueve sinfonías, entre ellas una de las más populares de todos los tiempos, la novena, llamada “Del nuevo mundo”, compuso tres obras para instrumento concertante, entre las cuales destaca el concierto para violonchelo que es el más valorado e interpretado, frente a los dedicados a piano y violín. Este último destinado en principio al mítico Joseph Joachim, pero que, finalmente, rechazó interpretarlo, no goza ni de la popularidad ni de la estimación que otros dedicados al citado instrumento, pero es una obra más que interesante, llena de bellezas y en la que encontramos momentos de la inspiración melódica característica de su autor junto a la presencia de motivos folklóricos nacionales, también genuinos, especialmente en el llamado período eslavo del compositor.

   Si el sonido que produce la violinista alemana Isabelle Faust no es especialmente rico ni caudaloso, sin embargo su musicalidad es tan profunda como el Elba a su paso por Hamburgo. Una artista de gran seriedad y rigor que desgranó el concierto de Dvorak con una afinación pluscuamperfecta, sensibilidad, control de dinámicas y un fraseo aquilatadísimo, que alcanzó su cumbre en un espléndido segundo movimiento, de intenso lírismo y gran lámina poética. El tercero en forma de rondò se basa en una danza tradicional checa (furiant) plena de ritmos vertiginosos que requieren un respetable virtuosismo del solista, si no deslumbrante, sí de alto nivel, pero que no planteó problema alguno a la sólida técnica de la Faust, que mostró un total dominio del arco, imprescindible para verificar los trepidantes y vivacísimos pasajes. La orquesta bajo la dirección de David Afkham comenzó con unos acordes un tanto bruscos, pero enseguida entraron las maderas, espléndidas toda la noche y arropó perfectamente a la solista, especialmente en ese segundo movimiento en que la orquesta “cantó” apropiadamente junto a la Faust la bellísima y evocadora melodía.

   Si hay una obra que pone a prueba el nivel de una orquesta, esa es la Sinfonía alpina de Richard Strauss. Se trata del último de sus poemas sinfónicos, ya que el músico bávaro a partir de ese momento consagró su genio totalmente a la ópera. De todos modos, el elemento dramático ya estaba presente, lógicamente, en esas composiciones pertenecientes a la llamada “música programática”, pues se apoyan en un argumento, en una narración. Strauss, en la cumbre de su talento, crea una orquestación fascinante y exprime todas las capacidades y posibilidades en ese ámbito. Si la Orquesta Nacional ya demostró su gran momento hace una semana en una magnífica interpretación de The Bassarids de Henze, lo volvió a certificar en una partitura, conviene insistir, que pone a prueba a cualquier agrupación orquestal. La dirección de David Afkham se centró en la intensidad, la tensión y la progresión dramática por encima de la transparencia y la limpieza en las texturas, muy importantes para el autor, que abominaba de la pesantez y la opacidad. La orquesta exhibió un sonido compacto, vigoroso, con una cuerda densa y empastada, unos metales de gran brillantez y por encima de todo, unas maderas sobresalientes, precisas, penetrantes, de una seguridad pasmosa en todas sus intervenciones. Efectivamente, en la interpretación de Afkham al frente de la orquesta Nacional pudo apreciarse vívido y vehemente ese periplo por los Alpes Bávaros que nos plantea Strauss. La noche, el bosque oscuro, los prados floridos, la cascada, los pastos, el peligro, la tormenta, -que resultó un tanto excesiva de decibelios, bien es verdad-, la calma… En resumen, tensión constante, pulso dramático, vigor orquestal, picos de clímax de gran efecto…, aunque se echaron en falta un punto de refinamiento tímbrico, de detalles (esos nuances de los que está llena esta prodigiosa orquestación) y de claridad expositiva. En cualquier caso, una notable interpretación que el público aplaudió con entusiasmo.

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