Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda
Madrid. 11-III-2018. Teatros del Canal. XXVIII Festival Internacional de Arte Sacro. Isabel Dombriz, piano. Obras de Liszt, Debussy, Ravel, Pedro Mariné y Miguel Bustamante.
La vigésimo octava edición del Festival Internacional de Arte Sacro de Madrid acogió el pasado domingo 11 de marzo un concierto de la pianista Isabel Dombriz, que tuvo lugar en la Sala Negra de los Teatros del Canal. El programa, articulado en torno a Dante y su influencia en la música de Franz Liszt, combinaba tres obras fundamentales en la producción del húngaro con páginas bien conocidas de Debussy y Ravel, además de dos piezas de compositores vivos y presentes en la sala: Pedro Mariné y Miguel Bustamante.
Una sala acogedora y de poca capacidad como la Sala Negra de los Teatros del Canal es un entorno perfecto para medir a un pianista. Las grandes salas, con sus miles de localidades y sus imponentes volúmenes, no permiten una escucha verdaderamente detallada debido al exceso de reverberación, por no mencionar a un público cada vez más desconsiderado con la concentración del intérprete y con la obra de arte en sí. En cambio estas salas más pequeñas, en las que es posible disfrutar de una acústica algo más seca, un Steinway gran cola a una distancia prudente y una visual perfecta de las manos del pianista, son mucho más adecuadas para este tipo de recitales.
En estas distancias cortas Isabel Dombriz demostró ser poseedora de una técnica impecable al servicio de una musicalidad madura y elocuente. Comenzó con Vallée d’Obermann, una de las páginas lisztianas más célebres y realmente adecuada como introducción a un programa que nos llevó poco después al mundo de Debussy y sus Reflets dans l’eau. En esta partitura Dombriz demostró un sobresaliente control del pianissimo, asomándosecon éxito a ese abismo que para todo pianista supone quedarse sin sonido. Continuó el viaje con la obra Algarabía de Pedro Mariné, partitura realmente interesante que arranca como caja de música, en una rápida figuración escalística en el registro agudo del piano, y que evoluciona hacia sonoridades algo más duras —marcadas por claros tintes impresionistas—. Una obra difícil, muy pianística y ciertamente hermosa que conjuga el lenguaje individual de su compositor con una concepción armónica y formal del agrado del público. Bien merece más difusión entre nuestros intérpretes. La primera parte del concierto finalizó con los fabulosos Funérailles de Liszt. Esta obra, de gran densidad, combina rutilantes pasajes de sonoridad rotunda con momentos líricos de extrema delicadeza. En ambos terrenos se mueve con soltura esta pianista que, además, realizó una limpia y firme ejecución del célebre —y temido por cualquiera que sepa tocar el piano— pasaje de octavas en la mano izquierda.
Regresamos del descanso y nos encontramos de lleno con el fantástico Diabolus in musica de Miguel Bustamante. Obra de fuerte carácter rítmico, casi danzante, posee una escritura realmente compleja que evoca un diablo burlón, satírico y —con permiso del compositor— casi saltarín. Los pasajes de mayor densidad ganan fuerza y ascienden progresivamente hasta un brillante clímax final. Otra bella obra, sin duda, que merece la atención de artistas y público. Tras la partitura de Bustamante llegó el turno de Ravel. Une barque su l’ocean es otra maravillosa y evocadora página de la música francesa del siglo XX. La inventiva de Ravel nos transporta a la placidez de una barca mecida por el vaivén de las olas, que no tardarán en volverse amenazantes bajo la tormenta desatada. En las manos de Dombriz pudimos escuchar la variación del clima, la suavidad de la brisa oceánica y la vulnerabilidad de la débil barca ante el azote del mar. Finalizó el concierto con la monumental Après une lectura de Dante, fruto de la mente genial de Liszt, que nos transporta junto a Virgilio a través de los círculos del infierno para ascender progresivamente al paraíso. Poco hay que decir sobre una partitura de sobra conocida por el público y por cualquiera cercano al mundo del piano, salvo que la versión de Isabel Dombriz no hizo caer el nivel de lo que habíamos escuchado hasta entonces. Se mantuvo firme y fuerte ante el desafío de la partitura lisztiana; asumió el reto y salió victoriosa.
Debo decir que he visto a pocos intérpretes hacer música actual sin ayuda de la partitura, pero Dombriz llevaba todo el programa memorizado. Con Liszt, Ravel y Debussy era algo esperable; con obras de nueva creación es bastante menos frecuente. He aquí, pues, otro motivo para alabar a esta brillante pianista que nos ha causado una impresión inmejorable en este primer concierto suyo al que acudo. Una pianista que sale a escena y, además de ilustrar el concierto con instructivos comentarios, traslada a los asistentes una envidiable imagen de seguridad musical y solvencia técnica. No debe temerse un descenso al infierno si se va acompañado de Dante, del piano, de esta maravillosa música y de esta impresionante pianista. De ahora en adelante seguiré su trayectoria muy de cerca. Su talento lo merece.
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