Entre las intervenciones del Ensemble en solitario destacaron el preludio de Agua, azucarillos y aguardiente o el sensual intermedio de La leyenda del beso (Soutullo 1884-1932), que el grupo Mocedades popularizara a finales del siglo XX. El programa se alteró con el cambio de la selección instrumental de Moros y cristianos programada por un estudio de Rodrigo sobre La Tempranica de Giménez.
Por su parte, Isabel Rey, que en estas fechas celebra el 25 aniversario de su carrera musical y que próximamente tiene previsto ofrecer un recital en el Palau de les Arts, cantó con un sonido proyectado, emitido con energía, brillante y rotundo, ayudada en este sentido por el tamaño de la sala, que es más una caja bombonera que un teatro moderno, a pesar de su apariencia externa y estructura. En su primera intervención la soprano tanteó el terreno y calentó la voz para dominarla por completo en la segunda con "Marinela" (La canción del olvido- Serrano) con un agudo final limpio y bien colocado. Consciente del recinto donde cantaba y, moduló, contuvo y adaptó su torrente canoro a la sala en determinados momentos, dando libertad a las zonas altas del instrumento y dejando correr la voz sin dificultades. La inteligente selección de las arias realizada por la cantante le permitieron alternar piezas de diferente dificultad vocal. Isabel mostró así mismo su lado más pizpireto y juguetón en el canto, si bien, a veces, el fraseo parecía poco definido pero, en cualquier caso, ofrecido con una picardía, gracejo y provocación que recordaban el sentido más primigenio de la zarzuela y el ambiente que se viviera en los teatros madrileños en el XIX.
Al "Chotis" de La Gran Vía (Chueca) le profirió una teatralidad y comicidad genuina, con un canto cuidado, con un fraseo basado en los matices y textura características del modo castizo de hablar, llegando a sonidos a veces suaves y otras con multitud de vaivenes, que trasladaban al Madrid de 1800.
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